De Alejandría a El Cairo

Hay otro Egipto al norte de El Cairo menos concurrido y muy distinto al que conforman Luxor y Asuán con Abu Simbel en el Nilo de los Faraones. A 225 kilómetros de la capital, Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno, fue, junto a Roma, la urbe más importante de la Antigüedad con dos iconos ya desaparecidos: su célebre Faro, una de las siete maravillas del mundo, y la Gran Biblioteca, fundada por Tolomeo I, que hoy tiene continuidad en un nuevo edificio, moderno y espectacular por sus dimensiones, que podría llegar a reunir más de veinte millones de libros.

De Alejandría a El Cairo
De Alejandría a El Cairo / Eduardo Grund

Conocida como La perla del Mediterráneo, Alejandría fue una ciudad cosmopolita desde que Alejandro Magno la fundara en el año 331 a.C. tras unir dieciséis pequeños poblados de pescadores. El hijo de Filipo de Macedonia logró crear una urbe única en su tiempo que acabó sirviendo de puente entre la época de los faraones y el Islam. La reina Cleopatra ocupó también su trono en un periodo de trescientos años regido por la dinastía tolomeica y los romanos la utilizaron a continuación como el granero de un fértil imperio que mandaba sus cosechas desde su histórico puerto hacia la Ciudad Eterna. A ese puerto comercial de la isla de Pharos se le consideró uno de los más importantes de su época, pues su mítico faro, de 120 metros de altura, guió a los barcos durante casi diecisiete siglos hasta que fue derribado por las inundaciones y los terremotos, el último de ellos en 1303. También fue destruida su Gran Biblioteca, el otro icono alejandrino, muchos años antes, pero su espíritu ha seguido intacto hasta la actualidad, siendo motivo de orgullo para sus habitantes, aunque muchos, paradójicamente, han olvidado la historia del legendario fundador de la ciudad.

Esa azarosa y desgraciada historia ha influido de forma decisiva para que podamos decir que muy poco queda de la emblemática Alejandría en este rincón de la costa egipcia mediterránea que discurre entre playas y orillas desérticas. Hoy están mucho más llenas porque han sido descubiertas por los cairotas, que las abarrotan en verano, igual que las cafeterías modernas del paseo marítimo, para disfrutar de las vacaciones. Porque, sin duda, el trayecto entre la capital y el Mediterráneo, siendo de tres horas, resulta mucho más corto que el que conduce al Mar Rojo, la otra salida marítima del país, al que hay que calcularle el doble de horas en coche.

Por eso decíamos que es evidente que la historia pesa mucho más en esta Alejandría del siglo XXI que no puede mostrar hoy, para su desgracia, toda su grandeza arquitectónica, sobre todo si se observan los monumentos que han sobrevivido al tiempo y si se tiene en cuenta que muchos de sus tesoros continúan sumergidos bajo el mar. La mayoría de estos restos a la espera de un rescate se encuentra en la zona de su simbólico faro, justo en el lugar donde el sultán mameluco Qaitbey levantó una fortaleza con el fin de contener los ataques de los ejércitos turco y otomano, pero su recuperación es casi misión imposible.

El misterio de la tumba de Alejandro

Puede parecer un chiste, y no lo es, pero el monumento más antiguo que se conserva en Alejandría fue descubierto en 1900 cuando un asno desapareció tragado por la tierra. La posterior investigación dio con el hallazgo de las Catacumbas de Kom Ash-Shuqqafa, una sorprendente necrópolis de más de 300 tumbas que mezclaba magistralmente los estilos griego y egipcio. Algunos quisieron ver aquí la tan ansiada y misteriosa sepultura de Alejandro Magno, otros polemizaron con esa idea y se decantaron por el área de la calle Nebi Daniel o del Soma en la ciudad vieja, y los helenos, para llevarlo a su terreno, han insistido en situarla en la tumba de Anfípolis, descubierta en 2014 en el norte de Grecia, a pesar de que esta teoría ha sido descartada por los historiadores. Lo incuestionable es que el misterio sobre el paradero del legendario Soma se prolonga en el tiempo con la creencia de que no solo ocultaría los restos del rey macedonio sino también un cúmulo de tesoros y riquezas igual o superior a los descubiertos en la de su propio padre Filipo, en Vergina, o en la de Tutankamón, en el Valle de los Reyes.

