Sicilia, la isla donde duerme el tiempo

Salpicada de palacios señoriales, ruinas clásicas ocultas entre pinos y playas salvajes que los parasoles de rayas intentan civilizar, Sicilia juega a ser un continente en pequeño, anclado en un mundo de nostalgia.

Un paseo por Sicilia, una de las joyas de Italia.
Un paseo por Sicilia, una de las joyas de Italia. / Rafael Bastante

En Palermo puede suceder que, un día, te inviten a cenar en casa de una princesa. De las de verdad. El hecho es extraordinario porque solo así se puede acceder a uno de esos palacios dignos de El Gatopardo, la inmortal novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y porque Italia hace muchos años que es una república. Pero en los salones decorados con frescos de la anciana anfitriona, donde sirven camareros vestidos con chaquetilla y guantes blancos, el tiempo parece haberse detenido. Lo mismo puede decirse de toda la isla. Muchos de sus enclaves más interesantes transportan sin aviso a los años 40 del siglo pasado, a un espacio de luz y autenticidad únicos. El propio Lampedusa lo tenía claro cuando escribió su frase más célebre: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

Un paseo por Sicilia, una de las joyas de Italia.

Scala dei Turchi, Sicilia

/ Rafael Bastante

Hace años que viajo a Sicilia con cierta asiduidad, y lo que no ha cambiado para nada es la escasa iluminación en la carretera que lleva del aeropuerto a la capital. En Italia, de noche, uno transita por lugares que parecen perdidos en medio del campo y, de repente, descubre que está en el centro de una ciudad. En parte es culpa de una geografía variable, donde las casas rodean las colinas y se esconden en los llanos.

Además, en Palermo alternan en una misma calle el edificio impecable de nueva construcción con el palacio vetusto, aquel donde la cortina revolotea sobre un balcón desconchado. La cena con la princesa transcurre con los postigos cerrados, para que no se cuele entre los platos la confusión de voces que proviene de la calle. Para llegar hasta el comedor ha sido necesario cruzar un sinfín de estancias comunicadas por grandes portalones que, si se dejaran abiertos, formarían un único pasillo de grandes dimensiones, estructura típica de los palacios sicilianos.

Más tarde, de vuelta a la condición plebeya, se confirma que Sicilia es la inventora del finger-food: todo el mundo se detiene en alguno de los muchos puestos callejeros que ofrecen delicias que se comen con las manos como los arancini, bolas de arroz que recuerdan la forma de una naranja y funcionan como bocadillos rellenos de cualquier cosa, desde queso fundido a maialino nero, el cerdo local que en su variante salvaje vaga libre por el Parque Natural Regional de Nebrodi. 

Arquitectura colosal

De día o de noche, la multitud confluye en la plaza barroca de Quattro Canti, cruce de la calle peatonal Maqueda con el Corso Vittorio Emanuele. Su imagen se inspira en las Quattro Fontane de Roma, pero en este caso se aprovecha el trazado de una vía original fenicia. Muy cerca, se eleva sobre las aceras el perfil de La Martorana, una iglesia de estilo arabonormando, reflejo de los muchos pueblos que han convivido en Sicilia; a Palermo se la conocía como “la ciudad de las 300 mezquitas” antes de convertirse en el año 1060 en el condado de Roger I el Normando. Roger fue tolerante con las etnias y las religiones, pero dejando claro quién mandaba.

Localidad de Caltabellotta

Localidad de Caltabellotta

/ Rafael Bastante

Por eso la arquitectura normanda tiende al gigantismo, como se aprecia en la Catedral, el Palacio de los Normandos o el magnífico Duomo de Monreale, apabullante por su despliegue de filigranas en pan de oro. En cambio, el alma árabe reside en el perfume y ajetreo de los mercados sicilianos. El más célebre de Palermo es el de Ballarò, meca de la comida para llevar. Docenas de puestos, colores y aromas se confabulan para provocar “l’imbarazzo della scelta”, el embarazo de elegir entre tanto y tan bueno. Y a precios tan asequibles que te hacen parpadear de sorpresa. Pero para una experiencia más intensa, conviene acercarse al mercado del Capo, con su eterna oferta… ¡de todo!

