Islandia: hielo y fuego

Islandia es una tierra de extremos: en verano es la isla de la luz y, ya en invierno, se convierte en la de la penumbra. Aquí conviven con naturalidad los volcanes y los glaciares, el fuego y el hielo. Un viaje por la Hringvegur –la carretera que circunvala el país y que se terminó en 1974– es a la vez un curso acelerado de geología y la oportunidad de quedarse pasmado ante la naturaleza más hermosa. En el camino se conoce a los descendientes de los vikingos que hicieron suya la "Tierra del Hielo". Una aventura total.

Laguna del glaciar Jokulsarlon
Laguna del glaciar Jokulsarlon / Cristina Candel

Cuando se deja atrás la última casa de Reikiavik se inicia un viaje por una naturaleza que está fuera de lo que se puede concebir desde las orillas del Mediterráneo. Aquí no es una cuestión de si se conduce por el carril derecho o izquierdo de la carretera sino de si se mantiene la cordura cuando el paisaje la ha perdido. Hay veces que uno puede creer que circula por los páramos de Mongolia, un rato después se atraviesa un desierto de Afganistán o de Arizona y, pocos kilómetros más adelante, se llega a la costa de Noruega.

Todo eso cuando el paisaje es normal, cuando estamos ante lo que entendemos por paisaje, una parte del mundo cubierta de colinas, ríos, cascadas y precipicios batidos por el mar. Pero cuando llegamos a lo bueno, a los glaciares que cubren las laderas de los volcanes, cuando surgen géiseres de un campo cubierto de hielo, cuando hay cráteres que esconden lagunas de aguas de colores imposibles, cuando los glaciares se rompen y los témpanos quedan flotando en una laguna, sabemos que estamos ante algo diferente. Seguro que cada fenómeno ocurre en otras partes, pero para ver todo ello habría que recorrer medio mundo. Aquí todo está al alcance de la Hringvegur, la Carretera nº 1 —que como una ruta circular sirve para dar la vuelta a la isla—, o a poca distancia de ella.Seguir esta carretera hasta el final, para volver al principio, o hacer solo un tramo, es un viaje en el tiempo. Y no a una época geológica lejana, cuando el planeta estaba a medio hacer y las fuerzas geológicas no se habían puesto de acuerdo en cómo dar la última mano al paisaje, sino a pocas décadas atrás.

A ese tiempo no tan lejano en que salir al camino debía de ser un viaje por tierras desconocidas y prácticamente deshabitadas. Una aventura.Julio Verne nunca estuvo en Islandia, pero no encontró mejor lugar para imaginar la puerta al centro de la Tierra. Su protagonista, el profesor Lidenbrock, averigua que esa entrada es el cráter del volcán Snaefells, lo que en Islandia es una montaña vulgar con su cima de 1.500 metros de altitud.Cualquier viaje por Islandia puede estar encomendado a los héroes de Verne. Y aunque todos emprendemos expediciones mucho menos audaces que la de ellos, no estarán nunca exentas de un cierto aire de aventura. Cualquier viaje se inicia en Reikiavik, la capital más septentrional del mundo, un lugar que en 1863 —cuando los aventureros de Verne llegaron en barco para iniciar su aventura— era un poblado de dos calles con comerciantes dedicados a secar y vender bacalao. Ahora, 150 años después, la ciudad y sus alrededores alcanzan la cifra de 200.000 habitantes, nada menos que las dos terceras partes de la población de la isla.

