Siete días de absoutamente nada, por Mariano López
Tenemos que dar a los cruceros el reconocimiento y el mérito a su estrategia para embarcarnos en un viaje por el tiempo hacia olvidados pliegues de nuestra infancia que siguen pugnando por jugar.
Un año más, los cruceros son los reyes del verano. Hace meses que agotaron sus plazas para surcar el Caribe en estas fechas y la mayoría de las que ofertaban para el Mediterráneo. Así es desde hace años: no espere hallar un camarote libre si no reserva, para agosto, antes de febrero. ¿Por qué esta fiebre? ¿Por qué no para de crecer el número de aficionados y apasionados por los cruceros? Un irónico y celebrado escritor estadounidense, David Foster Wallace, sostiene que el éxito de los cruceros se debe a que nos venden un viaje a la infancia. Según expone en su libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, la propaganda de los cruceros todo incluido promete una "fantasía vacacional suprema": el pasajero va a ser como un niño, mimado y protegido aunque se comporte, durante siete días, como un borracho o un glotón. No es una opción sino una certeza. El crucerista no tiene otro remedio que volver a su tierna infancia y divertirse.
La imagen que mejor representa el viaje a bordo de un crucero no es la del lánguido Titanic. Eso era antes, cuando los cruceros duraban semanas y la edad media de sus pasajeros se encontraba entre los 75 y la muerte. Ahora nos podemos hacer una idea si recordamos la Isla Fantasía del clásico Pinocho. Isla Fantasía es hoy un inmenso barco donde la comida, la bebida y los juegos son casi infinitos, desde luego imposibles de abarcar en una semana de navegación. Pinocho la hubiera gozado. Sin orejas de burro porque no hay complejo de culpa ni castigo. El precio, además, es barato para evitar cualquier remordimiento: menos del sueldo de un mes por navegar hasta la infancia. " Quiero creer -escribe Foster Wallace- que esta Fantasía Vacacional Suprema va a reportar los suficientes cuidados: que esta vez el lujo y el placer van a ser administrados de forma tan completa e infalible que mi parte Infantil quedará saciada" . No hace falta, añade el escritor, que la ilusión se cumpla: basta con la promesa. Cada día hay más de 1.500 empleados que sonríen a ese niño insaciable que reclama más bebida, más comida, más juegos y más sol. Reclama, también, estar seguro de que se está divirtiendo de una forma memorable. Otra de las claves del éxito. " En un crucero de lujo -escribe Foster Wallace- pago por el privilegio de cederles a profesionales cualificados la responsabilidad no sólo de mi experiencia sino de mi interpretación de esa experiencia, es decir, de mi placer. Mi placer es gestionado de forma eficaz y sabia durante siete noches y seis días y medio" .
Este año, el mayor de los placeres se encuentra en el crucero más grande del mundo: el Freedom of the Seas. Tiene la altura de un edificio de casi 20 plantas, mide 338 metros de largo, pesa 158.000 toneladas y puede alojar a 4.375 pasajeros en 1.818 camarotes. Equivale a casi cuatro veces el Titanic. Entre otras atracciones, cuenta con 10 restaurantes, 16 bares, un teatro, una pista de hielo, un muro de escalada, una piscina con olas para practicar el surf y un parque acuático con toboganes y cascadas. Con su pasaje al completo, seguro que ejerce ante cualquier mirada el mismo grado de fascinación hipnótica que impresionó a Wallace. " He visto -recuerda- playas de sacarosa y aguas de un azul muy brillante (...) He oído a americanos adultos preguntar en Atención al Pasajero si hay que mojarse para bucear, si el tiro al plato es al aire libre, si la tripulación duerme a bordo y a qué hora es el bufé de medianoche (...) Ahora sé qué es un Coco Loco. En una semana he sido objeto de mil quinientas sonrisas profesionales. Me he quemado y he mudado la piel dos veces. He tirado al plato en el mar. ¿Es esto suficiente? En aquellos momentos no parecía suficiente".
Una vez, en las oficinas de una compañía naviera en Miami me dijeron que la intención de toda la programación festiva de los cruceros era combatir la soledad. Quizá sea verdad. Tal vez han acertado y tenemos que dar a los cruceros el reconocimiento y el mérito a su estrategia para embarcarnos en un viaje por el tiempo hacia olvidados pliegues de nuestra infancia que siguen pugnando por jugar. O quizá todo sea más fácil y pase por admitir que no hay nada comparable a las grandes fiestas en medio del océano. Foster Wallace concluye su libro con un último apunte: " Algo realmente crucial acerca de los cruceros de lujo -escribe- se está haciendo evidente: ser entretenido por alguien a quien le disgustas profundamente y tener la impresión de que te mereces ese disgusto al mismo tiempo que te duele" . Demasiadas tentaciones para un viaje. El año que viene tengo que acordarme de reservar. Al menos soñaré con agosto cuando llegue febrero. Y pensaré que me esperan, como a Wallace, todas las reflexiones y experiencias de una semana sin hacer Absolutamente Nada.
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