Estancias rurales del Priorat
Gracias a la leyenda de sus viñedos, el Priorat ha dejado de ser una de las comarcas más deprimidas de Cataluña y sus austeras laderas boscosas son más prósperas que nunca. El fenómeno induce a un turismo muy temático, al que quieren dar cabida los alojamientos rurales de la zona.
Recuerdan las gentes del Priorat, sentidas y complacidas a la vez, los tiempos en que el vino de su comarca era tan poco apreciado que muchos se vieron forzados a sustituir las vides por frutales. Pero la Fortuna, que es una señora caprichosa, un día se pasó por aquí, o mejor dicho, por las cabezas de los que apostaron, contra viento y marea, por las viñas de estas tierras. Álvaro Palacios, René Barbier y Carles Pastrana fueron algunos de los pioneros del reciclaje de las cepas, y a ellos se deben los resultados que elevaron el vino del Priorat a los altares de la enología. Inopinada bendición para este trozo de Tarragona, en los límites ambientales de la Meseta y a tan sólo 40 kilómetros de la costa mediterránea. De repente, estas tierras montañosas, a la vera del macizo del Montsant, que nunca habían sido especialmente generosas, se volvieron espléndidas y muy valiosas.
Una biblioteca única en España
Con arduo trabajo, los habitantes del Priorat habían recortado, durante siglos, los montes boscosos de pinos y encinas para cultivar olivos y melocotoneros, que todavía se adueñan de parte del paisaje. El milagro del vino es aún reciente, y las viñas no son tantas como se pudiera esperar. Nunca podrán ser las enormes extensiones de otras zonas vinícolas, pues aquí tienen que buscar acomodo entre las empinadas laderas. El paisaje se dibuja en estos términos en torno a Falset, capital de la comarca, donde se celebra, el primer fin de semana de mayo, la Feria del Vino del Priorat. Ocasión que ni pintada para enterarse de tanto que hay por saber sobre el histórico líquido, siempre tan cotidiano, tan de andar por casa, y tan protocolario y modernísimo en las últimas décadas. Vamos, que todos los viñedos del planeta están encantados con el rumbo de las modas.
Del vino y su papel en la literatura se puede enterar uno en la biblioteca de la casa rural Perxe, en El Molar, cerca de Falset. Las novelas, poesías y piezas teatrales habitadas por el vino no pueblan todavía muchas estanterías, pero Roser, la dueña del establecimiento, seguirá adelante con esta biblioteca, de momento única en España. Y un día, dios Baco mediante, la sala será lugar de presentaciones y tertulias que le sacarán a la literatura todos sus colores de vino. Mientras tanto, la casa rural Perxe sigue quieta y agazapada en el laberinto de callejuelas de El Molar; tanto, que no es fácil de encontrar. Por fuera, una casa como las otras, austera y sobria en sus fachadas. Por dentro, cálida y armónica, con el detallismo justo y preciso, empeñándose en disimular su reciente factura a costa de viejo mobiliario. Son un mundo en sí mismo el patio y las salas comunes, sencillos y amables, amparados en los tonos pastel de las paredes. Los mismos que pueblan las habitaciones en los pisos de arriba. Afortunadas las ventanas que divisan las montañas cultivadas de los alrededores, espléndida vista de ese paisaje inspirador.
Siempre estuvieron las cepas presentes en el Priorat, desde que en el siglo XII Alfonso El Casto fundara la cartuja de Scala Dei, la más antigua de la Península Ibérica, donde los monjes se afanaron siglo tras siglo en las labores de las viñas. Que si la comarca se llama como se llama es porque en aquellos tiempos el prior de este santo lugar llegó a ser su dueño y señor.
La historia de los pueblos del Priorat pervive en su ubicación, siempre planeando sobre los cerros, colgados en lo alto de cimas o de macizas rocas. Así se expresa La Bisbal de Falset, muy esbelto él en su altozano. Lástima que por estos lares lo de la restauración de fachadas no haya calado tan hondo como en el resto de España. Será que la cuestión no encaja en el proverbial espíritu pragmático catalán. Sí se han aplicado en la buena presentación los dueños de la casa rural Ca L''Aleixa, también bien metida en el apretado caserío del pueblo. Buena es, asimismo, la labor llevada a cabo en lo que era una típica y muy ancestral casa rural. El buen gusto ha teñido de colores y acertados detalles las habitaciones, ha envuelto la escalera de buena atmósfera y ha ensalzado el inmediato poder envolvente del portal. Aunque el logro mayor está en el comedor, donde se ha aprovechado un gran arco gótico, que alguna vez formó parte de una enhiesta construcción medieval. El énfasis de este elemento, conjugado con las amplias vistas del Montsant en las ventanas y un argumento ornamental bien tramado, perfila una de esas estancias que no deja indiferente a nadie.
