Alejandría, tierra de poetas y conquistadores
Una ciudad más griega que la misma Grecia.
Alejandría, en el norte de Egipto, en el Mediterráneo oriental, tiene nombre de faraón, de rey, de conquistador. Esta es la primera Alejandría, de las más de 50 que fundó Alejandro Magno en su inacabable batalla hacia oriente. Dicen que la ciudad era más griega que la misma Grecia, “una maravilla calculada de mármol, reluciente”. Amr, conquistador musulmán de Egipto en el siglo VII, mandó este despacho al califa de Arabia cuando conquistó la ciudad: “He tomado una ciudad de la que solo puedo decir que contiene 4.000 palacios, 4.000 baños, 400 teatros, 1.200 verduleros y 40.000 judíos”. Alejandría fue un polo cultural y civilizatorio, y aunque la mayoría de la ciudad se hundió en el mar en el siglo VIII y perdió gran parte de su magnanimidad y bullicio, pasear por la tierra de Cleopatra o Cavafis sigue siendo un fin es sí mismo.
El malecón de Alejandría evoca a La Habana. Pero es tanto más extenso. El cubano son ocho kilómetros, el alejandrino, 20 kilómetros. Estos labios de Alejandría, que besan el mar desde hace miles de años, están copados de edificios altos, afrancesados, italianos, británicos. Todos miran al mar, atentos, sabedores de que de allí vinieron los peligros y las virtudes. Desde aquí se veía también el gran faro de Alejandría, de 120 metros de altura, fundamental en la defensa de la ciudad. Y el puerto, llamado “Eunostos”, que significa puerto “del buen regreso”. Y evoca un sentimiento que reluce aquí, la nostalgia, en latín nostos-“regreso” algia-“dolor”.
Antes de la llegada de Alejandro Magno, Alejandría era un pueblito pesquero. Él se fue, a continuar sus batallas, y nunca vio la ciudad en su esplendor. Solo volvió para ser enterrado, en algún rincón de esta ciudad todavía por descubrir. Su cuerpo fue, en primera instancia, llevado a Menfis, la primera capital del Antiguo Egipto, pero el sumo sacerdote se negó a recibirlo: “No lo coloquéis aquí (…) pues dondequiera que yazca su cuerpo, la ciudad estará intranquila, turbada por guerras y batallas”. Así que se lo llevaron, envuelto en oro, Nilo arriba, hasta las costas de Alejandría.
Y por fin, Cavafis, el poeta de cabecera de mucha gente que viaja, y habla de Ítaca y de regresar, ya saben. Aquí nació, aquí se puede visitar todavía su casa, una mansión del siglo XIX. “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/ pide que el camino sea largo/ lleno de aventuras, lleno de experiencias”, empieza el famosísimo poema. Y termina: “Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado/ Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia/ entenderás ya qué significan las Ítacas".
Alejandría es posiblemente una de las ciudades más literarias del mundo. Por su capacidad de evocación de otros tiempos. No se ve esa grandeza paseando hoy por sus calles, pero se sospecha, se respira, como el olor a sal en esta esquina oriental del Mediterráneo, nuestro mar interior, entre costas, entre tierras, dentro de nosotros, que somos tanta agua y sal. Y volvemos a él una y otra vez, a nuestro origen.
Síguele la pista
Lo último