Suiza: un recorrido que no olvidarás por pequeños pueblos con grandes encantos

La región de Friburgo atesora paisajes que comunican la tranquilidad del buen vivir y el placer del buen comer. Un recorrido por sus pequeños pueblos nos descubre el encanto del turismo a velocidad lenta.

Los pueblos con encanto más bonitos de Suiza para una escapada.
Los pueblos con encanto más bonitos de Suiza para una escapada. / Pedro Grifol

La ciudad de Friburgo es el punto de partida para un recorrido por algunos pueblos con encanto de esta zona de la Suiza Occidental. Esta pequeña ciudad es un tesoro medieval asentada sobre un peculiar tipo de piedra arenisca, llamada molasse, que le imprime carácter y color; de puentes de madera y de fuentes con estatuas cargadas de leyenda. Conviene empezar la visita en la parte alta: la Place de l’Hôtel-de-Ville, el lugar que fue elegido por los fundadores de la ciudad, los duques de Zähringen (1120), para unir los dos niveles que separa el río Sarine. Uno, extremadamente alto y rocoso; y otro, situado en la parte baja, en ambos lados de la orilla del río.

Puente de Zaehringen en Friburgo.

Puente de Zaehringen en Friburgo.

/ Pedro Grifol

En la parte alta, aparte de la obligada visita a la Catedral de San Nicolás, magnífico ejemplo de la arquitectura gótica con incorporación de preciosistas vidrieras de estilo art nouveau, encontramos las primeras curiosidades urbanas que, por únicas, más interesan al viajero. La primera es un bar —Le Tunnel—, donde puedes dejar pagado un café para alguien que esté más necesitado que tú; la segunda es tomar un cóctel en el Belvédère, un café desde donde se divisa la mejor panorámica de la ciudad.

En la parte baja —la basse ville— recomendable visitar dos museos: el Museo de Arte e Historia, que nos descubrirá impactantes imágenes religiosas, como la vitrina con el esqueleto de San Félix tuneado con oro, perlas y piedras preciosas, una de esas reliquias frikis de la religión católica que más dan que pensar… por algo Friburgo es la única ciudad que tiene universidad católica en toda Suiza.

El otro museo es el Espacio Jean Tinguely y Niki de Saint Phalle, donde las creaciones escultóricas con movimiento analógico de esta pareja de artistas suizos son dignas de ver en los tiempos de la inteligencia artificial.

Elaboración del queso gruyère.

Elaboración del queso gruyère.

/ Pedro Grifol

De la cultura del vidrio… y del queso

La primera parada elegida de nuestro viaje es Romont, un pequeño pueblo en lo alto de una colina que tuvo sus primeros vecinos en el siglo X, y que en el siglo XIII fue fortificado por el conde de Saboya construyendo un imponente castillo y amurallando la villa. El castillo es ahora un interesante museo dedicado a todo lo relacionado con el vidrio llamado Vitromuseo (vitromusee.ch), que hace del destino uno de los lugares clave en todo el mundo sobre este tema. Todo aquel empresario interesado en la materia debe conocer esta verdadera universidad del vidrio, y para cualquier turista neófito en la materia será un volcán de conocimiento sobre uno de los materiales más nobles y sostenibles de nuestro entorno. Visitar este museo es tomar conciencia de que mejor ¡nada de plástico!

Fiesta La Désalpe en Gruyères.

Fiesta La Désalpe en Gruyères.

/ Pedro Grifol

El centro urbano domina un entorno ondulado y verdeante, desde el que podemos divisar el monte Moléson (2.000 metros de altura), el punto más septentrional de los Alpes suizos y símbolo del cantón de Friburgo, al que se puede subir tranquilamente en una cabina de teleférico. Desde el Moléson siempre veremos los picos cubiertos de nieve de los Alpes, como el famoso Mont Blanc.

Redacción Viajar

Proseguimos viaje por una preciosa carretera rodeada de verdes campos salpicados por pequeños núcleos de granjas con sus típicas vacas blancas con manchas negras, conocida como la Ruta de Gruyères… porque, efectivamente, nuestro próximo destino será la encantadora localidad llamada Gruyères, patente demostración de que en Suiza siempre existe un lugar todavía más hermoso que el anterior. Gruyères es un pueblecito organizado a ambos lados de una oblonga plaza que va de punta a punta del pueblo. Aunque su nombre deriva de un ave —la grulla (grue, en francés)— el queso es su pasaporte en todo el mundo.

Por las calles de Gruyères.

Por las calles de Gruyères.

/ Pedro Grifol

Allí se produce el famoso queso homónimo del que podríamos contar aquí su historia… pero mejor que la cuente in situ un productor quesero, porque él hará que la visita tenga el aliciente de información gastronómica necesaria para poder degustar esa joya de la buena mesa llamada fondue moitié-moitié —mitad Gruyère, mitad Vacherin— en cualquiera de los restaurantes que jalonan la plaza del pueblo, especializados en elaborar este tradicional plato.

Vitromuseo de Romont.

Vitromuseo de Romont.

/ Pedro Grifol

Después de la parada reparadora, imprescindible visita al Museo de Hans Ruedi Giger, el creador de Alien, aquella criatura fantástica que surge del tórax de un astronauta poseído en la película Alien, el octavo pasajero, que realizó Ridley Scott hace más de cuatro décadas, donde aparecía aquel alienígena que aún sigue vivo entre los aficionados al cine de sustos.

Y llegamos a un paisaje de cuento… con cabañas cubiertas de ripias y verdes prados donde campa el ganado a su albedrío y garabateado con caminos por donde es posible hacer senderismo o, también, ver el paisaje desde el cielo colgado bajo la cúpula de un parapente, ya que es el punto favorito para los aficionados a este deporte.

