Las otras Islas Griegas

Con 227 islas habitadas en dos mares, el Jónico y el Egeo, Grecia tiene mucho más que ofrecer que el puñado de las más conocidas y visitadas. Bajo el manto de la masificación perviven paraísos naturales como Zakhyntos y Cefalonia, ciudades históricas y cotidianas como Ermoupolis en Syros, santuarios religiosos como Patmos, entornos tradicionales como Lesbos o simplemente retiros ideales como Folégandros y Skópelos.

Navagio
Navagio

Syros, la sorpresa de las cícladas.

En un archipiélago donde se encuentran dos de las islas más conocidas y visitadas de Grecia, Mikonos y Santorini, Syros aporta un refrescante toque de autenticidad.

La capital administrativa de las Cícladas no tiene el turismo como único cultivo y mantiene una vida propia independientemente de la temporada. Su capital, Ermoupolis, es una de las ciudades insulares más interesantes de Grecia. Antes de su fundación, en el siglo XIX, Syros era una isla olvidada y acosada por los piratas, con la particularidad de ser un enclave católico en una región mayoritariamente ortodoxa. Pero la guerra de la independencia (1821-1829) trajo a la isla multitud de refugiados griegos que escapaban de la represión del imperio otomano y que, junto a los nativos, construyeron "la ciudad de Hermes" y la convirtieron en el puerto más importante de Grecia.

Ermoupolis refleja ese esplendor, ya perdido, en un bello trazado urbano que se despliega por una colina sobre el mar a modo de anfiteatro. La arquitectura neoclásica brilla con opulencia en la Plaza Miaouli, en el Teatro de la Ópera, que emula a la Scala de Milán, o en el barrio de Vaporia, donde tenían sus mansiones los armadores y capitanes del puerto.

La ciudad cuenta además con una animada escena gastronómica respaldada por los excelentes productos locales. Syros es famosa por sus loukoumia (delicias turcas), por quesos como el de San Michalis y, por supuesto, aunque esto lo comparte con otras islas, por su excelente pescado.

El esplendor burgués de Ermoupolis contrasta con el laberinto de callejuelas de Ano Syros, el asentamiento católico medieval encaramado en la colina de enfrente. Ano Syros premia el esfuerzo que suponen sus empinados callejones, sustituidos en ocasiones por escaleras, con varios monumentos destacados como la Catedral de San Jorge y con la belleza general de sus casas encaladas con puertas y ventanas pintadas de azul. El interior de la isla, árido y poco poblado, ofrece oportunidades de soledad poco frecuentes en las Cícladas.

Las playas, generalmente ligadas a pueblecitos de pescadores, están en una clave similar. Ninguna es la mejor de Grecia, pero fascinarán a quienes busquen el disfrute tranquilo y el ambiente auténtico de las islas griegas.

Zakynthos, la playa más bella de Grecia.

A muchos no les sonará ni por su nombre griego ni por el alternativo, veneciano, de Zante, pero seguramente la mayoría hemos visto fotos de su playa más famosa, Navagio, habitual en las clasificaciones de playas más espectaculares del Mediterráneo y símbolo de lo que pueden llegar a ofrecer las islas Jónicas.

Pero Zakynthos, en el sur del archipiélago, es mucho más que una playa de postal y ofrece, en un tamaño relativamente compacto, una gran variedad de paisajes y ambientes. Desde la turísticas pero magníficas playas de la Bahía de Laganas en el sureste al interior verde y bucólico de la isla, en el que pinares y olivos se alternan con pueblecitos bien conservados.

El aeropuerto y la principal terminal de ferries se encuentran en la capital llamada igual que la isla y situada en la costa oriental. Arrasada por un terremoto en 1953, la pequeña ciudad fue reconstruida con guiños arquitectónicos a su pasado veneciano y cuenta con un agradable paseo marítimo. Al norte de la ciudad se concentran las playas más populares y desarrolladas, favorecidas por un relieve suave, arenas finas y aguas claras.

El sur de la isla está dominado por la Bahía de Laganas. Turistas europeos y tortugas bobas se alternan en el uso diurno y nocturno de playas maravillosas como Gerakas, en un esfuerzo local por compatibilizar la protección de ambas especies que empieza a dar sus frutos. Siguiendo hacia el norte, ya en la vertiente occidental, se encuentra la otra cara de Zakynthos. A partir del faro de Keri la costa se vuelve mucho más agreste. Acantilados y calas, muchas de ellas solo accesibles desde el mar, se suceden hasta llegar a la mítica playa de Navagio. Para conseguir la foto icónica bastará con seguir la carretera y detenerse en el mirador que hay en lo alto del acantilado.

Pero si lo que se quiere es disfrutar de la arena y las aguas turquesas a la sombra del Panagiotis, el pecio semienterrado de un barco contrabandista que da nombre al lugar, habrá que embarcar en los tours que parten de Agios Nikolaos, en el extremo noreste de la isla. En cualquiera de los casos, hay que estar preparados para encontrarse con una imagen diferente de la que tenemos en mente, sobre todo en temporada alta. La belleza de Navagio es universal y, como tal, atrae a miles de visitantes.

Lesbos, la "galápagos" de aristóteles.

