Apunta para este verano: 10 playas (todavía) vírgenes en España
Lugares para desconectar rodeados de una naturaleza intacta
Los cerca de ocho mil kilómetros que mide el litoral de España dan para mucho. Incluso para un impensable puñado de arenales que por su remota situación, aislamiento y bien conservados valores naturales y paisajísticos se convierten en enclaves al margen del cemento y de los millones de personas que visitan cada año el territorio nacional. Esta selección ofrece los más interesantes que se esparcen por los cuatro puntos cardinales de las costas españolas.
Los Cocedores, Almería
Seducción total
Son muchas las playas de Almería que merecen el calificativo de vírgenes, aunque durante el largo verano andaluz la mayoría dejan de serlo por la cantidad de visitantes que reciben. No muy lejos, en el norte de la porción mediterránea de la provincia y lindando con la región de Murcia –de hecho, es la última playa de Almería– se localiza esta seductora concha de arena rodeada por acantilados de arenisca. La roca aún conserva restos de las cuevas abiertas por la maquila para cocer el esparto que existió hasta los pasados 60 y a la que debe su nombre el enclave.
Menos conocida que los arenales del entorno de Cabo de Gata, se sitúa en el municipio de Pulpí. Un par de contenedores, varias papeleras, una pasarela y dos servicios químicos es todo lo que ofrece de civilizado esta cala, aunque debe decirse que en julio y agosto no está solitaria ningún día.
Sa Sabolla, Girona
La Joya de la Costa Brava
Tres kilómetros al sur de Cadaqués esta cala es buena muestra de lo que esconde el recortado litoral del cabo de Creus, en los confines de la Costa Brava. Apta solo para senderistas y piraguïstas de mar, circunstancia que limita el número de visitantes. Sa Sabolla esconde sus mínimas dimensiones bajo el faro de Cala Nans, que se alcanza desde Cadaqués caminando por el sendero litoral (45 minutos). Conviene llevar calzado adecuado para la marcha por terreno rocoso. Las rocas es la constante desde que se sale de la localidad gerundense hasta alcanzar este breve paño de arena gruesa, irresistible rampa de despegue hacia unas aguas transparentes como el aire.
El Rompido, Huelva
El Capricho del río Piedras
En el puntal de la flecha la arena se vuelve olas rubias que dibujan un arco que el océano lame entretenido. Más atrás la barra arenosa de El Rompido regala la posibilidad de bañarse en el mar o en un río, con solo moverse unos metros. Incluido en el Paraje Natural Marismas del Río Piedra y Flecha de El Rompido, este capricho geográfico es único en las costas españolas. Abrumado por la fuerza de las corrientes, el río gira 90º al Este y así sigue trece kilómetros, sin atreverse a encontrar el océano.
Trece kilómetros de naturaleza pura, donde gaviotas, cormoranes, chorlitejos y otras aves son los únicos habitantes con los que conviven los pocos que se aventuran a pasar el día. Para hacerlo lo habitual es tomar uno de los barquitos que salen de Nuevo Portil y dan paseos por el entorno. También se puede caminar desde El Terrón, en el inicio de la barra.
Carnota, A Coruña
Arenal inagotable
La visita de este vasto arenal da para casi para todo un verano. Extiende sus arenas esta inmensidad a lo largo de los cinco kilómetros que bordean la ensenada entre Caldebarcos y Dos Remedios. Desde la carretera A-550, que recorre esta parte del litoral coruñés, en algunos puntos la rompiente dista un par de kilómetros. Entre medias, una sucesión de campos de cultivos, bosques, marismas, frentes de dunas y pequeños ríos que se desparraman por un paraje de ensueño antes de sumergirse en el Atlántico.
Su situación, plenas Rías Altas, merma la carga de visitas y luce solitaria en pleno agosto. Expediciones ornitológicas, compadreo con las mariscadoras y excursiones dunares se unen al simple dolce far niente bajo un sol que, a pesar de la latitud, calienta. El agua ya es otra cosa.
Las Conchas, La Graciosa
En el principio del mundo
En la fachada más aparente del archipiélago de Chinijo, donde la isla de La Graciosa recibe mejor los azotes del Atlántico, y entre volcanes perfectos como Montaña Bermeja, enorme escombrera requemada que brota junto a las arenas, esta playa es un tratado de cómo fueron los principios del mundo. Al norte de Lanzarote, asomada al borde de un paisaje que da quemazón solo de verlo, las olas balancean este blanco arenal por encima del tiempo. Solo la vecina isla de Montaña Clara da algo de compañía a quienes se anclan a la orilla, náufragos de la gentrificación playera.
Los alojamientos son escasos, solo hay pistas sin asfalto en La Graciosa. Para llegar hay que tomar un barco en puerto de Órzola, Lanzarote, hasta Caleta del Sebo (veinte minutos). Luego caminar (una hora) o alquilar una bici (treinta minutos) hasta la playa, situada en la otra punta de la isla.
