Taprobane: la isla de Paul Bowles, por Luis Pancorbo

Mauny, un francés refinado, no paró hasta cumplir su sueño: poseer una isla en el Índico a la que llegar andando.

Ximena Maier

Para llegar a Taprobane, una isla de ensueño al suroeste de Sri Lanka, te pones el bañador y llegas tras recorrer menos de cien metros con el agua por debajo de la cintura. Otra posibilidad es alquilar la isla por dos mil dólares diarios, y disfrutar de la mansión, hoy un hotel de cinco habitaciones, que se hizo construir el conde de Mauny en 1927. Aparte de poder acercarse uno hasta el pantalán de la isla a pie o en elefante, también es factible dar una vuelta a la isla en barca.

Taprobane, una hectárea escasa repleta de vegetación, debe su nombre a Mauny, un francés refinado. No paró hasta cumplir el sueño más extraordinario: poseer una isla en el Índico a la que llegar andando. Yo al final hago un bojeo de la isla en una barca de pescadores de la costa de Weligama. Voy en la St. Calms, patroneada por Chamaz, un joven dinámico que lo mismo lleva un motor de cuarenta caballos como se sube a pescar a un palo hincado entre las olas. Él y sus paisanos parecen más bien faquires, o penitentes, encaramados a una especie de zancos para echar desde allí el anzuelo.

Maurice María Talvande, el falso conde de Mauny, era el arruinado hijo de un banquero que tuvo que trabajar como empleado del señor Lipton, el magnate del té. Pero Mauny se rehízo y consiguió comprar su isla ideal convirtiéndola en un paraíso anfibio al que contribuyeron sus compañeros del alma Raman y Gómez. La isla se llama Galduwa, roca en cingalés, pero Mauny la bautizó Taprobane por figurarse que tenía la misma forma que Ceilán (o Taprobane, el nombre que le dieron los griegos). "No había nada entre mí y el Polo Sur", escribió con añoranza Mauny en Los jardines de Taprobane (1937). Era como una Arcadia para resistir la fealdad del mundo. Mauny ideó una casa octogonal, sin paredes, bajo una bóveda, o un loto, de diez metros de altura, así hay vistas por todos lados. Y balaustradas con pavos reales, y paredes de color eau deNil, el más delicado verde pálido, y muebles de teca birmana... Y en el jardín, oleandros, orquídeas, drácenas y crotones... Y para desayunar, papayas del árbol, entre cantos de orioles y cuervos que no paran.

No es extraño que cuando Paul Bowles, en su nomadeo por Asia desde Tánger, dio con la isla en venta no pudo resistir el canto de sirena. Bowles compra la isla Taprobane en 1951 por 5.000 libras esterlinas. Y en la casa octogonal se instala con su mujer, Jane, y sus dos amigos marroquíes Ahmed Yacoubi y Mohamed Temsamany. Fueron felices sobre todo desde que consiguieron un buen cocinero para la casa. El cuarteto resistió luego con sus más y sus menos hasta que se separaron, aunque a su manera: Jane, que odiaba bastante a los murciélagos que salían al atardecer, se fue con Mohamed a Tánger, y Paul se quedó con Ahmed. Cuatro años después Bowles vendió la isla de sus sueños a otro escritor, el irlandés Shaun Mandy. Pero Bowles la había aprovechado habiendo escrito allí La casa de la araña. Luego se consolaría de Taprobane viviendo en Tánger hasta su muerte.

Hoy la isla es propiedad de Geoffrey Dobbs, un millonario australiano. Lejos quedan Mauny, Bowles, Mandy, incluso Ondaatje (El paciente inglés), que poseyeron o visitaron ese lugar único. A Dobbs, que últimamente tiene prohibida la entrada en Sri Lanka, lo que le divierte es un deporte local, el polo con tuk-tuks, es decir, con motocarros. Lo cual difiere de cuando Bowles iba caminando desde su isla a los poblados costeros a ver danzas del diablo. Mientras los criados le llevaban ropa seca.

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