Praga, una ruta irreverente

Una lectura distinta de la ciudad más deseada del corazón de Europa: la de las esculturas de Cerny, el ‘enfant terrible’ del arte de vanguardia. 

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Que no cunda el pánico: no se trata de deslucir sus encantos. Praga nunca dejará de ser una ciudad de cuento de hadas, una enciclopedia viviente de la arquitectura y el arte; un laberinto de calles sinuosas que conducen a un omnipresente castillo, un río salvado por un puente majestuoso, una pesadilla de Kafka, una cerveza bien fría.

No dejará de ser, en definitiva, la quintaesencia de la belleza, una de las metrópolis más codiciadas del Viejo Continente. Sólo que hoy queremos abordarla con otra lectura. Porque aunque sigue siendo un deber explorar sus imprescindibles, la capital checa, tan palaciega ella, tan pulcra, tan elegante, también goza de una vena canalla que le otorga un aire desenfadado.

Es la Praga que late en las estatuas de David Cerny. El escultor más provocador de la ciudad, el enfant terrible del arte de vanguardia, esparció sus obras por aquí y por allá, sin más propósito que el de escandalizar. Pero ojo, que en la ciudad aman este controvertido trabajo, que está cargado de ironía y humor.

Piss, de David Cerny.

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Cerny es una especie de Banksy a la checa. Un autor capaz de colar una pieza contemporánea, excéntrica, hasta irreverente, al lado de una monumental iglesia gótica o de un palacio renacentista. Y conseguir además que no desentonen, que casen perfectamente. Claro que muchas veces el significado oculto, el trasfondo de su protesta ha desatado no poca polémica.

Cerny irrumpió en los periódicos por primera vez en 1991, cuando tiñó de rosa chicle el tanque soviético que conmemoraba el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces los estrenos de sus obras, a menudo, se convierten en acontecimientos mediáticos. Aunque gran parte de su trabajo han sido exhibiciones puntuales en distintos puntos del planeta, en Praga se puede seguir su pista a lo largo de una decena de esculturas a todo punto fuera de lo común.

Una muy emblemática es la de los bebés que escalan la torre de comunicaciones de 216 metros de altura. Un toque de fantasía en el que para muchos es uno de los edificios más feos del mundo, que adquirió un aire perturbador con estos gigantes negros que gatean arriba y abajo por una de las más odiadas reliquias de la arquitectura comunista.

Irónico, guasón, sarcástico como él solo, el artista que no dudó en colocar una peineta sobre el río para mostrar su desprecio al presidente checo, también retrató al rey Wenceslao, patrón de bohemia, a lomos de un caballo del revés en una clara oposición al heroísmo de la estatua ecuestre. La obra, que se encuentra en el interior del pasaje de Lucerna, representa al monarca en idéntica posición que su escultura original, pero boca abajo, muerto y con la lengua fuera.

Metalmorphosis, de David Cerny.

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Igual de inquietante resulta su trabajo Hanging Out, con Sigmund Freud colgado de una viga; o Embryo, situada en un lateral del Teatro Na Zabrali, que recrea un feto que desciende por una canaleta del agua: dicen que simboliza tanto el nacimiento del arte como el estancamiento de la vida.

No menos provocadora es Piss, la que tal vez sea su obra más fotografiada: una escultura de dos hombres que orinan sobre el mapa de la república al tiempo que, con los chorros, van trazando citas célebres. Si al visitante le hace ilusión que su frase aparezca dibujada de semejante manera, sólo tiene que enviar un sms y sus deseos serán órdenes.

Cerny, que ha expuesto sus obras en Nueva York, Chicago, Berlín y Londres, rebajó su carga política en la última de sus creaciones en Praga, en favor de la espectacularidad y la belleza. Se trata de la cabeza de Kafka en plena metamorfosis. Una impactante estatua de once metros de altura con 42 bloques o segmentos metálicos que giran sobre sí mismos deformando el rostro del escritor.

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