Buena es la sensación de armonía cuando todos coinciden en el gusto por algo, que así parece que la cuestión admirada se embebe y se crece. Nadie quedará al margen tampoco de la emoción que produce el pueblo de Siurana, sin duda el más hermoso del Priorat, y, éste sí, cuidado y mimado. Colgado en altas rocas, sus calles de casas de pura piedra, las ruinas de su castillo y su genuina iglesia románica dominan un panorama de valles donde brillan las aguas del pantano del mismo nombre.
El hotel rural La Siuranella tiene el privilegio de formar parte de esta pequeña villa anidada en las alturas, y las ventanas del edificio, moderno pero adaptado al estilo del lugar, participan de esa vista inmensa.
En el interior, la decoración inspiradamente nueva entona criterios prácticos, pero también sugerentes alardes. Así, en las habitaciones, bautizadas con nombres de variedades de uva, los estilizados lavabos de cristal se imponen sobre la ornamentación plácida, aunque lineal, de las estancias. Esquemática también en la sala y el restaurante, con muy pocas concesiones a lo antiguo, hay que reconocer que el ajustado cálculo de su disposición produce una buena sensación. El sosiego luego se aclimata y asienta en el jardín, ante la magnitud embelesante de las vistas. Y ahí está de nuevo la armonía del gusto de todos sentido a la vez.
Entusiasmo colectivo es lo que se siente en el pequeño mundo del Priorat ante el prodigio del vino. Todos a una. A no perder este sabroso tren. Los autóctonos y los de fuera, pues ya son bastantes los viticultores de países metidos en la cuestión que se han hecho con un terrenito de los de por aquí. De Francia y hasta de Suráfrica son algunos de los viñedos cercanos a la montaña desde la que Franco dirigió las operaciones de la cruenta batalla del Ebro.
Hay que ver qué cosas tan dramáticamente diferentes se pueden vivir en un mismo escenario. Del horror de la batalla y de la fortuna enológica saben los ancianos de Torroja del Priorat, un pueblo de atractiva estampa, aunque también a falta de restauración. Por eso se distingue enseguida el edificio rosado y bien cuidado del hotel rural Abadía del Priorat. Alineado en una de las estrechas calles de la localidad, el edificio, que perteneció al clero, ha sido totalmente remodelado por dentro de acuerdo a criterios nuevos de decoración que integran constantes guiños a lo tradicional y al entorno rural en que se halla.
Hay también una cierta tendencia a la elegancia clásica en el gran salón con vistas al río Siurana, pensado para eventos profesionales. La buena talla estética la dan los estilizados tragaluces de la escalera y el restaurante, sugerente juego de diferentes espacios donde se sirven esmerados platos locales, catalanes y creativos. Viene muy bien la tienda de vino y otros productos de la zona que tiene el hotel, pues ya se sabe que no se pueden visitar las tierras de una D.O. y no comprar al menos un par de botellas.
Decoración modernista
Imposible olvidar hacerse con algún litro de este vino con tanto cuerpo, denso, intenso de sabor, en el pueblo de Gratallops, centro indiscutible de la actividad vitivinícola de la comarca. Dentro de su núcleo urbano, también subido a un altozano, se concentran algunas de las bodegas más importantes, sin que por eso se haya resentido su rústico encanto.
Hacia este pequeño rincón de grandes miras comerciales dirigieron sus ganas de nueva vida campestre el madrileño Waldo y su mujer. Aquí compraron una vieja casa dentro del pueblo y en ella diseñaron su soñado hotel rural, Cal Llop, que han abierto en marzo de este año. Quizás el halo de modernidad que ahora bendice al vino fue la inspiración para el derroche de nuevas tendencias que invade las habitaciones, cada una en un específico juego de sensaciones, donde los colores muy intensos se alían amigablemente con vigas, piedra y otros elementos tradicionales de construcción.
La vista del paisaje de viñedos y el creativo diseño de los baños define un arriesgado juego ornamental que definitivamente triunfa en el restaurante, donde un portentoso tragaluz ilumina los vivos rojos y azules y los elementos metálicos, africanos o asiáticos del mobiliario. El menú en un sitio así es como se puede esperar: pura recreación innovadora de lo tradicional. Y el vino que no falte. Y a brindar. Por su prodigio, por la vida.
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