Urgell, la Toscana catalana que tiene su propia torre de Pisa

La esencia rural de la provincia de Lleida se muestra serena en una de las comarcas más genuinas del interior de Cataluña, guardiana de una de las tradiciones más antiguas del mundo en la producción de turrón y chocolate a la piedra y donde pueblos y paisajes se funden en un lienzo que cautiva al viajero pausado.  

Vista de Gomés, en la Pla d’Urgell.
Vista de Gomés, en la Pla d’Urgell. / Istock

Corría el año 1066 cuando una gran estela luminosa surcó los cielos de toda Europa. Según la superstición de la época, aquel suceso era una señal de mal presagio. En esas mismas fechas, Pedro Ansúrez, una de las grandes figuras de la corte de Alfonso VI —eclipsada por la leyenda de uno de sus contemporáneos, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador—, nos legó para la historia un acontecimiento desgraciado que empujaría al noble a emprender un viaje desde Castilla hasta el condado de Urgell, por entonces importante dominio del actual territorio de Cataluña. Una de sus hijas, María, que contrajo matrimonio con el conde Armengol V de Urgell, enviudaría en 1102 tras la muerte de su esposo en la batalla de Mollerussa. La sublevación sarracena de la población de Balaguer obligó al conde castellano a hacer acto de presencia para restaurar la estabilidad de la zona y proteger los intereses de su nieto Armengol VI, menor de edad, que había heredado el título. Una estancia que se prolongaría durante seis años…

Vista de Guimerà con su castillo en lo alto.

Vista de Guimerà con su castillo en lo alto.

/ Istock

Una comarca revelada

Aquel cuerpo celeste visible en el firmamento no era sino el célebre cometa Halley, cumpliendo rutinariamente con su periplo estelar de 76 años. No sabemos si Pedro Ansúrez caería hechizado ante los supuestos efectos de su paso por tierras urgelinas, pero queremos imaginar que puso su pizca de magia para que hoy algo nos mueva a descubrirlas.

Poco queda de los antiguos límites territoriales del histórico condado de Urgell, que llegaron a abarcar, en su apogeo, las actuales comarcas de Noguera, Solsonès, Pla d’Urgell, Alt Urgell, Urgell y la misma Andorra. De todas ellas, solo Urgell, la más meridional, ha heredado intacto el nombre original. Una desconocida comarca que bate su personalidad entre las más populares tierras leridanas de Les Garrigues y La Segarra. Atravesada en su parte central por la A-2, sorprende que el intenso trajín de tráfico rodado que la atraviesa diariamente no haya perturbado ni un ápice la serena esencia de este rincón de Cataluña.

Arco en piedra sobre una calle de Guimerà.

Arco en piedra sobre una calle de Guimerà.

/ José Miguel Barrantes

A ambos lados de ella se extiende todo un territorio con poblaciones genuinas donde la tranquilidad inunda el ambiente. Incluso Tàrrega, la capital de la comarca, destila sosiego a pesar de constituir una da las entidades de población más importantes de Lleida. La serenidad de la zona se refleja fielmente en los paisajes. Los valles tendidos hacia los cursos fluviales de los principales ríos de la comarca, el Sió, el Ondara y el Corb, nos regalan bucólicas postales definidas por las actividades agrarias. Preciosos campos cultivados de cereales que cortan la rectitud del horizonte gracias a la curvatura de las lomas; hileras de frutales, olivos y vides que son una oda a la geometría; y, cómo no, los relieves del norte y del sur de la comarca que escapan de la planicie de la depresión central catalana.

En busca de lo auténtico

Descubrir en profundidad la comarca de Urgell obliga a bajar el ritmo de nuestros pasos. Aquí el viaje se torna en una experiencia de vida, con un alto riesgo de caer prendados por el detalle y de sucumbir ante la belleza intrínseca de la tradición y la cultura más arraigadas. Detalles que nos sumergen en los modos de subsistencia de los antiguos payeses, como las omnipresentes construcciones de la pedra en sec, cuyas técnicas y conocimientos forman ya parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Mientras, las características cabañas de volta han pasado de proporcionar antaño cobijo en los campos a embellecerlos y ser el reflejo fiel de la actividad de otros tiempos.

Por otro lado, la fisionomía de la comarca no podría entenderse sin la cultura del agua, ligada a todo un patrimonio de molinos, esclusas, balsas, acequias, puentes, pozos… y, por supuesto, los canales de Urgell y de Segarra-Garrigues.

