Numancia, un paseo por la ciudad indomable
Desapercibido y a veces olvidado, este yacimiento arqueológico de Soria es uno de los más significativos de la humanidad.
Fue uno de los episodios bélicos más asombrosos de la Antigüedad, el de la resistencia épica de Numancia, una modesta ciudad celtíbera que hizo temblar los cimientos del todopoderoso Imperio Romano. La tenaz y obcecada población que prefirió el suicido a la rendición, que optó por ser quemada por las llamas antes que vencida por las armas.
Lo que hoy queda de esta historia es un yacimiento en el Cerro de la Muela, en Garray, a siete kilómetros de la ciudad de Soria, en el mismo lugar donde Escipión, avalado por un ejército descomunal, decidió someter el lugar. Su objetivo era asediarlo de tal manera que resultara humanamente imposible burlar el cerco.
Corría el año 133 antes de Cristo cuando el gran general romano, cansado de los veinte años de derrotas en este enclave, entendió que la victoria no se hallaba en el campo de batalla sino en el corazón de la misma Numancia, a la que habría de asfixiar hasta la muerte. Así, optó por bloquearla con nada menos que siete campamentos unidos por un muro y apoyado por torres, fosos y empalizadas. Ni siquiera era posible atravesar el Duero porque incluso el paso del río estaba controlado con un rastrillo de afiladas púas. Nada, entonces, quedaba por hacer más que esperar hasta el desgaste total.
Trece meses duró el sitio a los bravos numantinos, que resistieron en condiciones infrahumanas, aguantado de forma heroica hasta el último aliento. Trece meses tras los cuales, exhaustos de hambre y enfermedades, decidieron incendiar la ciudad para no caer en manos de los romanos. Lo que Escipión encontró al entrar fue muerte y devastación. Un final de valentía y dignidad que alimentó su leyenda.
La Numancia de los celtíberos fue destruida al tiempo que nacía otra Numancia: la del ideal, la del símbolo de la libertad, algo que ha sido empleado a lo largo de los tiempos por todas la ideologías. Hoy, cuando se han cumplido más de 2.150 años, el episodio no sólo representa esta gran gesta sino que tiene, además, un valor subjetivo: el de la rebelión del pequeño contra el grande, el de la defensa de los derechos humanos. Numancia, aquella rara avis que se enfrentó sin fisuras a Roma, se ha erigido para siempre en icono de la resistencia, de tal forma que su nombre está ligado a este concepto, como bien se utiliza en el mundo deportivo.
Por todo ello, pasear hoy en día por estas ruinas sorianas es revivir este acontecimiento histórico, rememorar las consecuencias (en la estrategia de combate, en la organización social y hasta en el calendario) que tuvo para la humanidad. Porque puede que este yacimiento no sea el mejor conservado, pero de lo que no hay duda es de que goza de una importancia cultural única.
Numancia es una perita en dulce para los arqueólogos de todo el mundo desde su primera gran excavación, en 1906, a cargo del especialista alemán Adolf Schulten. Unos trabajos que, cien años después, continúan con un equipo de investigadores que descubren cada vez algo nuevo. Para los visitantes de a pie es también una maravilla no sólo por cuanto significa sino también por su magnetismo.
Recorrer este yacimiento supone visitar las dos casas (una romana y otra celtibérica) reconstruidas a partir de objetos encontrados. También profundizar en los hallazgos antropológicos que tan valiosa información aportan. Y sobre todo, imaginar cómo era la vida antes y después de la conquista. Una lección que está complementada con maquetas, réplicas y explicaciones guiadas a cargo de expertos. Incluso tres veces al año (finales de marzo, finales de julio y finales de septiembre) tiene lugar entre estas piedras una fiel recreación histórica de la mítica caída de Numancia.