Los frescos de Santorini, por Luis Pancorbo
Las figuras de Santorini presagian los personajes de El Greco: rostros puntiagudos, cabezas elongadas y nadie sonriendo.
El Pescador, el fresco más famoso de Santorini, reproducido hasta en las toallas de playa, es una maravillosa pintura encontrada en la Habitación 5 de la Casa Oeste de Akrotiri, las ruinas al sur de la isla. Se trata de un efebo con el cráneo rapado y una coleta que sostiene en ambas manos dos ristras de peces azules y amarillos, unos suculentos dorados seguramente. Es una auténtica belleza de anticipación, de color. Aunque, según la arqueóloga Nannó Marinatos, no se trata de un pescador sino de un oferente, alguien que lleva ese opíparo sacrificio a los dioses de Santorini, que no eran muy distintos de los de Creta.
La estrecha relación entre la pintura (y la cultura) de Santorini y la de Creta fue la idea motor de Nannó Marinatos como antes lo fue de su padre, Spiridon Marinatos, quien en el verano de 1967 empezó las decisivas excavaciones de Akrotiri. Allí descubrió una metrópolis (de 35.000 habitantes) que fue sepultada por una capa de lava de entre cinco y veinte metros de espesor cuando explotó el volcán de Santorini hace unos 3.500 años.
Spiridon Marinatos fue un buen arqueólogo aunque se lanzara a hipótesis arriesgadas (y al apoyo a los coroneles). Llegó a aventurar que la erupción de Santorini causó el colapso de la civilización minoica, y que hasta Knosos fue afectado por las cenizas. Hay cierta coherencia dado que la capital minoica fue destruida en el 1570 a.C., es decir, en fechas parecidas a la explosión de aquel Krakatoa del Egeo que fue Santorini. Pero Marinatos iba más lejos insinuando la relación de Santorini con la Atlántida. Y con la Atlántida hemos topado, con ese lugar donde, según Platón, no sólo abundaba el oro, sino un fabuloso metal "que en la actualidad sólo conocemos por su nombre: el oricalco".
Los fantásticos colores y técnicas de los frescos de Akrotiri, los que se salvaron de la furia del volcán, recuerdan a Nannó Marinatos las pinturas de las tumbas egipcias. Es muy lógico. A uno, en cambio, las figuras de Santorini (y las de Creta) le parecen presagiar los personajes de Domenikos Theotokópulos, el gran cretense que en España se llamó El Greco. Rostros puntiagudos, cabezas elongadas, y nadie sonriendo, como si la vida fuese una cosa muy dramática. Lo cual también contradice la exuberancia pictórica de las casas de Akrotiri, llenas de antílopes, lirios y papiros.
Spiridon Marinatos sacó en Akrotiri más de 3.500 vasijas, muchas pintadas con motivos florales o con golondrinas, pero no apareció ni un solo esqueleto. Debió dar tiempo en la isla a una evacuación en masa. Tal vez la gente fuese hacia Creta, que dista de Santorini 142 kilómetros, o tal vez hacia las Cícladas del Norte. La gran suerte es que se salvó Akrotiri, el testimonio de la vida en Santorini de hace al menos 3.500 años. Las ruinas de Akrotiri están cerradas al público hasta quién sabe cuándo, pero siempre se puede visitar el Museo Prehistórico de Fira, la capital de Santorini. Exponen ahí algunos frescos de Akrotiri que antes estaban en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Y está muy bien que las piezas arqueológicas y obras de arte puedan ser admiradas en el lugar original, no donde manda el poder de turno.
La pared de los monos azules es inolvidable. Se trata de unas pinturas encontradas en la casa de Akrotiri donde aparecieron otros frescos tan vibrantes como los de las recolectoras de azafrán. No están ni tampoco El Pescador, pero los monos azules triunfan con toda su elasticidad perfectamente reflejada. Pueden ser cercopitecos que llegaron al Mediterráneo desde Egipto, todo un gozo para la vista y la evocación que se puede complementar admirando rythones, cálices rituales en forma de toro o de jabalí, y tantas vasijas decoradas con flores, peces y pájaros. Recuerdos de una Pompeya sin cadáveres en la refinada isla volcán del Egeo.
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