El Ojo de África, uno de los grandes misterios del desierto del Sáhara
La Ruta de las Caravanas recorre la diversidad de paisajes del Sáhara, durmiendo en vivacs o pequeños albergues.
Conocer el desierto del Sáhara, sintiendo su infinitud y descubriendo su variedad de paisajes de belleza extrema, se hace viajando a Mauritania. Es un país muy grande y poco poblado donde reinan el silencio, el viento y la arena. Se compone de extensas planicies o hamadas, ergs o campos de dunas naranjas o rosas y jbel o montañas desoladas abrasadas por el sol salpicadas por algunos oasis con agua fresca y palmeras datileras. Son frecuentes las manadas de dromedarios guiadas por saharauis de la etnia Hassaní.
Todo esto se ve en la región de Adrar, situada en un altiplano al noreste de la capital Nuakchot. Adrar significa las piedras y es uno de los varios sistemas montañosos que hay esparcidos por el Sáhara. Su variedad de rocas, fósiles, útiles de la Edad de Piedra y sitios rupestres hacen que sea un paraíso para los científicos y por supuesto para los viajeros. En los últimos años se ha convertido en un buen destino de ecoturismo para hacer trekking por el desierto, andando y en camello, o para visitar las antiguas ciudades de la Ruta de las Caravanas, Chinguetti y Ouadane, declaradas Patrimonio de la Humanidad.
Las bibliotecas del desierto
La visita se inicia en Atar, capital de la región que cuenta con un pintoresco mercado. Cerca está Azougui, la capital de los almorávides que fundaron Marrakech y llegaron hasta el Ebro en el siglo XI. La carretera se dirige hacia el este y después de pasar un campo de fósiles estromatolitos de color azul grisáceo, un antiguo fondo marino, sube hacia el Paso de Amogjar conectando con la meseta alta. Aquí se encuentran las pinturas rupestres de Agrour con alguna jirafa, bóvidos y un conjunto de danzantes que prueban la riqueza del desierto en el Neolítico.
Una pista de tierra en buen estado conecta con Chinguetti, la antigua ciudad caravanera, séptima ciudad santa del islam y guardiana hoy día de libros manuscritos desde tiempos medievales. Algunas familias han reunido una colección considerable que guardan en pequeñas bibliotecas domésticas. En arquitectura destaca el minarete de la mezquita mayor, construido en piedra en seco y coronado por huevos de avestruz en sus esquinas, uno de los principales monumentos de Mauritania. La ciudad se debate hoy entre su desaparición y su rehabilitación en una lucha diaria con las arenas de las dunas del inmenso Erg Ouarane.
El Ojo de África
A Ouadane se accede mejor por el desierto. Se parte desde Lagueila, el mirador del mar de dunas en Chinguetti, atravesando lo que llaman “la nada”, un espacio plano e infinito de arena sin referencias en el horizonte, la aventura total. Se puede hacer en unas horas, pero es mejor hacer vivac en el camino y disfrutar de una noche sahariana. Al final de la ruta aparece Ouadane, la ciudad de los 40 sabios, un amasijo de ruinas de piedra sobre una gran roca negra. La ciudad arqueológica es interesante y más aún la nueva, donde se disfruta de la apacible vida de la gente del Sáhara.
Un poco más al este se encuentran los grabados rupestres del Oued Slil y más allá se entra en el Guelb er Richat, el llamado Ojo de África, el Corazón del Pájaro en hassanía: una serie de montículos concéntricos con forma circular que se ven desde el espacio, probablemente surgidos por un domo geológico, aunque hay quien piensa en meteoritos e incluso en la Atlántida por su similitud con la descripción de Platón. Sea como fuese, lo cierto es que el lugar induce a la meditación y a buen seguro pronto se convertirá en uno de los hitos de los viajeros saharianos. La vuelta se puede hacer por el oasis de Tanouchert, un palmeral perdido en la inmensidad de la arena muy bien gestionado por su comunidad.
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