Medellín reinventada, una columna de Javier Moro

"Medellín ha dejado de ser la ciudad más peligrosa del mundo y hoy lucha por reinventarse. El Wall Street Journal ha coronado el esfuerzo concediéndole el título de ‘Ciudad más Innovadora'"

Raquel Marín

Esta ciudad desparramada en un valle goza de un clima delicioso y me recuerda a otra ciudad muy querida, y cercana, Caracas. La primera vez que fui visité la tumba de Pablo Escobar y me sorprendió encontrarme con una familia de campesinos que le ponía flores. “Era muy bueno”, me dijo el hombre cuando le pregunté la razón de su devoción. 

Esa Medellín ya no existe; aquí nadie quiere oír hablar de ese pasado de violencia. La gente es consciente de que el pabloescobarismo como subgénero ha hecho un daño casi irreparable a la imagen de la ciudad. Medellín ha dejado de ser la ciudad más peligrosa del mundo y hoy lucha por reinventarse. El Wall Street Journal ha coronado el esfuerzo concediéndole el título de ‘Ciudad más Innovadora’.

Tuvimos la suerte de visitar su centro histórico con un guía de lujo, Juan Luis Isaza Londoño, antiguo Director Nacional de Patrimonio Cultural y oriundo del barrio. Nos hizo revivir la Medellín de su infancia, cuando los sábados su madre le llevaba a juniniar, así se llamaba a ir de compras por la carrera Junín, la arteria comercial más elegante. Hoy sobreviven algunos edificios con sus vitrinas antiguas y comercios como la pastelería Astor, lugar icónico que sirve unos pequeños moros, deliciosos pastelitos con forma de animales.

Esa zona, que ha dejado de ser chic, pero que mantiene su sabor, ha sido ennoblecida por 23 esculturas de bronce que otro vecino ilustre, Fernando Botero, nacido en estas calles en 1932, ha donado a su ciudad. El bronce de sus voluptuosas estatuas está ennegrecido, excepto los pezones de las mujeres y el pene de los varones, que brillan de tanto ser sobados: es el consuelo que el arte ofrece a los ciudadanos solitarios. En la plaza pululan vendedores ambulantes, poetas callejeros y jóvenes que improvisan una partida de fútbol.

Para terminar el día, nada mejor que un paseo por el barrio del Poblado, trufado de cafés, restaurantes, terrazas y garitos.

Destaca el edificio del Museo de Antioquia, de estilo moderno, con reminiscencias art déco y de proporciones exquisitas. Su interior alberga varias salas dedicadas a Botero y a su universo costumbrista. Ese museo también me hizo descubrir los enormes frescos del artista Pedro Nel Gómez, que también fue arquitecto y escultor. Pinturas llenas de épica y emoción, a veces místicas, siempre sorprendentes, que recuerdan al mexicano Diego Rivera. En su casa-museo, uno de los lugares más interesantes que se pueden visitar en Medellín, tuve una experiencia conmovedora porque coincidí con una compañía de baile afroamericano que ensayaba entre los frescos y los lienzos. Siempre, en los viajes, lo mejor es lo inesperado.

Hay otros museos para los amantes de la cultura, como el de Arte Moderno, con sus cinco pisos dedicados a la creación contemporánea, o el formidable Museo Casa de la Memoria, con sus reconstituciones históricas, testimonios de los conflictos armados colombianos y exposiciones temáticas sobre los derechos humanos. 

Para terminar el día, nada mejor que un paseo por el barrio del Poblado, trufado de cafés, restaurantes, terrazas y garitos. En mi anterior viaje, conocí a Sergio Fajardo, quien fue alcalde de la ciudad. Me contó cómo tuvieron la idea de construir teleféricos para acercar los pobladores de los cerros a la ciudad. Al acercarse a la comuna 13, la vista desde el metrocable es espectacular. Este era el barrio más pobre y peligroso de Medellín, con chabolas insalubres, sin agua ni luz. Ni siquiera la policía podía acceder. Hoy cada vez más viajeros se acercan a descubrir los innumerables grafitis y obras de street art de sus callejuelas. Es, sin duda, el barrio más colorido de la ciudad, y el más seguro. Es uno de los símbolos del renacer de Medellín.