¡Salvad al turista Pérez!, por Jesús Torbado
Los miles de turistas españoles varados en Bangkok convirtieron un incidente viajero en un dramón.
Coincidieron en el tiempo, fin de noviembre, dos sucesos turísticos, dramático y terrible el uno, en Mumbai, y ridículo el otro, en Bangkok. Vale: mucho ridículo brilló también en la India cuando un eurodiputado catalán llamado Guardans, bien a salvo en un restaurante de lujo, intentó con sus telefonemas recaudar votos por la tragedia de otros, según denunciaron después dos compañeros suyos alemanes, y ofendió luego con gran obscenidad a la presidenta madrileña porque regresó a casa antes de que a él lo acunara un avión especial francés.
Lo de Tailandia: patético caldo que guisaron un incapaz ministro de Exteriores llamado Moratinos y un presidente de Gobierno pretencioso llamado Rodríguez. El cuento produce rubor a cualquier viajero auténtico y también a cualquier español pensante. Como se recordará, unos disturbios lograron mantener cerrados los dos aeropuertos de Bangkok durante unos días. Miles de pasajeros quedaron varados, incluidos unos cientos de españoles. No hubo trifulca, peligro o pánico. Los tailandeses y sus compañías aéreas se comportaron de manera ejemplar, repartieron víveres, socorros y explicaciones.
Sólo se trató de un incidente propio de los viajes, incómodo sin duda, pero transformado en dramón por unos pasajeros que de inmediato se pusieron a clamar al cielo, a exigir derechos, a pedir socorro, a asustarse y a convertir en tragedia lo que para un viajero de verdad habría sido una peripecia efímera. Tal vez se estaban perdiendo el bautizo de un sobrino o la elección de turrones... Los ahora llamados medios lanzaban alarmas como si los compatriotas estuvieran naufragando allá lejos, en el culo del mundo.
Los memoriosos recordarán los aspavientos vergonzosos de otra diputada socialista, Lourdes Muñoz, que en 2005 consiguió casi movilizar a la V Flota de los Estados Unidos para que la rescataran a ella y a su niño del huracán Katrina cuando andaba de vacaciones en Nueva Orleáns y estaba ya cómodamente aposentada en un hotel. Aquella señora incluso alargó publicitariamente este episodio durante casi un año.
Estos vacacionistas de Tailandia no sólo pretendían que los españoles compartieran su falsa desdicha sino que consiguieron lo nunca escuchado: que tres aviones militares fueron pasaportados en su rescate inútil por Zapatero y Moratinos, para quienes el dinero público debe parecerles fichas del Monopoly. ¡Salvad al turista Pérez! Aquellos asustadizos turistas tenían seguros de viaje que podrían atenderlos, sus agencias ya trabajaban para solucionarlo, los transportaban aerolíneas responsables que los hubieran sacado de allí sin mayor desdoro, como de hecho se hizo horas después con los turistas de otras nacionalidades. Pero hubo gritos, pancartas, rebelión tipo sindicatos madrileños hospitalarios, lágrimas y codazos después para conseguir asiento en los aviones del socorro... Ingleses, alemanes, franceses, seguían esperando.
Los valerosos españoles tostados en las playas tailandesas largaron sus quejas a los cuatro vientos, incluso algunos protestaron de la comida del avión de lujo que los devolvía a su hogar. Quizás pretendían que los acogieran en Barajas una orquesta sinfónica y una fila de limusinas, aparte de un batallón de ávidos informadores. Contaban con un departamento de Exteriores decidido a todo en busca de buena imagen y que los súbditos olvidasen las tragedias verdaderas, con un Gobierno que no hacía ascos a repatriar a precio de oro a quien no lo precisaba (la orden del envío de aviones fue del propio Zapatero) o entregar el dinero de los desheredados para que el pintor de cámara del jefe esparciera toneladas de artística pintura en una bóveda suiza. Y lo consiguieron, claro. Rescate de lujo. Gratis total. Pena: a eso se reducen las grandes aventuras viajeras. Si don Álvar Núñez Cabeza de Vaca entreabriera los ojos, volvería a morirse. De vergüenza y desdén.
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