Furore, la villa más escondida de Italia
Un rincón asombroso entre acantilados frente al mar Tirreno
La región italiana de Campania alberga lugares muy conocidos en el panorama turístico internacional. Nápoles a la cabeza, capital del sentimiento de esta región, con su belleza caótica; el Monte Vesubio, la eterna amenaza del golfo de Nápoles; la increíble Pompeya y las magníficas villas romanas de sus alrededores; o la inconfundible y hermosa costa amalfitana, declarada desde hace más de dos décadas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Dentro de la costa amalfitana, situada justo a medio camino entre dos de las localidades más célebres de la zona, Amalfi y Positano, se encuentra la considerada popularmente como la villa más escondida de Italia.
Un pueblo extraordinario, oculto entre acantilados y las pendientes vertiginosas de la costa amalfitana, que se descubre para mostrarnos su enorme belleza y su peculiar situación, que la convierte en un lugar único en Europa.
Un pueblo oculto en un fiordo
A una hora en coche desde Nápoles y a tan sólo 30 kilómetros de Salerno – aunque el terreno accidentado de la costa eleva a más de una hora el trayecto por carretera – llegamos a un punto de la SS163 en el que un puente y un pequeño cartel nos anuncia la presencia de una población en este tramo.
Sólo al detenernos y asomarnos desde el puente a una altura de 30 metros hasta el nivel del mar, alcanzamos a ver una playa encajada en un estrecho entrante del mar en las paredes verticales de roca. En uno de sus flancos, un grupo de casas de pescadores y una escala de piedra que zigzaguea elevándose hasta la parte más alta del acantilado nos da la bienvenida al pueblo de Furore.
La comuna de Furore es única por su localización en un fiordo. La acción de la vía de agua que forma el Schiato desde la meseta de Agerola formó una profunda brecha en la roca que se ha venido conociendo como el fiordo de Furore.
Aunque en sentido estricto no se trata de un fiordo, las características físicas nos recuerdan a una de estas realidades del relieve comunes de algunos países escandinavos, aunque en tamaño reducido.
Las aguas límpidas del mar Tirreno en este punto resaltan al lado de la piedra del arco de medio punto del icónico puente que abraza la garganta donde comienza el acceso hacia el pueblo de Furore desde esta carretera.
Las barcas de los pescadores varadas en la idílica playa, las casas adosadas a la pared vertical del acantilado – la parte más antigua de la villa - y las escaleras que encaminan al poblamiento disperso de la parte superior, varios cientos de metros más arriba, forman un conjunto que sobrecoge que, sin embargo, pasaría desapercibido si no supiéramos de su existencia.
¿El pueblo que no existe o el pueblo pintado?
Furore no forma un núcleo de población uniforme y agrupado. Por el contrario, la comuna se presenta habitada de manera diseminada en toda la extensión que cubre la fuerte pendiente de la parte alta de la elevación costera.
La difícil accesibilidad y el hecho de su gran dispersión sobre el tortuoso trazado de las zonas habitables han bautizado a Furore como «el pueblo que no existe».
La visión de las casas salpicadas entre los escarpes del terreno, los bancales aprovechando las mínimas porciones de espacios llanos y la carretera serpenteando entre las construcciones, forman un paisaje digno de ser admirado dentro de la belleza de la costa amalfitana. Una visión, junto con la gran atracción de Furore, su parte antigua enclavada en el fiordo, lo han convertido en uno de los pueblos más bonitos de Italia, tal y como ha sido reconocido oficialmente.
El impulso local que se lleva a cabo en Furore para darlo a conocer ha generado una iniciativa mediante la que las casas de la comuna se pintan con murales en un festival que se lleva a cabo en el mes de septiembre.
Una iniciativa que pretende que «el pueblo que no existe» se convierta en «la villa pintada» (il paese dipinto), reforzando el encanto natural de este lugar, que ya fue celebrado por el celuloide italiano por su peculiar situación y su extraordinario paisaje.
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