Wroclaw, Polonia con duende
Con su encantador entramado medieval y su telaraña de islas y canales, la cuarta ciudad de Polonia es una joya por descubrir. Este año, al hilo de su Capitalidad Cultural Europea, una jugosa agenda de eventos añade más efervescencia a su animación estudiantil. Festivales, conciertos, espectáculos, exposiciones y mucha nocturnidad y vanguardia la convierten en una cita crucial para este 2016.
Hay ciudades que hacen de sus turbulencias históricas un guiño para el humor; de su identidad difusa, un bálsamo para las cicatrices, y de su atormentado letargo, un despertar pleno de fuerza para gritarle al mundo que la adversidad pasa página. La capital de la Baja Silesia y cuarta metrópoli de Polonia pertenece a esta categoría. Representativa como ninguna otra de los avatares de esta esquina de Europa, lleva impreso en su ADN el fatalismo de la ocupación y la devastación bélica. Pero los fantasmas pertenecen al pasado y hoy, renovada de energía, ha sabido insuflarse de buenas vibraciones para situarse en el mapa como un rincón efervescente. Wroclaw (pronúnciese Brostguaf) es una ciudad abierta porque así lo ha querido su destino. Abierta a los movimientos migratorios que han sazonado su existencia, y con ellos, claro, a ese raudal de costumbres, artes y pensamientos que se filtra por las fronteras. Abierta a la cultura, en definitiva. Por eso en este 2016 ostenta la Capitalidad Cultural Europea, un título que comparte con nuestra San Sebastián, otra ciudad que también debe superar pasados violentos.
Asentada a orillas del río Odra y atravesada por cuatro de sus afluentes, Wroclaw es toda una sorpresa que tenemos más o menos a mano. Apenas cuatro horas nos separan de este bello trazado medieval que esconde una morfología anfibia de doce islas y 130 puentes por la que se la conoce, en un alarde de originalidad, como la Venecia polaca.
Una ciudad que ha formado parte de Bohemia, Austria, Prusia y Alemania, y que solo después de la Segunda Guerra Mundial (y de aquellos dramáticos combates que destruyeron el 75 por ciento de su patrimonio monumental) quedó integrada en Polonia, donde comenzó a tejer su propia personalidad sin volver la espalda a la historia. Hoy no solo es el principal centro industrial, comercial y educativo de la región, sino también un ajetreado foco cultural donde bullen los espectáculos teatrales, los festivales de música y la vida nocturna, con una agenda que llega ahora más apretada que nunca como Capital Europa de la Cultura de este año 2016.
La Plaza Mayor o Rynek, la segunda más grande del país, es el centro neurálgico desde el que perderse por los vericuetos de la parte vieja. Cercada por casas burguesas con fachadas de colores, aquí se yergue el icónico Ayuntamiento, una virguería gótica con influencias renacentistas que tardó casi dos siglos en completarse. Hacia arriba la vista se topa con el reloj astronómico que marca la hora y las fases lunares desde hace 400 años, mientras que hacia abajo el estómago se prepara para el primer aperitivo en la Piwnica Swidnicka, la cervecería más antigua de la ciudad. Será el primero porque la plaza anda bien surtida de animadas terrazas que muchas veces son restaurantes, otras pierogarnie (donde despachan pierogis o esa suerte de empanadillas polacas) y otras tantas bares, como la Casa de la Música (así, en perfecto castellano), donde mover el esqueleto con los ritmos de Cuba.
La pista de los gnomos
En los días soleados, la Rynek es un hervidero de gente deambulando por sus esquinas, en una de las cuales, por cierto, se erigen las entrañables casitas de Hansel y Gretel: unidas por un arco, simulan a los famosos niños cogidos de la mano. O sentados en la fuente de cristal, cuyas curvas evocan las ondulaciones de los Montes Sudestes. Hay casi tanto trasiego como en la plaza contigua, la de la Sal, que recuerda que Wroclaw formó parte de la Vía Regia, la conexión por tierra más antigua entre el Este y el Oeste del continente por la que circulaba este valioso producto. Hoy sin embargo es un colorido mercado de flores donde se puede comprar las 24 horas del día y los 365 días del año. Este corto paseo habrá servido ya para dar con los más carismáticos personajes. Porque Wroclaw está tomada por los duendes. Lo dice el propio censo: 140.000 habitantes y 300 gnomos. Una divertida invasión que se remonta a los tiempos del comunismo y que ha logrado erigirse en el símbolo de la ciudad. La broma, porque de eso se trata realmente, se debe a la Alternativa Naranja, un grupo disidente que optó por emplear la ironía como arma para la protesta. ¿Qué mejor forma de enfrentarse a un régimen totalitario que ridiculizarlo sin piedad? Así se las gastaba este movimiento, colocando cáscaras de plátano bajo los pies del Gobierno, repartiendo panfletos en formato papel higiénico y ornamentando las calles con estas bucólicas esculturas que no hacían sino descolocar a aquellos rígidos dirigentes tan faltos de sentido del humor. Hoy los diminutos gnomos perviven desperdigados y recrean diferentes escenas. Están los que leen, los que apagan fuegos... e incluso los que se han encadenado a las puertas de un pub para que su mujer no los lleve a casa. Tal es el interés que despiertan, que existen incluso mapas para seguir la pista a los enanos.
