Los turistas no saben caminar, por Javier Reverte
La diferencia sustancial entre el turista y el viajero es que los primeros, los turistas, no saben andar.
No tengo nada contra el turismo, todo lo contrario, y no soy de esas personas que dicen pretenciosamente "yo soy viajero; no turista". Y tampoco he sabido casi nunca contestar con exactitud a una pregunta que me hacen con frecuencia: "¿Cuál es la diferencia entre un viajero y un turista?". ¡Y yo qué sé! Turista viene de la palabra Tour, que es lo que hacemos todos cuando salimos del nido y nos vamos mundo adelante: dar una vuelta. Se supone, además, que los turistas son gente que compra muchas cosas y que regresa a casa cargada de souvenirs. Pero, ¿quién no compra algo?
Cuando era más joven, al regreso de mis viajes venía cargado de objetos. Ahora, sin embargo, globalizada como está nuestra aldea, me parece absurdo comprar recuerdos. Imagine el lector que se pasa uno, por ejemplo, regateando en un mercado de la India por el precio de una alfombra. Cuando logra el acuerdo tiene que andar cargando con el dichoso trasto en todos los aviones y transportes. Y al llegar a tu ciudad en España, poco tiempo después se anuncia La India en El Corte Inglés. Y encuentras una alfombra igual, al mismo precio casi y encima te la llevan a casa y la puedes devolver si no te gusta.
Ahora, que ya solo viajo para escribir, lo único que compro son almas. Por eso procuro ocultar mi oficio mientras deambulo por tierras extrañas: porque a nadie le gusta que le rasquen intentando sacar chicha para un libro. Sin embargo, estoy a punto de determinar, después de tantos años, cuál es la diferencia esencial entre turista y viajero. En el pasado año viví en Roma durante tres meses, tratando de comprender un poco el espíritu de esa ciudad inagotable y escribir un libro sobre ello. Me convertí en un peatón romano y todos los días caminaba entre dos y cuatro horas por la urbe. Ya se sabe que Roma es uno de los centros turísticos más populares del mundo y que en cualquier momento del día las calles del centro histórico de la capital italiana están repletas de visitantes extranjeros. Pues bien: me di cuenta de que la diferencia sustancial entre el turista y el viajero -en este caso prefiero llamarme el peatón- es que los primeros, los turistas, no saben andar.
Andar en una ciudad es un arte. Beaudelaire empleaba una expresión para ese caminar urbano llena de sentido: flâneur, que es algo así como deambulador, un término sobre el que reflexionó también el desdichado filósofo Walter Benjamin. El desaparecido y durante un tiempo director de esta revista, Luis Carandell, un gran viajero, cultivaba como pocos el arte del flâneur. Solía decir que, si uno tenía tiempo, había que echarse a la calle sin rumbo fijo y sin el propósito de llegar a ningún sitio específico. Luis fue el barcelonés que más amó Madrid, en donde vivió muchos años y en donde murió. Y afirmaba que en la ciudad había que caminar mirando hacia lo alto, que los tejados, las terrazas y los áticos de Madrid eran bellísimos. Yo tomé su consejo y lo hago así en todas partes: en la Gran Vía madrileña, por ejemplo, en donde las alturas están llenas de dioses, de atlantes, de caballos gigantescos y colosos. Es un paseo mitológico.
Los turistas, por su parte, suelen ir en grupo, dirigidos por un guía con una banderita alzada para que no se pierdan. Andan en abanico y no en fila, con lo cual sortearlos se convierte en algo parecido a esa lucha por ganar la puerta de los grandes almacenes que se desata la mañana en que empiezan las rebajas.
El turista se para de pronto, sin avisar, en cualquier esquina de la calle o en una acera estrecha, para hacer una foto o señalar una iglesia, con riesgo de que, si vas detrás de él, te lo comas crudo. Y en los museos y templos se apelotonan delante de cuadros y estatuas para hacer la oportuna fotografía. ¿Para qué querrán fotografías, por ejemplo, de la escultura de Moisés, de San Pietro in Vincoli, con las bonitas postales de la obra de Miguel Ángel que pueden comprarse por un euro?
Amigo turista, con todos mis respetos: aprende a andar y serás viajero.
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