Aventura en Nepal
De todos los "treks" que se pueden realizar en Nepal, el del Everest es sin ninguna duda el más espectacular de todos. Ninguna otra montaña ejerce tanta atracción y fascinación como la más alta de todas, la todopoderosa diosa Chomolungma, como se la conoce en su vertiente tibetana: 8.848 metros de altitud que culminan en una colosal pirámide de roca azotada por el viento, un icono para montañeros y senderistas.
2.840 m.
Lukla, inicio del trekking
La pequeña pista de aterrizaje de Lukla, en pendiente y mirando al vacío, es nuestra puerta de entrada a la región sherpa del Khumbu. Su fama de ser el aeropuerto más peligroso del mundo se la ha ganado con creces, y aterrizar en ella sigue despertando el miedo y el estupor en todo viajero que se atreve a volar hasta aquí. Hoy caminaremos poco, apenas tres horas hasta la aldea de Phakding (2.610 m). En este trekking, la mayoría de los días los pasaremos entre los 4.000 y 5.000 metros de altitud, así que conviene ir despacio para conseguir la mejor aclimatación posible a la altura. Cualquier exceso lo pagaremos caro. El mal de altura es implacable con los que se apresuran. El día siguiente amanece despejado, una jornada espléndida para caminar siguiendo el curso del río Dudh Koshi, que en esta parte de la ruta forma un profundo valle con las laderas cubiertas de espesos bosques de pinos y abetos. El camino cruza, mediante largos puentes colgantes, desfiladeros y barrancos donde el agua cae en forma de numerosas cascadas. Por todo el camino, a la entrada y la salida de las aldeas, encontramos chortens, molinillos y piedras mani de oración donde se puede leer grabada la frase más repetida en estas regiones: Om mani padme hum. Estamos en la región de los sherpas, profundamente budistas y famosos por su fortaleza en la montaña. Nosotros ahora caminamos por los estrechos senderos camino de su capital, Namche Bazar, pero antes tendremos que cruzar por el vertiginoso puente colgante de Larja, cubierto de multicolores banderas de oraciones que se mueven frenéticas al viento mientras los cables de acero tensan el largo puente por donde cruzan las caravanas de yaks tambaleándose sobre el vacío.
3.440 m.
Namche Bazar
Namche es el lugar perfecto para pasar dos noches y así poder aclimatarnos mejor a la altura. Es el pueblo más grande de la región del Khumbu, un gran bazar repleto de lodges, tiendas de ropa, material de montaña, pastelerías y puestos de artesanía. Podemos darnos un masaje o jugar al billar mientras escuchamos música rock y bebemos una cerveza. Casi todo es posible en Namche Bazar. Y, aun así, es una aldea que no ha perdido su encanto. Los yaks pasean por sus calles, las caravanas siguen llegando con sus mercancías provenientes del cercano Tíbet y la música estridente de trompetas y tambores suena de vez en cuando desde el cercano monasterio budista.
El cuarto día nos ponemos de nuevo en marcha y, tras una dura pero corta ascensión, disfrutamos de la primera vista del Everest sobresaliendo por encima de la pared sur del Lhotse. Tras ochocientos metros de desnivel, llegamos a la pequeña aldea de Dole (4.200 m), nuestra primera noche por encima de los cuatro mil metros.
Al día siguiente nos espera una buena jornada, son pocos metros de desnivel, pero la distancia es larga. En ocasiones el camino es escarpado y subimos por escalones tallados en la roca decorada con símbolos y oraciones religiosas. Nos dirigimos al norte, siguiendo una senda que se interna poco a poco por el amplio valle que ha formado el glaciar proveniente del Cho Oyu. Llegamos a Machermo (4.470 m), lugar que ya no es aldea sino solo un grupo de lodges al pie de afilados picos.
5.360 m.
