Copenhague, el encanto del norte

A medio camino entre la Europa Central y la del Norte, la ciudad de Copenhague es, pese a sus dimensiones, un vital núcleo de comunicaciones del Báltico que, desde hace algo más de una década, se ha convertido, además, en un importante laboratorio de tendencias de arte, diseño, arquitectura y gastronomía.

Álvaro Leiva

En cuanto el sol toma un poco de fuerza, Copenhague se convierte en otra ciudad, muy diferente en ambiente y escenografía a la que experimentan aquellos viajeros que se aventuran en el gélido invierno de la Europa del Norte. La capital danesa, con la llegada de la primavera, y sobre todo durante el verano, confunde los sentidos, incluido el común, y para el ajeno, para el visitante ocasional, lo más sencillo es perder la capacidad de orientación espacial hasta el punto de que, por momentos, uno no sabe si se encuentra junto al Mar Báltico o es el Mediterráneo el que riega los canales de esta encantadora capital de un millón y medio de habitantes. Oleadas de caminantes y ciclistas invaden hasta el último rincón de los barrios del centro, en una suerte de anhelo colectivo, se diría casi voluptuoso, para apropiarse de esos lugares expuestos al aire libre que han permanecido inaccesibles durante tantos meses.

Restaurantes y bares sacan sus mesas a la calle; las tiendas crean escaparates callejeros con sus productos, en una especie de mercadillo adosado a la propia tienda, intentando atraer de esa forma a una clientela que evita a toda costa los espacios cerrados; los parques, jardines y canales de la ciudad se convierten durante unos meses en la segunda casa (casi se diría que la primera) de sus habitantes, intentando aprovechar hasta el último rayo de luz de cada día, incluso de cada noche: a finales de junio el sol se pone hacia las 22 horas y sale a las 4.30 de la madrugada.

La primera zona peatonal del mundo. El más querido de esos espacios verdes es el Tivoli, parque de atracciones de aire inconfundiblemente retro (fue creado en 1843), por más que en los últimos años se hayan instalado algunas trepidantes diversiones, al estilo de los grandes parques temáticos del resto del planeta. Los preciosistas restaurantes y terrazas de este lugar han sido decorados al estilo de culturas lejanas (en distancia y tiempo), y los platos que se sirven en muchos de ellos intentan prolongar esa sensación de exotismo. Desde luego, son un punto de encuentro fundamental para los habitantes de Copenhague y sus visitantes ocasionales, que descubren entre los paseos arbolados y las atracciones del parque el hondo sentido lúdico de los daneses.

Todos, más pronto que tarde, acaban en Strøget. Zona que abarca la mayor parte del centro histórico y que es, probablemente, la superficie peatonal más larga del mundo y, sin duda, la primera -se creó en el año 1962-. Con punto de partida en Rådhuspladsen (la plaza del Ayuntamiento) y final en Kongens Nytorv (la del Rey), la zona está conformada por cinco calles y sus correspondientes plazas, y en sus más de 1.100 metros de longitud se concentra la mayor cantidad, variedad y calidad de tiendas de toda la capital danesa. También bares, restaurantes, pubs de estilo irlandés y algún que otro museo, como el de las tiendas Georg Jensen (con atractivos objetos de plata y joyas) y W.O. Larsen (éste con pipas y otros artilugios de fumador), o una sucursal del curioso Museo Guinness de los Récords (Østergade, 16).

El éxito de otra empresa cervecera -ésta autóctona- es el responsable de la creación de la que, sin duda, es la colección de arte y arqueología más valiosa de Copenhague: la Ny Carlsberg Glypotec, ideada y financiada a finales del siglo XIX por Carl Jacobsen, hijo del fundador de la célebre marca del elefante. El museo que acoge su legado está dividido en tres secciones principales: Colecciones de la Antigüedad, Arte Francés y Arte Danés y, entre las obras maestras, destaca el amplio muestrario de esculturas egipcias, griegas y romanas, pinturas de Gauguin, Manet y Van Gogh, o una de las jóvenes bailarinas de Degas, en forma de realista escultura.

Pero, sin duda, la escultura más conocida de Copenhague es La Sirenita. Sorprende la escenografía que rodea el símbolo por definición de la capital (podría decirse también que del resto de Dinamarca). La estatua en bronce, que conmemora el célebre personaje creado por Hans Christian Andersen, está al borde del mar, con un fondo de naves portuarias, cargueros y barcos mercantes. No se espera un emplazamiento así, sobre todo cuando antes se ha comprobado el mimo que le dedican otras ciudades del planeta a sus símbolos, con marcos arquitectónicos o paisajísticos creados ad hoc. Sea como sea,es casi obligado peregrinar hasta ella, aunque solo sea por captar con la cámara la lánguida sonrisa de esta imagen creada por el escultor Edvard Eriksen y maravillarse de que todavía permanezca ahí, a pesar de reiterados ataques vandálicos -ha sido pintada en numerosas ocasiones, cortada su cabeza y uno de sus brazos, arrancada de su pedestal con dinamita...-.

Junto a La Sirenita está el parque Churchill, donde hay algunos monumentos, entre los que destaca el Kastellet, es decir, los bastiones en forma de estrella de cinco puntas de lo que fuera una fortaleza mandada construir por el rey Christian IV en la primera mitad del siglo XVII. A ese rey debe la ciudad de Copenhague varios de sus principales reclamos arquitectónicos, entre ellos el cercano castillo Palacio de Ronsenborg (de la Rosa), que fue residencia real y uno de los exponentes más atractivos del Renacimiento danés. Aun así, el palacio real más célebre de la ciudad es el complejo de Amalienborg, cuatro edificios construidos un siglo después en un estilo rococó muy versallesco: el de Christian VII (o Palacio Moltke), el de Christian VIII (o Palacio Levetzau), el de Federico VIII (o Palacio Brockdorff) y el de Christian IX (o Palacio Schack), que es donde reside la reina Margarita. Todos distribuidos en torno a una plaza octogonal plenamente integrada en la vida de la ciudad.

