Essaouira: todo el sabor de Marruecos con las mejores playas atlánticas

Al oeste de Marruecos, y frente al Atlántico, ha hechizado a Ridley Scott, a Orson Wells, y a Jimmy Hendrix. Essaouira, un remanso de paz que se mueve a ritmo de la música Gnaua, es el santuario de los zocos, la ebanistería de tuya, los cafés al aire libre, los artistas, los orfebres de plata, y los amantes del surf.

StreetFlash

Entre vientos alisios, y tonalidades azules, la hechicera Essaouira fascina frente al Atlántico de Marruecos. Sus fortificaciones ocres rosadas, sus blancas casas, sus señoriales riads, su perfume a madera de tuya, sus rincones, sus doradas playas, y su hospitalidad, seducen de tal manera, que las horas se vuelven intemporales en esta mítica ciudad.

Irene González G&S

Essaouira, al son de la música Gnaua, está cuajada de artistas, de orfebres, de artesanos, de ebanistas, de escultores de pescadores, de surferos y de comerciantes que venden productos tan extravagantes como tentadores Por la legendaria Mogador, declarada hace casi 20 años Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, han pasado fenicios, romanos, mauritanos, portugueses y franceses.

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El rey Juba II, el famoso constructor de la insuperable ciudad de Volubilis, desarrolló una potente industria de salazón, y del púrpura, extraída de una concha, el murex, que la hizo deseada.

El color púrpura, al igual que hoy en día, tuvo en tiempos mucha importancia porque era símbolo de poder, por lo que era muy apreciado y popular entre la aristocracia. Este remanso de paz se ha visto alterado por el rodaje de Juego de Tronos, el Othello de Welles, o del insuperable Reino de los Cielos de Scott. El bullicio multicolor de su medina es una sorpresa continua, tanto por las espléndidas mansiones de antiguos cónsules, como por sus talleres y galerías de arte.

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Y como no, por su mágico y exótico zoco, donde la fragancia de las especias, y los aromas de la madera de tuya que los ebanistas miman hasta transformarla en todo tipo de objetos, embriaga. Con su color rojo oscuro, sus vetas doradas, y su olor intenso, la tuya se trabaja en exclusiva en Essaouira, desde la antigüedad. Al igual que las joyas de plata, que famosas por su calidad, finura y creatividad, se elaboran tal y como lo hacían los orfebres judíos en el XVIII.

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Y sus especias y tejidos, que se amontonan en tenderetes, son todo un espectáculo para la vista y el olfato. También en el zoco, los artesanos de instrumentos musicales revelan una maestría única con el laúd, el tamboril, las castañuelas, y sobre todo el gumbri, básico en la música y el baile gnaua. Porque Essaouira es el epicentro de este estilo musical de reminiscencias subsaharianas, uno de los principales del folklore de Marruecos.

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Los gnaua son los descendientes de los esclavos que los gobernantes árabes y bereberes de los actuales Argelia y Marruecos, reclutaron en diferentes regiones del África occidental para sus ejércitos, y para que construyeran sus ciudades y fortalezas. Todos los año se celebra, a principios de verano, el Festival Gnaua donde los grandes maestros transportan al publico sobre ritmos místicos, con los que muchas veces, entran en trance.

Tan codiciada fue la mítica Mogador, que está rodeada de imponentes bastiones defensivos, cuajados de murallas almenadas, y cañones que se pueden recorrer a través de su interminable paseo marítimo. La Plaza Moulay Hassan, en el núcleo de la medina, cerca de las murallas y del puerto, es el corazón palpitante de la ciudad.

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Tomar un té a la menta en cualquiera de sus cafés al aire libre, es una delicia para observar el pausado vaivén de los paseantes. E imprescindible asomarse al Museo de Sidi Mohammed Benabdallah, donde además del importante patrimonio artesano de la ciudad, se encuentra toda la historia de la región desde tiempos prehistóricos. Frente a la costa de la ciudad se alzan las islas Púrpuras, un santuario de aves cuajado de magia, que se hizo famoso por la industria del tinte púrpura.

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Formadas por dos islas principales y pequeños islotes, en ellas vivieron los fenicios en el VII a de C. En la más grande, la llamada Isla del Faraón, donde hay una prisión abandonada, una mezquita y una imponente fortificación, se reproduce el protegido halcón de Eleonora. Pero sin duda, uno de los grandes placeres de esta ciudad de pescadores, es su parrillada de sardinas en el mismo puerto.

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Sobre mesas de plástico, al pie de un fortín portugués del XV, y entre redes, nansas y barcos que están siendo calafateados, se comen las mejores sardinas del mundo. Otra delicia son sus infinitas playas, únicas para pasear, el baño, o practicar surf en todas sus modalidades. Y es que, esta hechicera ciudad, posee una costa con los mejores enclaves de surf, del mundo.

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