A mediados del siglo XX, poco antes de la llegada de los militares con Gamal Abdel Nasser al frente, también se descubrieron los restos del anfiteatro y los baños romanos, todavía hoy en obras, que sacaban a la luz un capítulo clave de los orígenes de Alejandría, pero esta época coincidió con la marcha de un gran grupo de extranjeros (griegos, italianos y franceses, principalmente) que habían llegado en el siglo XIX tras la apertura del Canal de Suez en 1869 y las consecuencias no tardaron en presentarse. La ciudad quedó así anclada en una decadencia de la que todavía no se ha recuperado en la actualidad. Desaparecieron tiendas y cafés europeos del centro, que habían auspiciado el surgimiento de tertulias literarias con grandes escritores, como el poeta de origen griego Constantino Cavafis o el novelista británico Lawrence Durrell, quien escribiría su famoso Cuarteto de Alejandría, y con ello se esfumó el glamour del periodo de entreguerras que había enriquecido culturalmente a la ciudad.

El centro se transformó en el gran zoco sin franquicias europeas que hoy sigue imperando en esta ciudad de cuatro millones de habitantes que soporta un ruidoso tráfico, donde se practica el sálvese quien pueda. ¿Transporte público? Muy poco o casi nada. Alejandría solo cuenta con un tranvía, en funcionamiento desde 1860, con dos líneas: los azules, reservados exclusivamente para mujeres, y los amarillos, más turísticos, que se despliegan por la ciudad. Por eso, cuando se recorre ese gran mercado en los barrios más antiguos no es extraño, por ejemplo, sorprenderse con una calle repleta de talleres-tienda con coches partidos por la mitad que venden piezas de segunda mano. Y los hay incluso hasta con matrícula española... O también es posible deleitarse con el lujo interior de los mármoles turcos de la mezquita más alta de Alejandría, que lleva el nombre de Abu Abbas al-Mursi, uno de los ilustres alejandrinos nacido en Murcia, mientras en los alrededores del imponente edificio musulmán dedicado al patrón de los pescadores y marineros se acumula la basura sin recoger.

La nueva Biblioteca

Esa sombra de declive y desorden, donde todo puede ser posible, persigue a una Alejandría que lo mismo se odia que se ama con la misma intensidad, aunque en los últimos tiempos la ciudad lucha por mostrar una cara más atractiva, con la nueva Biblioteca como referente, y con un nuevo puerto entre los situados en el Mediterráneo oriental que le acerca más a ese otro Egipto al que de alguna manera dio la espalda por su vinculación al Mare Nostrum. Esta nueva pujanza se ha acentuado en los últimos meses desde que los ferries y cruceros han vuelto a atracar en sus aguas con miles de turistas que desembarcan con la intención de conocer la ciudad de Alejandro o de realizar la agotadora excursión a El Cairo.

En 2002 se produjo el último gran acontecimiento histórico que ha vivido la ciudad al abrir sus puertas la nueva Biblioteca alejandrina. Habían pasado 1.600 años de la destrucción de la antigua, pero nacía con un gran objetivo: seguir el modelo de la clásica institución, levantada en el año 30 a.C., en pleno apogeo del reinado de Tolomeo I. Un lugar único para leer, aprender y debatir, que conecta con la filosofía de la biblioteca antigua, una de las más importantes de su tiempo, que pretendía concentrar escritos de todas las especialidades teóricas y empíricas de la época. Y lo consiguió, a veces comprando manuscritos que llegaban en barco a su estratégico puerto comercial, reuniendo casi un millón de pergaminos y rollos de papiro, pero desgraciadamente se difuminaron en diferentes incendios y saqueos a la ciudad.