Vista de Ragusa Ibla

Vista de Ragusa Ibla

/ Rafael Bastante

La grandilocuencia también es la nota dominante en muchos edificios públicos civiles sicilianos, como el teatro Massimo u ópera de Palermo, que no solo es la mayor de toda Italia, sino la tercera del mundo en dimensiones. Su escalera es el escenario del dramático final de la trilogía de El Padrino filmada por Francis Coppola, acusado de humanizar demasiado a la mafia, además de provocar oleadas de visitantes en el pueblo de Corleone, visita que recomiendo evitar fervorosamente. El periodo más duro del crimen organizado se dio del año 1983 al 1993, destacando los asesinatos de los jueces Falcone y Borsellino. Para una visión menos épica que la de Coppola, pero más realista en cuanto a la influencia de aquel contexto en la vida cotidiana, vale la pena ver la película —luego serie de televisión— La mafia uccide solo d’estate, la mafia solo mata en verano, tejida con el hilo sentimental de la española Cuéntame, pero dejando las costuras de la corrupción a la vista. También ayuda la lectura de alguna de las novelas del comisario Montalbano, escritas por Andrea Camilleri.

Volcán Etna

Volcán Etna

/ Rafael Bastante

De Cefalú al Etna

Por mucho que Palermo sea una gran introducción y casi un resumen del alma siciliana, en la isla hay tanto por ver que conviene no retrasarse antes de lanzarse a la carretera. Partiendo hacia el este, la autopista se esfuerza a sorprender con puentes alucinantes, túneles y otras obras de ingeniería que superan la mayoría de accidentes geográficos. Pero si no hay prisa, lo mejor es circular por la estrecha carretera del litoral para ir descubriendo todos los azules del mar a cada curva e, incluso, el perfil de Cefalú. De centro peatonal, su nombre proviene de Cephaloedium, caballo en griego; la gran mole de piedra que protege la población por detrás, un acantilado de 300 metros conocido como La Rocca, recuerda con mucha imaginación la forma de un equino. Cefalú fue ciudad fortificada, y de aquel tiempo de asedios queda la Porta Pescara, que hoy da acceso a la playa, así como el duomo construido por Roger d’Hauteville como iglesia–fortaleza. La escalinata de enfrente, donde todos se sientan a consumir su granita di caffè con doppia panna, granizado de café con un montón de nata montada, aparece en el filme que despide la saga de Indiana Jones, por si le faltaba promoción al lugar.

Lido de Marzamemi

Lido de Marzamemi

/ Rafael Bastante

Desde Cefalú y siempre hacia el este, la carretera atraviesa poblaciones turísticas al estilo del siglo pasado: edificios bajos, playas de cantos rodados equipadas de sombrilla y hamaca por la que hay que pagar sí o sí y una total ausencia de tiendas cutres de souvenirs. Un buen ejemplo es Santo Stefano di Camastra, a donde el público local se acerca para comprar sus famosas cerámicas. Mirando al mar Tirreno desde el otro lado del asfalto, se suceden las alturas de las Madonie y Nebrodi, parques naturales que cubren de pinos lo que más abajo son plantaciones de olivos.

Lo curioso de Sicilia es que nunca se ven bancales que ayuden a salvar el fortísimo desnivel. Aquí los troncos de olivo se retuercen para agarrarse a un terreno pedregoso que desciende sin freno. Parece que, bajo la fina capa de tierra, se esconden grandes rocas. Quitarlas daba demasiado trabajo, si no es que se pudieran aprovechar para construir palacios como los que abundan en lo alto de los montes, en villas como Mistretta. Randazzo sería la excepción, ya que todo, de las aceras a las viviendas, está hecho con roca volcánica. En estos sitios es habitual que los autos se paren de pronto para saludar al vecino y mantener una animada conversación, sin importar lo más mínimo quien circule detrás. Aquí, tiempo y prisa son conceptos antagónicos. Muchas curvas más adelante asoma el Etna, que con sus 3.300 metros es el volcán activo más grande de Europa. En realidad, su altura es variable, porque los cuatro cráteres escupen fuego y rocas sin parar, modificándola. A pesar de tan fiera carta de presentación, el acceso es cómodo.