El "Triángulo dorado"

Reikiavik es el lugar para experimentar ese modo de vida peculiar que se ha creado en las ciudades nórdicas, donde no hay ruidos en la calle, se disfruta del mínimo rayo de sol y el visitante tiene la sensación de que todos confían ciegamente en su vecino. La vida nocturna de la capital islandesa tiene categoría de acontecimiento mítico, aunque en verano, por aquello de sus casi 24 horas de claridad, apenas es nocturna. Digno de contar a la vuelta también es haber comido una ración de hákarl, trozos de carne de tiburón maloliente que han de ser engullidos con ayuda de unos tragos de un aguardiente llamado brennivín. La limpia luz del Norte perfila claramente los contornos de las colinas de los alrededores e indican que hay que emprender el camino. Lo primero es dirigirse al llamado Triángulo dorado, formado por tres de los lugares más conocidos de la isla:Gullfoss, Geysir y Thingvellir.Gullfoss es la prueba de que una catarata no debe necesariamente ser alta para ser impresionante. El río Hvitá cae 32 metros en dos tramos, pero lo hace mientras recorre un cañón de más de dos kilómetros de longitud. El río es ancho y caudaloso, y el estruendo se oye desde mucho antes de que uno pueda asomarse al borde del precipicio e iniciar el descenso hasta la orilla. La luz del sol se refleja en el agua pulverizada y crea un arco iris inmenso que parece flotar sobre la catarata. A unos pocos kilómetros de distancia aparece Geysir, el lugar que ha dado nombre a las emanaciones explosivas naturales de agua caliente en todo el mundo. Durante siglos producía erupciones que llegaban a alcanzar 60 metros de altura. Aunque ahora el propio Geysir ya no está activo, hay muchos otros géiseres, manantiales de aguas termales, piscinas de aguas de colores vistosos y depósitos minerales de formas curiosas en la zona.

Las costuras de la Tierra

El tercer elemento del Triángulo esThingvellir, el único que combina el interés natural con el histórico. Para entender la importancia geológica del lugar hay que recordar que a través de Islandia corre la línea en que se juntan las placas tectónicas de Europa y América del Norte, y esta sutura es más evidente en Thingvellir que en cualquier otra parte de la isla. Es una de las costuras de la Tierra mostrada al aire libre. Este lugar tan especial fue elegido en el año 930 para la primera asamblea de los habitantes de Islandia. Con el paso del tiempo se estableció una reunión anual para resolver conflictos, arreglar matrimonios, entablar negocios y promulgar leyes. Aquí se aceptó, alrededor del año 1000, el cristianismo como religión nacional de Islandia, y en 1271 la rendición de la isla a Noruega.

A partir de aquí el paisaje ofrece, a veces, una imagen bucólica de praderas verdísimas por las que corretean caballos con flequillo larguísimo para pasar, poco después, a sentir que el mundo se está terminando. Eso se siente en el Parque Nacional Vatnajökull, donde está el glaciar más extenso de Europa. En el lago Jökulsarlon van a morir los témpanos desprendidos del glaciar y acaban varados en la orilla como náufragos. También hay que sentir la maravilla de Svartifoss, la cascada negra, cuya pared está formada por columnas hexagonales de basalto por las que cae el agua.

Todo esto está en el sur, pero la isla prosigue. La carretera Hringvegur se va desenrollando y llega hasta el norte, uno de los mejores lugares del mundo para la observación de cetáceos. Igual que pasa en el sur, llega un momento en que los paisajes más suaves se tiñen de dramatismo. En el norte de la isla eso ocurre en el lagoMývatn.Naturaleza salvaje. Entre la cascada más caudalosa de Europa, Dettifoss, y la que dedican a los dioses, Godafoss, el aire se impregna de un olor a azufre. Las fumarolas indican el camino a un paisaje muy cercano a la ciencia ficción donde los borbotones de barro asoman entre tierras de una gama cromática casi irreal. EnHverir uno se cree que está en las puertas del infierno. Se dice que los antiguos islandeses poblaron su isla con trolls, gigantes y fantasmas para poder entender esa naturaleza que era mucho más poderosa que ellos. Cuando caminas por el barro y de repente todo se cubre de vapor sulfuroso, cuando te asomas a un cráter y ves un lago de color esmeralda, cuando en mitad de un desierto rocoso te bañas en una poza azul brillante, cuando pasas por detrás de una cascada, piensas que los paisajes de la Tierra Media son vulgares y que necesitas la ayuda de un ser que te guíe por un mundo en el que lo bello y lo terrible son dos caras de lo que te rodea.

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