Aquel célebre palacio que llamaron Mouseion (santuario de las musas) acabó siendo el mayor depósito de documentos de la Antigüedad, y se convirtió en la primera institución de investigación de la historia al incorporar a sabios como Euclides, Arquímedes e Hipatia. Hoy su relevo permite a los 10.000 estudiantes de la Universidad, situada enfrente de la actual biblioteca, acercarse a este foco cultural cruzando una calle. Asombra el número de mujeres, mayoría en las amplias salas del recinto, aunque acude todo tipo de gente, alejandrinos y turistas. Unos consultan o investigan en la impresionante sala de lectura principal con capacidad para ocho millones de libros y 2.500 lectores, y otros se conforman con descubrir de cerca este colosal edificio de planta circular que simboliza al Sol emergiendo sobre el Mediterráneo. Un mar muy próximo a esta gran mole de granito, adornada en sus paredes con letras y símbolos de un centenar de escrituras diferentes, que encontramos a solo unos metros de la biblioteca cruzando la mirada por encima del ruidoso ir y venir de coches en La Corniche, el paseo marítimo de la ciudad. Antes habremos pasado alrededor de un busto gigante de Alejandro Magno, el único dedicado al militar macedonio en la ciudad junto con una estatua a caballo en el centro, y por el planetario que se puede visitar también. Igual que el Museo de Antigüedades y Manuscritos, el Teatro o el centro de actividades multimedia, ya en el interior del complejo.

El Cairo y las Pirámides

Hay que saborear la guinda final de esta excursión más septentrional por Egipto viajando a la capital más poblada de África: El Cairo. En la caótica urbe, fundada en el siglo X sobre un campamento romano, se encuentra la única de las siete maravillas de la antigüedad que queda en pie. Hablamos de las Pirámides, casi atenazadas por la misma ciudad, que las asfixia cada día más, sobresaliendo en la gran meseta de Guiza. Fueron durante casi cuatro mil años las construcciones más altas del planeta y siguen constituyendo hoy el principal reclamo del turista. Keops, Kefrén y Micerinos, unidas a la Gran Esfinge, la imponente figura con cuerpo de león y cabeza de rey -pero sin barbilla, pues se encuentra el Museo Británico de Londres-, merecen una visita sosegada, a ser posible madrugando -a las 8 horas abre el recinto protegido por un muro exterior de 17 kilómetros- e intentando sortear a los camelleros y vendedores que atosigan al turista. A esa temprana hora resulta más fácil empaparse de la atmósfera de un histórico lugar que todavía oculta en su interior grandes secretos por desvelar.