Mucho más seria es la atmósfera que se desprende del que está considerado el segundo centro de la ciudad. Nos referimos a Ostrow Tumski o Isla de la Catedral, que no es una isla (sí lo fue hace cuatro siglos) pero a la que se llega tras superar el Puente de los Enamorados, ya se sabe, donde se apiñan los candados como muestra de amor eterno.
Una vez dentro se despliega el barrio eclesiástico, allí donde se fundó la ciudad. Nada de bares ni de restaurantes, aquí solo hay majestuosas iglesias presididas por la catedral gótica, desde cuya torre se vierten canales y tejados en una bonita panorámica. A esta isla, apodada El Pequeño Vaticano, se viene a dar agradables paseos, a descubrir templos como San Gil o Nuestra Señora de la Arena, y ya en la noche, a contagiarse de la magia de su iluminación a gas, donde un sereno como los de antaño enciende uno a uno los farolillos para apagarlos después por la mañana.
La fuerza de la juventud
Pero, eso sí, en los alrededores la paz se rompe al calor del botellón improvisado en los frondosos parques. Y es que Wroclaw tiene en la juventud su más vibrante aliado. A ella se debe su carácter incombustible en lo que atañe a planes noctámbulos: vanguardia escénica por un tubo y abrumadores garitos de jazz. Pero también eventos tan singulares como el que acontece el primer fin de semana de mayo, cuando unos siete mil aficionados a la guitarra se reúnen en la Plaza Mayor para tocar el Hey Joe de Jimmi Hendrix. Hasta figura en el Libro Guinness de los Récords.
Al hilo del vigor juvenil, la Universidad es casi como un barrio. Con 140.000 estudiantes (la quinta parte de la población urbana), no podía dejar de serlo. Esta magna institución que ha alumbrado a varios premios Nobel, y para la que Brahms compuso su famosa Obertura académica, esconde una joya barroca: el Aula Leopoldina, donde el curso académico se inaugura con una ceremonia solemne. Al salir una divertida estatua recuerda aquello que nunca debería hacerse: la del estudiante que acabó perdiéndolo todo (incluso la ropa) por jugar partidas de cartas.
Los iconos de Wroclaw
Más allá del casco antiguo, sorprende que sean dos edificios circulares los grandes iconos de Wroclaw. Uno es el Panorama de Raclawice, que alberga un gigantesco lienzo de 120 metros de largo. Una pintura que representa la batalla contra los rusos del año 1794 y que puede admirarse desde un balcón central para ver cómo cobra vida con efectos tridimensionales. El otro se encuentra a las afueras y habrá que llegar en tranvía. Se trata de Hala Stulecia o Pabellón del Centenario, un mazacote de hormigón que fue un hito arquitectónico en los albores del siglo XX: declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, aquí gritó Hitler sus soflamas, aunque hoy sus salas se emplean para atestados conciertos.
Wroclaw es una ciudad abierta a las religiones y su convivencia pacífica. Al sur, el Barrio de las Cuatro Confesiones (judía, católica, protestante y ortodoxa) da buena cuenta de ello. Y también una ciudad que ha tenido que vivir muy rápido la catarsis del cambio de sistemas. En Swidnicka, la arteria principal, la escultura de Jerzy Kalina recrea este giro de la historia: siete peatones de bronce son engullidos por el pavimento para emerger al otro lado de la acera. Curiosamente, también en esta calle el destino quiso que naciera el símbolo de su mayor logro. Aquí se emplaza el hotel Monopol, donde Picasso, en 1948, esbozó la paloma de la paz.
400 eventos en su año cultural
Para la Capitalidad Europea de la Cultura, Wroclaw ha desarrollado una propuesta creativa bajo el lema Espacios para la belleza. Un programa segmentado en ocho disciplinas artísticas que incluye nada menos que 400 eventos relacionados con la literatura, el cine, el teatro y las exposiciones. Una de ellas, Sonoridades, del donostiarra Eduardo Chillida (por aquello del título compartido con San Sebastián), abrió los actos inaugurales a principios de enero. Destacan originales propuestas como Singing Europe (agosto), un proyecto para varios miles de vocalistas con conciertos en los espacios urbanos; la Convención Nacional de la Ciencia Ficción (también en agosto) o la Olimpiada Internacional de Teatro (en noviembre). Para el marco de esta nutrida agenda se ha llevado a cabo la renovación de algunos de sus símbolos de tolerancia (como es el Barrio de las Cuatro Confesiones) y se han erigido nuevos espacios como el Foro Nacional de la Música, de atrevido diseño arquitectónico.
La ciudad de los 50 nombres
No es baladí el tema del nombre en esta bella ciudad polaca. Porque aunque se la conoce con este vocablo impronunciable, lo cierto es que en castellano goza de un término bien bonito: Breslavia, que viene de Breslau, como era llamada cuando pertenecía a Alemania. Sus vicisitudes históricas y sus seísmos políticos son los culpables de estos cambios etimológicos por los que ha llegado a tener hasta cincuenta nombres distintos. Nos quedamos con Wroclaw para rendir tributo a su identidad polaca, forjada solo después de la II Guerra Mundial.
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