Oda a una cámara digital
Desde que poseo una pequeña cámara digital de seis megapíxeles, con un sistema estabilizador de la imagen incorporado que me permite obtener imágenes nítidas a 100 ISO en condiciones limitadas de luz, disfruto como nunca tomando fotografías no planeadas. ¿Qué se puede hacer con un juguete como éste?
Mi cámara, a pesar de que es un modelo reciente que cuesta más de 300 euros, adolece de un ligero retardo. Quiero decir que, a menos que el motivo permanezca inmóvil, lo que se aprecia por la pantalla-visor, que ocupa casi todo el respaldo (y que tiene tres niveles de luminosidad para tomar fotos a contraluz), no es lo que capta finalmente el sensor.
Por esa razón, cuando tomo fotos en una situación dinámica, no me queda otra alternativa que pulsar el disparador sin parar -algo que me disgusta- y revisar más tarde todas las imágenes para borrar las fotografías deficientes. Es un proceso peligroso porque, para liberar espacio en la tarjeta, existe el riesgo de eliminar fotos que, más adelante, quizás me hubiera gustado conservar. Ante la duda, lo mejor es no borrar una foto, pero esto exige dedicarle más tiempo a la edición gráfica.
Para obtener fotos profesionales en movimiento poseo también una cámara digital réflex, aunque con ella no me lo paso tan bien. Es una cuestión de magnitudes. Con mi cámara de bolsillo fotografío sólo imágenes que me divierten. A veces por sus ángulos inusitados o por el grafismo de la escena. Lo que menos me gusta es la calidad que obtengo con los paisajes; un motivo que, a pesar del objetivo Leitz, no es su punto fuerte. Estas cámaras son únicas para inmortalizar situaciones divertidas, curiosas, con una discreción difícil de conseguir con el ruidoso sistema réflex.
Con mi digital compacta, sin llevarme ostensiblemente la cámara a los ojos, capto la vida sin que la gente varíe su comportamiento porque perciben que voy a fotografiarlos o porque oyen el ruido del espejo y del obturador de una cámara réflex. Es perfecta para ilustrar un pequeño diario visual.
Un diario personal
Algunos fotógrafos, entre los que me cuento, disfrutan de las ventajas que proporciona la tecnología digital, pero utilizan todavía para sus trabajos personales película convencional. La razón, quizás, radica en un sencillo principio de almacenaje. Hace casi dos décadas que me muevo en el mundo de la informática. En el año 1991 ya tomaba fotografías digitales con una cámara Montage acoplada al ordenador.
Quizás por eso desconfío de lo que pasará con las fotos que guardamos ahora fácilmente con los medios de grabación. Me gusta sostener un cliché físicamente entre los dedos y me disgusta pasar muchas horas frente a un ordenador. Además, puesto que resulta más caro fotografiar con película que llenar y vaciar una tarjeta, me concentro más en el proceso de la toma.
Pero esa actitud no es óbice para que me divierta fotografiando con mi cámara compacta de seis megapíxeles y con la que confecciono, paralelo a mis imágenes profesionales, un diario personal. No sé si estas fotografías las contemplarán mis nietos o si los soportes informáticos en los que ahora las guardo serán operativos, pero seguro que me lo habré pasado en grande con las posibilidades que ya me ofrece la tecnología digital.
Las palabras de Jane Menyawi, editora gráfica de los libros de National Geographic, clarifican las cosas: " Un fotógrafo debe utilizar el soporte con el que se sienta más a gusto" .
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