El secreto del Adriático: la bella (y diminuta) costa de Eslovenia
Una opción estupenda para disfrutar de bonitas playas alejadas de la masificación y apacibles pueblos con todo el sabor del Mediterráneo.
Son sólo 47 kilómetros de litoral encajados entre Croacia e Italia. Una franja que apenas ocupa un escaso 7% de la península de Istria. Aquí, escondido entre bosques de hayas, robles y avellanos, el Adriático irrumpe de pronto para desvelar un secreto: Eslovenia tiene costa. Y no una costa cualquiera sino una costa maravillosa.
Callado y discreto, muy poco se sabe de este país del corazón de Europa que, en 1991, irrumpió en el mapa europeo como un estado independiente. Sí se habla de sus paisajes vírgenes que parecen salidos de un cuadro, de las vistas vertiginosas a los picos alpinos, de los extensos valles, de los bosques y las cuevas, de los ríos y los lagos cristalinos. En definitiva, de una naturaleza como pocas en el Viejo Continente.
También de su capital, Liubliana, elegida en 2016 la Capital Verde Europea. Una ciudad que a pasos lentos, pero firmes, ha entrado en el panorama de los destinos más trendy. Su ritmo de pequeño pueblo y su latido cultural de metrópoli cosmopolita proporcionan el contraste perfecto para resultar cautivadora, especialmente entre los viajeros más jóvenes.
Al margen, sin embargo, suele quedar el litoral esloveno, pese a tratarse de uno de los más incontaminados del Mediterráneo. Eclipsada por el resto de los atractivos, la salida al mar de este país, la que se abre paso a duras penas en una esquina desconocida, merece mucho la pena. Sobre todo si se es amante de la conjugación de azules que exhibe el mar, de los puertos con sabor veneciano, del pescado y el marisco fresco, de la animación veraniega.
¿Qué es lo que encontramos en este minúsculo territorio perteneciente a la región de la Carniola? Pues básicamente, románticos pueblos medievales y un buen puñado de playas más o menos urbanizadas. Playas que, como sucede en los países vecinos, una veces incluyen buenos arenales y otras tantas adoptan la forma de íntimas calas de roca y grava. Eso sí, los fondos son de una transparencia extrema, ideales para el submarinismo.
La costa eslovena está formada por tres ciudades marítimas: Koper, Izola y Piran. Ciudades con maravillosos ejemplos de arquitectura gótica y un estilo de vida alegre y desenfadado del que dan cuenta los múltiples bares y restaurantes posados en la orilla del mar.
La primera, con su delicioso núcleo medieval, es el centro de la comunidad italiana de Eslovenia, hasta el punto de que todas sus calles están señalizadas en los dos idiomas. Las segunda, a primera vista algo desangelada, esconde no obstante atractivos rincones donde relajarse.
Piran es un punto y aparte. Es la Venecia del Adriático, uno de los puertos medievales mejor conservados del mundo, uno de los marcos más pintorescos de Europa. Sus casitas de colores desparramadas hacia el mar y su pintoresco casco histórico la convierten en un reflejo de la ciudad de los canales, pero asentado al borde de un promontorio.
La razón de tan fabulosa arquitectura hay que buscarla en los 500 años de dominio veneciano, cuando este enclave fue un importantísimo proveedor de sal. De ahí le ha quedado ese irremediable encanto que tiene su epicentro en la plaza principal, ovalada y pavimentada en mármol, la cual lleva el nombre de Giuseppe Tartini, compositor y violinista barroco nacido en esta ciudad.
Alrededor de ella, todo es romanticismo decadente: fachadas mordidas por el salitre, callejuelas retorcidas y esa atmósfera atrapada en el tiempo a la luz de los faroles nocturnos.
Puede que la ciudad predilecta de la costa eslovena se encuentre llena hasta los topes en lo más álgido del verano. Pero nadie debiera perderse la experiencia de recorrer sus sinuosos callejones, de degustar un pescado fresquísimo en las terrazas que miran al mar o simplemente de dejarse llevar sin rumbo por este entramado descolgado al borde de una estrecha península. Piran justifica por sí mismo la visita a este sorprendente litoral.
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