Muy cerca, física e históricamente, de las costas de Asia Menor, Lesbos conserva aún vestigios del dominio otomano que se extendió hasta principios del siglo pasado. Sin embargo, es a la vez el origen de varios de los símbolos de la Grecia tanto antigua como moderna. Y no solo por el ouzo... A juzgar por su lista de ciudadanos ilustres se diría que la tierra de Lesbos es tan propicia para los olivos como para la inspiración. Dos de los poetas clásicos más estimados entonces y ahora, Safo y Alceo, nacieron aquí. Y Aristóteles encontró en esta tierra, de contornos recortados por cerrados golfos, sus islas Galápagos darwinianas y desarrolló los principios de su biología basada por primera vez en la observación directa de la rica naturaleza.

Mitilene, la capital, ofrece un excelente recibimiento para los recién llegados a la isla. Supervisadas por las ruinas de la fortaleza otomana, las calles alrededor del puerto están repletas de cafés y ouzeries (locales donde el licor nacional se acompaña de mezes, una suerte de tapas) y se respira un ambiente entre tradicional y universitario. Ermou, la principal arteria comercial, no puede ocultar en sus edificios de uno o dos pisos su antigua condición de bazar turco. En el norte de la isla, el pueblo de Molyvos (también llamado Mithimnas) es una visita imprescindible por su armónica arquitectura tradicional frente al mar y su fortaleza bizantina. En los alrededores, la playa de Eftalou se mantiene prácticamente virgen y cuenta con uno de los varios balnearios de aguas termales de la isla.

El territorio se divide entre el este verde y fértil y el oeste, mucho más árido a causa del vulcanismo que petrificó un bosque subtropical hace millones de años. Sus restos pueden observarse in situ o en el museo de Sigri. El monasterio de Ypsilou, fundado en el siglo VIII en un alto sobre la planicie volcánica, merece la pena por su arquitectura, vistas y frescos.

El esquema de pueblo en el altozano y puerto en el litoral se repite por toda la costa oriental y meridional. Es el caso de Eresos y Kalloni, cuyas skalas cuentan con magníficas playas y activos puertos pesqueros. En el sur se encuentra la pequeña ciudad de Plomari, cuna del famoso ouzo de Lesbos, rodeada por algunas de las mejores playas de la isla: Melinda, Vatera y Agios Isidoros.

Cefalonia, frente al mar de "La Odisea".

Cefalonia, la mayor y más verde de las islas jónicas, ha sobrevivido al vértigo de las ocupaciones sucesivas y a la furia telúrica (el terremoto de 1953). Ahí siguen sus playas doradas y sus calas recónditas junto a un mar azulísimo: Myrtos, Antisamos, Lourdas, Scala... Desde Sami, al este, se divisa Ítaca, la isla natal de Ulises. Muy cerca están la gruta de Drogarati, un inmenso auditorio natural, y el lago subterráneo de Melissani, que puede recorrerse en barca. Pero hay más maravillas: el monte Ainos, de 1.628 metros, que emerge de un mar de abetos negros, los endémicos cefalonios; las catacumbas de Argostoli, la capital; Lakizra, donde vivió Lord Byron; pueblos tan hermosos como Assos o Fiscardo, asomados al mar de La Odisea, y aldeas pintorescas entre olivos, adelfas y buganvillas.

Dos apuntes más: en la iglesia de la Dormición de la Virgen, en Marcopulo, aparecen, cada mes de agosto, unas inofensivas "serpientes de la Virgen". Y el monasterio de San Gerasimo, al sur de la isla, está dedicado a un santo del siglo XVI que, al parecer, curaba la locura...

Skópelos, la isla de "Mamma Mía".

Skópelos emerge, en el archipiélago de las Espóradas, como un pequeño paraíso, ideal para perderse entre bosques de pinos, pueblos blancos y playas recónditas de larga tradición nudista, como Castri, Limonari o Panormos. Lugar de destierro durante el dominio veneciano, la isla fue saqueada por el pirata Barbarroja en 1538.

Hoy es un destino exótico, famoso por ser escenario de la película Mamma mia, pero ideal para el viajero sensible, que puede combinarlo con una escapada a las cercanas islas de Skiathos y Alonissos o a la región peninsular de Pilion.

La costa noroeste, abrupta y grandiosa, contrasta con las tranquilas y pequeñas calas del sur. La capital de la isla se despliega al este como un anfiteatro al fondo de una extensa bahía.

La arquitectura popular, llena de encanto, combina casas blancas de balcones floridos, pasadizos, talleres de artesanía y hornos donde se secan las ciruelas.

Folégandros, salvaje y romántica.

Folégandros es un destino original, salvaje y, en cierto modo,romántico dentro del archipiélago de las Cícladas, lejos del turismo de masas de Santorini o de Mikonos. Invita a caminar y a perderse, partiendo de las localidades principales (Chora, Karavostassis y Ano Meria) o de otras más modestas, pero llenas de encanto, como Livadi o Petoussis.

A esta pequeña isla (600 habitantes) se la conoce como "la isla de la paz", aunque corre el riesgo de morir de éxito. Chora, medieval y pintoresca, resume, en cierto modo, los encantos de Folégandros. Aquí se puede bailar el sirtaki, deleitarse con una ensalada de hinojo o con un memorable cordero a la brasa, descubrir playas y cuevas secretas; en una palabra, como dijo Paul Eluard, "vivir y ver vivir".

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