Miedo a volar por Mariano López

Según Allen Carr, el miedo a volar lo causa la falsa idea de que volar es peligroso y desagradable. Cuando se elimina esa falsa idea (a base de información), desaparece el miedo y entonces volar se convierte en un placer.

Mariano López
Mariano López

Allen Carr es un autor de éxito, de verdadero éxito: del privilegiado club de quienes han tenido el talento y la fortuna de acertar con la respuesta editorial que requerían muchos millones de personas a problemas realmente graves, como quién se ha llevado mi queso, y, al parecer, mucho más interesantes que las andanzas de Raskolnikov con un hacha o la memoria de Aureliano Buendía desde el día que conoció el hielo.

Según la biografía con la que lo presenta su editorial, Allen Carr trabajaba como asesor financiero hasta que en 1983 consiguió dejar de fumar sin ningún esfuerzo.

Ya ven, qué fácil, cómo en un solo día este hombre ganó en salud y, sobre todo, en dinero. Su primer libro, Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo, ha sido traducido a veinte idiomas y lleva vendidos varios millones de ejemplares.

Tras este éxito, el mismo autor publicó nuevos best sellers como Es fácil que tus hijos dejen de fumar y Es fácil que las mujeres dejen de fumar, y ya vacío y fatigado -le supongo- de buscar fáciles caminos para los distintos seres que quieren dejar de fumar, continuó sus recetarios esclareciendo la mente de quienes quieren perder peso, tener éxito o dejar de preocuparse.

Su más reciente obra, Es fácil superar el miedo a volar, acaba de ser traducida al español y, de acuerdo con el encabezamiento de toda su doctrina, es fácil suponer que si lo ha escrito y publicado es porque hay millones y millones de personas en el mundo, sus potenciales clientes, que sufren un pánico cerval ante la sola idea de subirse en un avión.

En este instante, según diferentes estadísticas, hay cerca de 500.000 aviones surcando los cielos y, según cuenta el señor Carr, más del 20 por ciento de sus ocupantes tiene palpitaciones, dificultad para respirar, sudoración en las manos, ataques de ansiedad o cualquier otra desagradable respuesta física a la experiencia de volar.

Yo creía que la popularización de los vuelos, el crecimiento y la extensión de este medio de transporte, había reducido hasta casi la extinción el número de quienes sufrían a bordo, pero la realidad, con sus cifras, demuestra lo contrario. A pesar de que nadie puede objetar que el avión es el medio más seguro de transporte, pervive el viejo instinto que nos dice que se trata de una máquina pesada, sujeta a las leyes de la gravedad, expuesta a cuantos azares quera- mos imaginar y pilotada, casi siempre, por unos perfectos desconocidos.

Además, todas las compañías te reciben con un rosario de advertencias sobre el uso del chaleco salvavidas y sus resortes para flotar incluso cuando se trata de volar sobre La Mancha o el Sáhara. Confieso que no hace muchos años yo era de esos que tienen vértigo y palpitaciones a bordo.

Me concentraba en cada despegue y aterrizaje como si de mí dependiera el acierto en la operación, nunca se me ocurría levantarme en vuelo ni para ir al lavabo y bastaba con una sola turbulencia para que mi cerebro empezara a repasar las posibles causas de aquel brusco movimiento, entre las que siempre destacaban la pérdida de tornillos en un ala, un fallo inadvertido en el motor y una posible equivocación grave del piloto e incluso su ausencia.

Según Allen Carr, los sujetos más sensibles y con más imaginación son los más propensos a sufrir el miedo a volar, pero yo creo que se trata de un halago a sus seguros lectores, a quienes luego trata de operar, con bisturí de psicólogo, para reducir su segura confusión. Para este ex asesor financiero, ingenioso y convincente, el miedo a volar lo causa la falsa idea de que volar es peligroso y desagradable.

Cuando se elimina esa falsa idea -a base de información-, desaparece el miedo y entonces volar se convierte en un placer o cuando menos en una rutina, tan sosegada y ajena al vértigo como conducir por las autopistas de EE UU o viajar en los trenes australianos.

Muchas compañías aéreas organizan cursos para perder el miedo a volar, generalmente destinados a ejecutivos capaces de pagarlos y necesitados con urgencia de terapia para afrontar una experiencia que, en su caso, puede ser obligatoria y cotidiana. Según Carr, el caso de estos ejecutivos no es diferente del resto de cuantos se angustian en los cielos.

Se trata de personas que suelen sufrir cuando viajan en un coche que conduce otro, están convencidas de que existen mil imponderables que convierten en críticos cada despegue y cada aterrizaje y no pueden dejar de imaginar, mientras vuelan, las posibilidades de error de quienes han sujetado las alas, los motores y los controles y seleccionado los pilotos y las azafatas.

Para todos ellos será un alivio la lectura del libro de Allen Carr. A mí me resultó breve, entretenido y divertido. Aunque yo estoy ya en otra fase: a mí lo que me dan miedo son los aeropuertos.

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