Ya en El Cairo, la visita al Museo Egipcio, con sus más de 150.000 piezas, no todas expuestas pero con el fastuoso tesoro de Tutankamón a la cabeza, resulta imprescindible para entender la civilización faraónica. Setenta y cinco libras egipcias cuesta la entrada a este museo, imagen universal de Egipto, pero, ojo, está completamente prohibido tomar fotografías en su interior. Y, además, quien quiera ver este museo inaugurado en 1902 con la primitiva idea de exponer 12.000 objetos, debe darse prisa pues cerrará en 2016 tras la apertura de uno nuevo, espectacular, que se ha financiado con más de 900 millones de dólares. El Gran Museo Egipcio, llamado ya por algunos la cuarta pirámide egipcia, ocupará un complejo con una superficie de 480.000 metros cuadrados, a dos kilómetros de la meseta de Guiza, y acabará con la saturación de piezas exhibidas y almacenadas en el actual museo del centro cairota. Está previsto que una gran estatua de Ramsés II dé la bienvenida a los visitantes, que accederán al museo a través de una monumental escalinata de 64 metros de longitud, adornada con piezas de arte ordenadas cronológicamente que abarcan la historia del Egipto faraónico. Pero al parecer la última sorpresa de sus nuevos huéspedes se producirá en el nivel superior del nuevo edificio ideado por Heneghan Peng Architects: un espectacular mirador de las Pirámides de Guiza al que se llegará tras subir una escalera de 25 metros. El macroproyecto, equiparable en Egipto al del nuevo Canal de Suez, paralelo al existente y todavía en obras, promete levantar mucha admiración y, de hecho, sus organizadores mantienen una gran confianza en su éxito. Prueba de ello es que están convencidos de que en 2020 el área de las Pirámides y el nuevo Gran Museo Egipcio recibirá ocho millones de turistas. De momento hay que conformarse, que no es poco, con la visita al actual Museo Egipcio, protegido siempre con grandes medidas de seguridad que incluyen la presencia de soldados y de tanques junto a la plaza Tahrir o de la Liberación, escenario y símbolo de las protestas revolucionarias de 2011. A partir de este punto, la visita al Barrio Islámico, menos habitual en los recorridos turísticos de esta ciudad llena de contrastes, con 20 millones de habitantes y un embarullado tráfico de coches que puede hacer perder los nervios a cualquiera, cautiva por sus riquezas artísticas y arquitectónicas. Declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979, el barrio se localiza al Este de la ciudad, junto a la Ciudadela de Saladino y la célebre mezquita de alabastro de Mohamed Ali, copia de la Mezquita Azul de Estambul. Desde uno de los miradores de este fortín construido para luchar contra los cruzados la vista alcanza la mezquita del Sultán Hassan, la única que quisieron pisar Barack Obama y Hillary Clinton, ambos descalzos, en su histórica visita a Egipto en 2009, y junto a ella la de Al Rifai, con el impresionante mausoleo en mármol verde de Rezah Pahlevi, el sha de Persia, y las tumbas de Faruk I, último rey de Egipto, y de sus padres. Las tres mezquitas están abiertas a los turistas.

Al sur de la capital también es recomendable recorrer el Barrio Copto. Los romanos lo llamaron Babilonia en Egipto por concentrar más de veinte iglesias en menos de un kilómetro cuadrado, aunque sus orígenes se remontan al siglo VI a.C., y sus calles albergaron una de las primeras comunidades cristianas del mundo. Todavía existen hoy edificios históricos que lo recuerdan, como San Sergio, donde se refugió la Sagrada Familia escapando de Herodes durante su huida a Egipto; o la Iglesia Colgante, otro de los monumentos coptos, que fue construida sobre dos torres en ruinas de la fortaleza de Babilonia y guarda 120 iconos, uno de ellos dedicado a la Virgen María que popularmente es conocido como la Mona Lisa de El Cairo, pues sus ojos miran al visitante desde todos los ángulos.

Compras y cafés literarios

Para los aficionados a las compras y al regateo, nada como el Mercado de Jan Al-Jalili, el zoco más antiguo y concurrido en el corazón del barrio más popular de la capital. En este entramado de callejones, tiendas y cafés, cuna de artesanos, se puede comprar de todo: desde souvenirs a piezas de marfil y madera, pasando por sedas, joyas y perfumes, o ahora más recientemente productos chinos. En una de estas calles, el Café Fishawi, conocido como el Café de los Espejos, merece una parada para tomar un té que, inevitablemente, invita a la charla y al regateo con las decenas de vendedores de toda clase de productos que se acercan a sus mesas. En una de ellas, situada en un rincón del local, se recuerda a Naguib Mahfuz, Premio Nobel de Literatura en 1988 y probablemente el mejor cronista de Egipto, quien frecuentaba este lugar para charlar en animadas tertulias analizando el alma humana. Admirador de Cervantes y de García Lorca, Mahfuz murió en 2006 a la edad de 94 años. Saboreando ese té con menta y compartiendo el tabaco de una cachimba en la apretada terraza exterior del café pondremos punto final a un emocionante viaje por la capital y el norte de un país que indudablemente tiene mucho más que faraones.

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