Amanecer en Gokyo Ri
Entramos, por fin, en el reino de la alta montaña. Caminamos ahora por encima de la morrena del glaciar bordeando pequeños lagos de agua turquesa que sobrevuelan silbando las chovas piquigualdas. Al fin llegamos a Gokyo (4.790 m). Descansamos y subimos a esperar el atardecer en lo alto de la morrena. Un armiño se esconde entre los muros de roca persiguiendo a las pequeñas pikas, conejos adaptados a estas alturas, mientras que perdices grandes como urogallos se cruzan confiadas por delante de nuestro camino. Dos horas antes de que amanezca salimos del albergue camino del Gokyo Ri (5.360 m). Hay una luna llena perfecta para caminar sin linterna, y la luz de una vela encendida en una ventana del albergue nos sirve de referencia mientras subimos. Son dos horas de continua ascensión y la montaña no nos da tregua, siempre para arriba. Está amaneciendo y el sol comienza a iluminar las laderas del Cho Oyu (8.201m) mientras unos minutos más tarde por fin asoman sus rayos por detrás de la pirámide de roca del Makalu (8.463m) iluminando a otros dos grandes, el Lhotse (8.393) y el Everest. Estamos congelados, pero el esfuerzo ha valido la pena. Mientras el sol comienza a calentarnos poco a poco, nos toca disfrutar de las espléndidas vistas. Estamos rodeados de cuatro ochomiles y a nuestros pies se encuentran los glaciares y los lagos de Gokyo.
5.330 m.
Cruce del Cho La Pass
Ese mismo día seguimos la ruta y caminamos por el intrincado paisaje de la morrena del glaciar, atentos a los desprendimientos y a las casi ocultas señales que indican el camino correcto entre los bloques de hielo y piedra. Llegamos a Dragnag (4.700 m), lugar donde se duerme antes de afrontar la subida al mítico paso del Cho La, collado que nos permitirá cruzar las montañas y acceder al valle del Everest. Es, sin duda, el día más duro del trekking. Después de una larga aproximación, toca de nuevo sortear una pequeña morrena glaciar y afrontar la última parte de la subida al collado, una pared casi vertical donde hay que trepar por las rocas con mucha precaución, especialmente con las caídas de piedras y el traicionero hielo que siempre aguarda en esta escondida umbría. Arriba luce un sol esplendoroso y todo el collado y el glaciar se encuentran cubiertos por la nieve. Al otro lado, y tras una interminable bajada, llegamos por fin al valle del Everest, al glaciar del Khumbu.
5.545 m.
Ascensión al Kala Patthar
Tras una noche en Dzonglha (4.850 m), remontamos el glaciar y llegamos a Gorak Shep (5.140 m), un grupo de cinco lodges en una polvorienta explanada donde el paso de porteadores es continuo camino del campo base del Everest. Desde allí subimos al Kala Patthar para contemplar las magníficas vistas de las montañas. En la cima las banderolas de oración bailan deshilachadas por el viento y el frío. Enfrente, grandioso, el monte Everest. Tan cercano que nos parece increíble. Pasamos mucho tiempo contemplando las montañas y disfrutando de los paisajes, del silencio. El atardecer llega y la última luz del día se apaga en la cima del Everest. Al día siguiente, temprano, nos ponemos en ruta hacia el campo base del Everest, dos horas y media caminando por un sendero que sube y baja por el caos de piedra y hielo del glaciar del Khumbu. Estamos en otoño, finales de octubre, y tan solo hay dos expediciones. Una de ellas nos invita a un té mientras nos enseña un periódico alemán que el glaciar acaba de sacar a la luz, un recuerdo de las primeras expediciones al Everest.
Toca regresar. Descendemos por el valle del Everest hasta Pheriche (4.240 m), para el segundo día atravesar el bosque de rododendros antes de llegar al monasterio de Tengboché (3.860 m), donde disfrutamos de las últimas vistas de la pared sur del Lhotse y del Everest. Al día siguiente regresamos de nuevo a dormir a Namche Bazar, y el último día, en una jornada, llegamos a Lukla, donde aparece la lluvia y el vuelo de vuelta a Katmandú se convierte en una incógnita envuelta en las mismas nubes que impiden que las avionetas puedan aterrizar al día siguiente, regalándonos un día más en el Himalaya sherpa.
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