Parapente en Charmey.

Parapente en Charmey.

/ Pedro Grifol

En la estación de montaña de Charmey también hay una quesería alpina en la que elaboran queso gruyère de forma tradicional sobre un fuego de leña, una actividad a la que nos podemos apuntar en el caso de que no nos sintamos con el ánimo de un audaz parapentista.

La casa del chocolate

El pueblo de Broc tiene una visita inolvidable, sobre todo si viajamos con nuestros hijos. No hay que reservar turno, aunque hay cola para visitar la casa madre del chocolate, la Maison Cailler, y propiedad en la actualidad del grupo Nestlé. François-Louis Cailler fundó la fábrica en el año 1819, considerándose hoy la marca de chocolate más antigua del mundo. Así que no hay que perderse el instructivo tour guiado por la historia de tan excelso producto… desde que el dios Quetzalcóatl inventó el cacao y lo regaló a la Humanidad como bebida estimulante y afrodisíaca. La visita tiene, además, un especial interés si participas en el taller de elaboración de bombones.

Bañera del hotel Auberge Aux 4 Vents de Friburgo.

Bañera del hotel Auberge Aux 4 Vents de Friburgo.

/ Pedro Grifol

La próxima parada es Rue. La ciudad —con categoría de ciudad (ville en francés)— más pequeña de Europa. Rue, que se menciona por primera vez como ville en el siglo XII, ahora cuenta con menos de 500 habitantes. Se construyó al pie de un peñasco sobre el que también se alzó un imponente castillo que, aunque ahora es privado, está totalmente operativo para visitar con cita previa; visita que merece la pena valorar porque en sus estancias descubriremos muchas de esas cosas que duermen apiladas en la polvorienta trastienda de los viejos y románticos anticuarios… aquellos que parece que no quieren vender nada por mor a su evocación sentimental. Totalmente fascinante. 

La otra curiosidad histórica de este castillo es que, en él, en 1634, se juzgó y se condenó a una bruja lugareña, que fue quemada in situ. Eso sí, la visita se hace descalzo —en calcetines— porque el suelo de madera ya no soporta ni un rasguño más.

Variedad lingüística

No olvidemos que estamos en Suiza, y que tiene cuatro idiomas oficiales: alemán, francés, italiano y romanche. Cada uno de ellos se habla en diferentes regiones y cada cantón tiene su idioma prioritario. Así que cuando llegamos a nuestra siguiente parada, que es Jaun, percibiremos que tenemos que cambiar el chip lingüístico porque allí se habla alemán, ya que es la única comuna de habla alemana de la región de Friburgo-La Gruyère. 

Iglesia católica de Jaun.

Iglesia católica de Jaun.

/ Pedro Grifol

Los lugareños dicen que la cascada que domina el aliciente más turístico del pueblo se encuentra en un campo de fuerza poseída por una extraordinaria energía positiva. A nosotros, humildes turistas, lo que más nos interesa es hacer la foto, percibamos (o no) la supuesta energía. La visita es libre y merece la pena sentarse un rato frente al violento torrente acuoso… a ver si la supuesta energía se manifiesta.

Junto a la cascada hay una vieja iglesia que alberga un museo llamado Cantorama, la casa del canto coral friburgués, donde los domingos se celebran conciertos.

La otra visita urbana interesante es el cementerio de la iglesia católica, con sus cartesianas hileras de cruces de madera talladas a mano por Walter Cottier, un escultor local que empleó medio siglo de su vida tallando cruces.

Rodeado de majestuosas cumbres como las de la cadena montañosa de los Gastlosen, Jaun ofrece una naturaleza intacta y maravillosas posibilidades de ocio. Un sendero panorámico conduce hasta un mirador con vistas a Grossmutterloch —el agujero de la abuela—, una ventana horadada en una gigantesca roca que ha dado para inventar más de una leyenda.

El lago negro

… Y llegamos a un lugar ideal para pasar una jornada de playa, ¡aunque estemos a los pies de las cumbres prealpinas! Se trata de Schwarzsee. Su altitud (a escasos 1.000 metros sobre el nivel del mar) posibilita el baño a partir de la temporada de primavera. La leyenda dice que las aguas del Schwarzsee (literalmente, Lago negro) quedaron de ese color después de que un gigante se lavara los pies en ellas… Pero no lo creas, sus aguas resplandecen cristalinas en distintos tonos, incluyendo el azul turquesa; aunque ¡están bien fresquitas! Rodeado de un entorno montañoso de gran belleza, el enclave ofrece muchas actividades lúdicas para pasar unas entretenidas jornadas practicando deporte, senderismo o simplemente abandonándose al relax.

Museo HR Giger de Gruyères.

Museo HR Giger de Gruyères.

/ Pedro Grifol

Mediante un telesilla se sube al Riggisalp (con 2.185 metros de altitud). Desde arriba se tienen unas maravillosas vistas de los Alpes friburgueses y también del propio lago. También es el punto de partida de las excursiones de montaña. Y desde la parte más alta del Riggisalp, reservado para los más audaces, se puede bajar en un endiablado tobogán llamado Monster-Trottikick… eso sí, con la respiración congelada.

También, a pie de orilla, hay un camino de cuatro kilómetros que permite dar un paseo alrededor del lago, con paradas como la visita a una gruta, a una pequeña cascada o recorrer el Camino de la Bruja, un sendero temático diseñado para los más pequeños.

Como la gastronomía no puede faltar en un viaje de placer, es muy recomendable cenar en un buen restaurante; y el SchwarzseeStärn, comandado por Hans y Sofie Jungo reúne todo lo necesario para el broche de oro de este viaje por los pequeños pueblos con grandes encantos de la región prealpina de Suiza. 

Síguele la pista

  • Lo último