Vista de Cefalú

Vista de Cefalú

/ Rafael Bastante

Por la vertiente sur trepa un teleférico, al que se añade luego un 4x4 para aquellos que no quieran agotarse con la caminata. Los griegos ubicaron aquí la forja de Hefesto, herrero de Zeus. Otras referencias al mundo clásico, y en especial a la Odisea de Homero, se localizan en la costa este de Sicilia. Por ejemplo, en Catania. Según la leyenda, el cíclope cegado por el astuto Ulises lo persiguió hasta el mar, lanzándole grandes rocas para que no escapara. Los enormes pedruscos serían los Farallones de los Cíclopes, unos islotes puntiagudos batidos por las olas frente al pueblo de Aci Trezza. Tanto Catania como Taormina, al norte, y Siracusa, al sur, fueron fundadas por los griegos hacia el s. VIII a. C. En Catania no hay que perderse el vibrante Mercado del Pescado, situado junto a la catedral, así como el viaje en el tren Circumetnea, que como el nombre indica, circunvala el Etna traqueteando entre campos de coladas de lava. En cambio, en Taormina, mundana y siempre vestida de flores, es de una belleza absoluta el teatro griego con el Etna de telón de fondo y el Parco Duca di Cesarò, más conocido como Villa Comunale.

Piazza del Duomo de Siracusa, con la iglesia di Santa Lucia alla Badia al fondo

Piazza del Duomo de Siracusa, con la iglesia di Santa Lucia alla Badia al fondo

/ Rafael Bastante

Originariamente, este fue el jardín de Lady Florence Trevelyan, abierto al público en 1922 y lleno de fuentes y pabellones de gusto victoriano. Cuenta con el mejor mirador sobre este codiciado trecho de litoral. En cuanto a Siracusa, una de las polis griegas más ricas de la antigüedad, basta con vagar por las calles de la isla de Ortigia, origen de la ciudad, para sentirse en paz con el mundo: las plazas de trazado irregular aparecen tras la esquina con sus suelos relucientes como azulejos; los restos de templos clásicos se incorporan a las fachadas de las casas e iglesias; los bañistas toman el sol a los pies de los baluartes del Castello Maniace… El genio matemático de Arquímedes se desarrolló aquí, pero también el poder de sucesivos tiranos, como Dionisio. En tierra firme, en el Parque Arqueológico de Neapolis, una cueva conocida como La oreja de Dionisio funcionó como prisión, y gracias a su perfecta acústica, permitía a los guardianes enterarse de todo lo que contaban los penados. O al menos esa es la historia que hizo circular el pintor barroco Caravaggio. Y sí, también aparece en la última película de Indiana Jones. Conviene visitar la Neapolis al atardecer, para disfrutar de una mejor temperatura y de los matices que pinta el sol en las paredes de esta vieja cantera.

Taormina

Taormina

/ Rafael Bastante

Guiados por el barroco

El viaje prosigue ahora hacia la más impresionante muestra de arte barroco que se pueda imaginar, atravesando una amplia región que va de Caltanissetta a Marzamemi, donde crece el tomate Pachino, de aspecto parecido al de las cerezas y que tan bien combina con la mozzarella que se elabora en la misma zona. Un valle tan idílicamente sabroso parece hoy incompatible con la desgracia, pero en 1693 sufrió el terremoto más extremo registrado hasta la fecha, seguido de un tsunami devastador. De las ruinas surgió un movimiento de reconstrucción basado en el estilo barroco siciliano, caracterizado por su amor por la ornamentación exagerada y arabizante. Compacta y realizada en piedra caliza, Noto es una ciudad pasmosa, ejemplo de aquel renacimiento necesario. Las plazas se disponen a distintos niveles, como queriendo jugar con la perspectiva a medida que uno se desplaza.

Lo mejor está en lo alto, bajo los balcones de palacios como el de Nicolaci di Villadorata, poblados por docenas de seres imaginarios. Rivaliza Noto con Ragusa, donde los nobles querían reconstruir la ciudad en su antiguo emplazamiento, el monte Ibla, mientras la burguesía consideraba más seguro levantar una ciudad moderna en Ragusa Superiore. Así nació una urbe de alma dual, de grandes avenidas por un lado y de tortuoso trazado medieval por el otro, separadas por un barranco y unidas por los peldaños inacabables de la iglesia de Santa María delle Scale, donde se concentran los jóvenes por la tarde para tomar algo.

Después de esto, parecería que poco nos queda por ver, pero siguiendo la costa sur de Sicilia aún esperan Agrigento y el Valle de los Templos, diversas playas y un inacabable etcétera de atractivos. Si hubiera que escoger solo uno para cerrar esta ruta, mi recomendación sería la Scala dei Turchi, una playa bordeada de acantilados calcáreos que la erosión ha afinado hasta formar una serie de escalones. Para admirar esta maravilla natural al completo no hay más remedio que meterse en el mar. Y es que, en la vida como en los viajes, siempre hay un momento en que toca mojarse. 

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