Al son de la aventura por Javier Reverte
La aventura es tan caprichosa como un niño. Te escoge, no la escoges, por eso es un regalo que resulta tan grato para los elegidos.
¿Qué es de la aventura? Es un salto hacia la plenitud: la aventura es el tiempo lleno. El afán y el encanto de la aventura provienen de la convicción, quizás supersticiosa, de que no estamos hechos para ver pasar el tiempo, para ver cómo nuestra energía se desata y gotea en el vacío del tiempo... La aventura es el tiempo apasionado..., la única estación en la cual los hombres tendrán la fuerza de vivir en el mundo de los valores y de hacer cosas que no sirvan para nada.
Recojo el texto de un librito de Fernando Savater, publicado hace ya años, y en el que el empleo del diminutivo por mi parte se refiere tan sólo al tamaño del texto, 47 páginas, y no al valor literario de las opiniones -que es muy elevado- de este escritor español de la primera línea de los contemporáneos. Y le añado a sus frases, como colofón, una reflexión de nuestro admirado colega de escritura anglo-polaco, Joseph Conrad: "Creí que era una aventura y era la vida".
Siempre viajo con esas reflexiones a bordo de mi cabeza mientras espero, a veces en vano y otras con fortuna, que la aventura me sorprenda en el camino y me haga suyo (otra vez Conrad dixit). Pero es tan caprichosa como un niño y nunca se sabe la razón por la que posa en ti sus bellos ojos. La aventura te escoge, no la escoges, por eso es un regalo tan grato para los elegidos. ¡Que se lo digan a don Quijote! Viéndole desde afuera, cualquiera de sus juiciosos paisanos -incluidos el cura y el bachiller- miraban su peripecia como la de un pobre chiflado que, imbuido de locas historias, se echó al campo disfrazado de payaso a emprender desvariadas batallas contra borregos y molinos. Como si ahora le diera por hacer lo mismo, vestido de Superman, a un vecino de Argamasilla. Pero creo que serían muchos más quienes, callados, envidiaban a un tipo que decidía vivir una existencia cargada de emociones en lugar de criar galgos para perseguir liebres y consumir su hacienda en vino y hartazones de puchero. ¿Y qué decir de los conquistadores que se largaban a América dejando las pocilgas extremeñas?, ¿o de los irlandeses huidos del hambre que se adentraban en los salvajes territorios del far west?, ¿y de los mercenarios que acompañaban a Jenofonte en el Imperio Persa alistados en los Diez Mil? Tenían otras razones, claro, de esas que hoy se llaman poderosas, como, por ejemplo, el hambre que dejaban a sus espaldas, o el ansia de riquezas y poder que olfateaban en el horizonte... ¿Pero no alentaba, debajo de ellas, un tipo de sed más sutil?
No obstante, por poner un ejemplo más próximo a nosotros en el tiempo, ¿qué era lo que pretendía Cherry-Garrard cuando acompañó en su trágico viaje polar a Scott en 1910, sin ánimo de enriquecerse y sin necesidad de huir de nada? Pues al final, fracasado el intento de alcanzar antes que nadie el Polo Sur, Garrard trataba tan sólo de encontrar el lugar de desove de una subespecie de pingüino.
Todos los impulsos reseñados en las líneas anteriores ya no tienen un escenario físico, porque el mundo ha quedado desnudo ante los ojos del hombre, desvelado casi al completo y sin secretos, y no restan grandes geografías que explorar ni nidos de pingüino que no hayan sido ya localizados por los zoólogos. Pero la curiosidad, el hambre de saber, la búsqueda de la emoción y la pasión por lo inesperado están ancladas en el alma humana con tanta firmeza como siempre. La geografía o la curiosidad intelectual, e incluso la ambición y la necesidad de huir, son buenas razones para empujarnos a mover las piernas. Pero nada es comparable a la emoción que significa contagiarte de lo ignorado, a alentar la nostalgia de lo que no conoces y a buscar razones para lanzarte en pos de lo imprevisible. En el fondo, las razones que apuntaba más arriba son sólo pretextos para configurar un proyecto aventurero, ese tiempo apasionado de Savater, ese periodo existencial escogido para "vivir plenamente en el mundo intangible de los valores y de hacer cosas que no sirvan para nada".
¿Pero no es lo mismo el acto de crear para un escritor que el de buscar un huevo de avestruz para el explorador? Ambas son empresas inútiles, sin recompensa y, por ello, tal vez literatura rima con aventura, como me gusta siempre recordar.
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