Una ciudad que marca tendencia. Muy próximo a este complejo real se encuentra una de las estampas más características de Copenhague: el canal Nyhavn. Se construyó en el siglo XVIII, a modo de puerto, para que las mercancías traídas por barcos llegados desde el continente y los vecinos países del norte pudieran acceder fácilmente al centro de la ciudad. Hoy esa función ha quedado relegada, no así el encanto de este lugar, donde se localizanalgunos de los restaurantes y hoteles más clásicos de la capital danesa y que, con la llegada del buen tiempo, llenan de terrazas el entorno.

Hasta aquí, la Copenhague más clásica. Pero si algo caracteriza a esta ciudad es su capacidad de regeneración y de crear tendencias. A veces no exentas de escándalo. Ocurrió en el año 1970, cuando un grupo de vecinos de la zona de Christianshavn decidió tomar unos terrenos liberados por el ejército para fundar la ciudad libre de Christiania: autogestionada, con sus propias leyes y con un incontestable afán libertario. A lo largo de décadas, los diferentes gobiernos municipales y estatales han intentado poner coto al movimiento (germen de los modernos okupas) y de controlar el evidente tráfico de drogas que se ha producido en sus calles. Calmados los ánimos hasta cierto punto, hoy el barrio se ha convertido en un reclamo turístico más (aunque, una vez que se traspasa la frontera no está permitido realizar fotografías).

Un túnel, dos países. Encontramos otro ejemplo de regeneración en Vesterbro, el dédalo de calles que confluyen en la avenida Vesterbrogade. De antiguo barrio chino y, por tanto, zona bien poco recomendable para visitantes y autóctonos, por obra y gracia de la Capitalidad Cultural Europea que detentó la ciudad en 1996 se transformó en una zona de tendencia. La culpa la tuvo el centro Øksnehallen, en lo que fue un antiguo mercado de ganado, reconvertido en uno de los espacios expositivos más importantes de Dinamarca y un laboratorio de tendencias artísticas. Así, esta es la sede oficial de la muestra anual de la World Press Photo. En torno a este centro han prosperado, en las últimas décadas, hoteles de diseño, restaurantes de fusión, tiendas de moda... Es decir, un polo de atracción para buscadores de lo último, artistas consagrados y en ciernes y fashion victims en general.

Cuatro años más tarde de la Capitalidad Cultural, la ciudad se dotó de otro hito, esta vez en forma de ingeniería. Una obra que ha hecho mucho más por la unión entre Dinamarca y Suecia de lo que hubieran logrado hasta ese momento tratados internacionales y una prolongada historia común: la inauguración del puente y túnel de Øresund, en el año 2000, que conecta por carretera y ferrocarril las ciudades de Copenhague y Malmoe, en Suecia. Esta obra, con una longitud aproximada total de 15 kilómetros, ha influido de tal forma en la vida de ambas ciudades que hoy podría decirse que una y otra forman parte de una misma entidad metropolitana.

Y esto se traduce en unincesante intercambio cultural y comercial, que ha revitalizado numerosas zonas de la capital danesa. Como la isla de Holmen, presidida desde 2005 por el nuevo edificio de la Royal Opera House (Operaen), en una zona donde las artes escénicas tienen el máximo protagonismo, pues aquí se concentra una buena parte de los teatros estatales de la capital.

Las livianas formas de este nuevo templo musical, que se ha transformado en la sede principal de la Ópera Real Danesa, están firmadas por el arquitecto danés Henning Larsen y han servido de acicate para la construcción de nuevos edificios de uso público (como oficinas y hoteles) y originales viviendas particulares que están convirtiendo la ciudad en uno de los laboratorios de arquitectura y diseño más interesantes de Europa. Como vemos, en Copenhague la primavera es un concepto que sobrepasa las cuestiones climáticas.

El mejor restaurante del mundo

No se conocía tanto de la alta cocina danesa en el resto del planeta hasta que entró en escena Noma, con su cocinero René Redzepi a la cabeza, para lograr lo que hasta hace tan solo unos años resultaba impensable: arrebatar el cetro de mejor restaurante del mundo a El Bulli. Ocurrió en la votación San Pellegrino de la revista británica Restaurant de 2010. En la edición de 2011 volvió a ser merecedor de tan prestigioso reconocimiento. El local, con su decoración sencilla, minimalista más bien, se sitúa en un antiguo almacén de sal, junto al puerto. Un marco ideal para que todo el protagonismo (y la atención de los comensales) se lo lleve la innovadora gastronomía. En la mesa se pretende potenciar la calidad de los ingredientes locales (como una reivindicación de sostenibilidad y ecología), así como la brillante creatividad que Redzepi asimiló tras su paso por la factoría Adrià.

Para degustar su extenso menú (unos 200 euros, bebidas aparte) conviene reservar con mucha antelación (incluso varios meses) y no mirar demasiado la cartera. Pero se trata de una experiencia que merece la pena disfrutar al menos una vez en la vida y que se ha convertido en uno de los mejores reclamos de la capital danesa (Noma. Strandgade, 93. Tlf. 00 45 32 96 32 97 y www.noma.dk).

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