En los oasis de Marruecos: paraísos en peligro de extinción
M’Hamid El Ghizlane, el más lejano de los oasis del valle del río Draa, parece un escenario de película apocalíptica en el que solo quedan 8.000 almas. Así es su odisea de sequía en la zona.
Los oasis del mundo se enfrentan a una batalla existencial contra el cambio climático: en las últimas décadas, el aumento de las temperaturas y las actividades humanas han causado una combinación mortal de sequías y desertificación que ha afectado dramáticamente a este ecosistema y a esta forma de vida únicos.
La tendencia es particularmente aguda en el norte de África, una de las regiones más secas del mundo, donde las temperaturas podrían subir hasta cinco grados centígrados para el año 2060. Solo Marruecos ha perdido dos tercios de sus oasis en solo un siglo, y el número de palmeras en el país ha caído de 15 millones a poco más de seis.
M’Hamid El Ghizlane, el más lejano de los oasis del valle del río Draa antes del Sahara y símbolo en su día del floreciente comercio de dátiles de la zona, parece un escenario de película apocalíptica. Hogar de solo 8.000 personas, en las últimas décadas la superficie del oasis se ha reducido en dos tercios, y lo que queda está siendo literalmente engullido por el desierto. “Todo se está convirtiendo en un cementerio”, denuncia Halim Sbai, activista medioambiental de 51 años. “Cuando era niño, teníamos palmeras, árboles frutales, verduras… No podía ni ver la casa de nuestro vecino por toda esa vegetación. Ahora solo quedan troncos muertos”.
Hasta principios de los años 90, M’Hamid solía tener cuatro estaciones. Las lluvias eran regulares en invierno, y en otoño el lugar estaba lleno de trabajadores temporales y nómadas que venían del desierto para la temporada de cosecha de dátiles. Camiones llenos de dátiles partían a diario hacia grandes ciudades como Marrakech o Casablanca. Una vez que terminaba la temporada, las familias lo celebraban con bodas y banquetes. “Ahora lo único que podemos hacer es rezar para que termine esta sequía”, explica uno de los ancianos del oasis.
Los oasis albergan a más de 150 millones de personas en todo el mundo y constituyen la primera y más importante barrera ecológica contra la desertificación. Su desaparición también eliminaría a una civilización cuyas enseñanzas, desde la gestión del agua hasta las técnicas agrícolas y arquitectónicas, tienen un valor incalculable para adaptarse al cambio climático.
Los oasis se basan en un sistema agrícola único centrado en las palmeras, que proporcionan dátiles, el principal producto de los oasis, y sombra de los rayos del sol, reteniendo la humedad necesaria para cultivar huertos, hortalizas y cultivos forrajeros debajo de ellos. Comparten el agua entre parcelas y hogares en forma rotativa, extrayéndola de ríos, lagos o manantiales lejanos a través de una intrincada serie de antiguos canales subterráneos que aprovechan la inclinación y evitan la evaporación.
Estrategias durante las sequías
Durante milenios, los oasis fueron un símbolo viviente del ingenio humano y el desarrollo sostenible. Sus habitantes pudieron prosperar en un entorno completamente creado por el hombre, y en medio de algunos de los climas más hostiles del mundo, utilizando sus recursos limitados en todo su potencial. Las sequías siempre fueron parte de la vida en los oasis, pero sus patrones cíclicos anteriores permitieron que las comunidades las soportaran almacenando alimentos y administrando cuidadosamente los recursos hídricos. Ahora, el cambio climático está interrumpiendo ese patrón natural al aumentar las temperaturas y prolongar las sequías. La actual se prolonga desde 2014 obligando a innumerables familias a abandonar progresivamente sus huertas, parcelas y palmeras.
La falta de perspectivas económicas está obligando a las familias a emigrar a las grandes ciudades para trabajar en la construcción, o como mano de obra temporal en hoteles y restaurantes. Hoy en día, cientos de aldeas de oasis yacen abandonadas, derrumbándose bajo el peso de las dunas que avanzan. Caminar entre sus ruinas es como presenciar la desaparición a cámara lenta de toda una civilización.
En M’Hamid, los que quedan tratan de ganarse la vida con el turismo, la única actividad económica viable que queda en la región. Innumerables agricultores se han convertido en guías autodidactas para los visitantes deseosos de experimentar el desierto cercano, pero el sector no es lo suficientemente grande para sustentar a toda la región. Además, la proliferación de hoteles está agotando aún más los recursos hídricos. Sbai, un guía turístico a tiempo parcial, es cauteloso acerca de sus perspectivas. “Los oasis son un ecosistema frágil. El turismo tiene que estar bien regulado; de lo contrario, solo acelerará la muerte de este lugar”, explica.
Si bien los oasis ubicados más cerca de las fuentes de agua aún se pueden salvar, en M’Hamid la sequía ha degradado los palmerales hasta el punto de que cuidarlos se ha vuelto casi imposible. Sbai está tratando de salvar al menos la rica historia del oasis, que todavía se transmite oralmente de una generación a otra a través de canciones y poemas centenarios. Cada fin de semana, decenas de niños y adolescentes de M’Hamid se reúnen en la escuela de música de Sbai para cantar y aprender sobre ellos. “Trabajamos sobre nuestro patrimonio inmaterial. Es el primer paso a dar”, explica Sbai. “De lo contrario, los jóvenes nunca sabrán lo que es un oasis”.
A pesar de los desafíos, Sbai todavía tiene esperanzas ante el futuro. “Va a ser un esfuerzo a largo plazo, pero me encanta ver la sonrisa en los rostros de mi gente”, explica. “Para salvar los oasis, primero debes cuidar a los seres humanos que viven allí. Son los soldados de a pie en esta batalla contra la desertificación, y el Sahara es un enemigo rápido”.
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