24 horas en Burgos
Un día en Burgos da para muy poco, o para mucho, según se mire.
A Burgos no solo se viene a comer y a ver la Catedral. La ciudad castellano leonesa exhibe demasiadas tentaciones como para disfrutarlas todas en tan solo veinticuatro horas. Nos falta tiempo. Pero si solo disponemos de un día conviene no perderlo y empezar desde bien temprano con un pantagruélico desayuno en alguna de las muchas cafeterías que miran al delicioso Paseo del Espolón, cuyos jardines, esculturas y templetes miran a las riberas del río Arlanzón.
Con el estómago lleno las cosas se ven bien distintas y es hora de entrar a la ciudad por el arco de Santa María hasta la plaza de San Fernando que a esa hora de la mañana está animada de visitantes que esperan entrar en la Catedral.
Antes de entrar en ella conviene conocerla por fuera. El gran templo burgalés, una de las joyas del arte gótico español, nos deja con la boca abierta desde la portada principal por sus dos altivos campanarios, coronados por sendas agujas y cresterías góticas. Por dentro el recorrido nos conduce hasta las principales capillas o a elementos tan simpáticos como el Papamoscas, ubicado a los pies del templo, que abre la boca mientras marca las horas en el interior del templo. No se puede abandonar la Catedral sin antes visitar las capillas del Condestable y la de Cristo de Burgos, además del claustro y los museos religiosos que lo rodean.
La iglesia de San Nicolás de Bari se halla tan cerca de la Catedral que es un delito no visitarla, aunque solo sea por admirar su hermoso retablo renacentista labrado en piedra, obra de finales del siglo XV de Simón de Colonia. San Nicolás se halla a un lado del Camino de Santiago que discurre por el interior de la capital burgalesa. Desde aquí las calles se estrechan y se acomodan al desnivel del cerro del castillo. Hay que trepar por ellas hasta alcanzar el CAB, el Centro de Arte Contemporáneo de Burgos, un moderno cubo que sobresale de entre el caserío popular y desde cuya terraza se disfruta de una de las más bellas panorámicas de la ciudad.
Al lado del CAB está la iglesia de San Esteban y de ella parten los senderos que suben hasta los restos de la primitiva fortaleza burgalesa.
Tanto paseo nos ha dejado con el estómago vacío. Es hora de descender a la ciudad baja y buscar asilo gastronómico en alguno de los hospitalarios mesones que abren alrededor de la Plaza Mayor, configurada en el siglo XVIII en tiempo de Carlos III. A Burgos se viene a comer morcilla con arroz y sustanciosos asados de cordero lechal o cochinillo. Es una obligación maridar estos manjares con algún vino de la Ribera del Duero.
La tarde en Burgos es una incitación a pasear el centro de la ciudad. La Plaza Mayor es un buen punto de partida hacia la Plaza del Mío Cid, la gran escultura en bronce del caballero castellano situada frente al Teatro Principal. La Casa del Cordón, ubicada en la calle Santander, se ha convertido en uno de los centros culturales más activos de la ciudad. Sus exposiciones temporales acercan Burgos a la realidad de la sociedad y del arte contemporáneo mundial. Una vez fuera nuestro deseo de adquirir recuerdos de la ciudad nos llevará hasta las calles comerciales de la Moneda y de Laín Calvo, esta última salpicada de tiendas gourmet donde adquirir la mejor gastronomía de la provincia.
Veremos atardecer y nos gustará recluirnos en las tabernas más típicas de la ciudad, situadas entre las calles Avellanos y Huerta del Rey. Todas ellas poseen deliciosas bodegas con primeras marcas de Ribera del Duero. Y junto a sus cartas de vinos figuran tentaciones culinarias, algunas de sofisticada y moderna gastronomía, que saciarán nuestra sed y nuestro apetito.
Burgos es una ciudad para caminarla despacio, sin prisas y con los sentidos muy abiertos. Nada mejor que terminar el día, cuando la noche se ha echado y reina la oscuridad entre las agujas de su Catedral gótica, asomados una vez más a las riberas del Arlanzón donde sus aguas, procedentes de la cordillera cantábrica, nos incitan a quedarnos aquí un día más.
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