S’Alga, Formentera
Chapuzones transparentes
Faltan las palmeras, pero la blancura de su arena y el azul turquesa del cálido mar hacen olvidar su ausencia y aquí es fácil pensar que uno se encuentra en un rincón del Caribe remoto y desnudo. Un baño en S’Alga es hacerlo en el cristal más transparente, donde a centímetros de la orilla juegan ágiles pececillos. Situado en el islote de Espalmador, al norte de Formentera, a este fantástico arenal solo puede accederse en embarcación, o a nado desde la vecina punta de Ses Illetes. Ocupa la playa la parte sur de esta isla particular, donde hasta la fecha no se prohíbe pisar las inmaculadas arenas. En verano frecuentan su cercanía abundantes embarcaciones, pero el resto del año gaviotas, charranes y otras aves marítimas son los visitantes únicos.
Bolonia, Cádiz
Como en tiempo de los romanos
No puede catalogarse como virgen un arenal en el que ya se bañaron los romanos hace más de dos mil años y que hoy se sitúa en el centro de algunas de las costas más populosas del litoral andaluz. Pero si se tienen en cuenta el aislamiento, buen estado y belleza de sus parajes y ausencia de infraestructuras, debe convenirse que la ensenada de Bolonia no puede faltar en un listado de los arenales vírgenes del litoral español. Situada en un punto ciego entre Zahara de los Atunes y Valdevaqueros, se ha salvado de la urbanización masificada.
Brillante playazo de casi cuatro km de longitud, tiene todo lo que puede pedírsele a un destino marino de relumbrón: suaves arenas, bosques que alcanzan el límite del arenal, dunas que son cordilleras vivas y una naturaleza de privilegio (tomar aquí el sol con camaleones no es extraño). Además, el recuerdo del pasado que evocan las ruinas de la ciudad romana de Baelo Claudia y que señala que aquí pocas cosas han cambiado desde entonces.
Cala Fonda, Alicante
Sin sombrillas
Si pudiéramos estirar el cuello hasta atisbar el horizonte que se extiende al otro lado de los rubios acantilados de Torre El Aguiló, veríamos el horror: la mayor aglomeración playera acaso del mundo entero. Si estuviera en otra parte, pasaría desapercibida, pero aquí, a tiro de piedra de las playas de Benidorm, se revaloriza y señala que todavía es posible encontrar rincones silvestres en medio de las costas más turistizadas del Mediterráneo. Para descubrirlo hay que andar un trecho del Sendero Costero que arranca en la Torre de Hércules de Villajoyosa.
Frente a las oleadas de visitantes que cubren con sus toallas hasta el último centímetro de las playas vecinas, Cala Fonda es un rincón solitario e inalterado donde las rocas se sumergen en el agua transparente y las únicas olas que conoce son las mínimas que le lanza el Mediterráneo.
Cofete, Fuerteventura
Tortugas y nazis
Las nieblas que traen los alisios se embotellan contra las laderas de las montañas de Cofete y borran las dimensiones de este inabarcable playazo. Son 12 km de auténtica playa virgen y salvaje. Por su lejanía, al sur de Fuerteventura; por sus accesos: una carreterucha de tierra que cruza el requemado cordal de montañas; por la absoluta soledad que reina en su primigenia naturaleza. Durante siglos han sido las tortugas las únicas que han venido –¡todavía vienen!– hasta aquí a desovar.
Aunque la leyenda asegura que Cofete ha tenido otros visitantes. La verdad la esconde casa Winter. En un altozano al pie de las montañas, desde su torre la vista abarca el océano. La construyó el alemán Gustavo Winter en los años 30. Restos de materiales industriales encontrados dieron pie a la creencia, aseguran que infundada, de que fue una base de aprovisionamiento de submarinos nazis.
Jaizkibel, Guipúzcoa
Litoral salvaje
La montaña de Jaizkibel, entre Hondarribia y Pasajes de San Juan, es la porción absolutamente salvaje más extensa de las costas españolas, 22 km de punta a punta. No hay carreteras, a la costa se accede por un puñado de empinadas pistas en las que el vértigo conduce rumbo al ímpetu del Cantábrico. Solo hay un sendero litoral utilizado durante siglos por pescadores y contrabandistas que muy pocos recorren hoy. Da acceso a calas y pequeñas ensenadas que parece mañana habrán desaparecido bajo la espuma.
El acceso más cómodo a estos tesoros de naturaleza virgen y salvaje es desde el faro de Hondarribia, por el citado camino que en su principio ha sido acondicionado para el paseo. Las bahías de Esteko, Baxuko y Errota Sein son las primeras que aparecen. El sendero prosigue hacia Pasajes, una travesía que requiere experiencia en la caminata por terrenos difíciles.