Bancales cultivados en la sierra del Tallat.

Bancales cultivados en la sierra del Tallat.

/ José Miguel Barrantes

A pesar del paso de estos canales muchas áreas permanecieron y continúan siendo extensiones de secano. Oiremos hablar a los lugareños del poniente de Urgell, para referirse a este sector, del clot de la gana o clot de l’infern, hoyo del hambre u hoyo del infierno, en alusión a las difíciles condiciones de vida que existían antiguamente en toda esta franja. Sin embargo, sus paisajes inmensos nos dejan absortos en la contemplación y nos ofrecen espacios como los secanos de Belianes-Preixana, catalogados como zona ZEPA, que se han convertido en uno los puntos más apreciados del continente para la observación de una gran abundancia y diversidad de aves esteparias, con más de treinta especies anidando, entre las se encuentran algunas tan raras de ver como el sisón, todo un icono en Urgell.

Otro rasgo que marca la influencia de la vida campestre en la comarca lo encontramos en la gastronomía popular. El ejemplo más representativo son los caracoles, que los payeses comían directamente en el campo tras pasarlos por el fuego. De ahí provienen los caracoles a la llauna —una especie de bandeja de metal—, especialidad culinaria de Urgell y otras partes de Lleida, que se han convertido en una verdadera seña de identidad de esta zona y un guiño sugerente para el viajero sin prisas.

Turrón de Agramunt.

Turrón de Agramunt.

/ www.agefotostock.com

Los caracoles, ya sean a la llauna o a la cazuela, suelen encontrar en la carne a la brasa un tándem recurrente, siendo las costillas de cordero o el conejo los protagonistas. Tampoco puede faltar la tradicional tupina, un confitado de ciertas partes del cerdo que se conserva en su propio aceite para su posterior consumo y que muchos restaurantes de la zona ofrecen en sus cartas junto con verduras y hortalizas de proximidad.

Capítulo aparte merecen cereales, olivos, vides y frutales, elementos centrales de los paisajes agrarios y la cultura de Urgell, de la que dan buena muestran tradiciones tan arraigadas como las fiestas del segar i batre, en La Fuliola.

En cuanto al olivar, una buena referencia la encontramos en Belianes, en el antiguo molino de aceite Maurici Massot, una prensa del siglo XVII que conserva toda la maquinaria original para la extracción del oro líquido. Mientras, para los amantes de la cultura del vino, el tercio sur de la comarca es la referencia absoluta, tanto por la presencia de viñedos como de bodegas —dentro de la D. O. Costers del Segre—, con la población de Verdú a la cabeza. Por último, no hay que olvidar que los frutales ocupan un elevado número de hectáreas de Urgell, especialmente en los municipios de El Tarròs, La Fuliola y Tornabous. La simetría de las hileras de frutales —mayoritariamente perales y manzanos—causa una fuerte impresión a quien las contempla, parecida al asombro de los que llegan a probar la sidra natural y artesana de Preixana, que no la suelen identificar con esta provincia. 

Pinturas murales de la iglesia de Santa María del Alba en Tàrrega.

Pinturas murales de la iglesia de Santa María del Alba en Tàrrega.

/ José Miguel Barrantes

También sorprendidos se quedan quienes descubren que esta comarca es guardiana de una de las tradiciones más antiguas del mundo en la producción de turrón y chocolate a la piedra, con obradores de marcas tan conocidas como Virginias, Vicens o Jolonch. Para ello debemos llegar hasta Agramunt, una de las cunas del turrón en Europa, junto con Xixona, Cremara, Benevento y Montélimar, gracias a ese típico dulce de origen árabe compuesto de miel, almendra o avellana, azúcar y clara de huevo. Por otro lado, el chocolate a la piedra, heredero de una práctica secular asociada a la vida monástica, tiene en esta localidad urgelina uno de sus mejores representantes mundiales.

Por último, no olvidamos otro de los estandartes de la vida tradicional en Urgell, como es la cerámica de Verdú, la expresión artística más importante de la comarca. Verdú es, además, uno de los escasos lugares de la península ibérica donde aún se continúan fabricando piezas de alfarería negra, producto de una técnica ancestral que está en peligro de desaparecer. Sus piezas más representativas, los sillons o botijos, han dado enorme fama a este lugar.

Una combinación llena de encanto

La N-II, encargada de unir Madrid y Barcelona antes de la aparición de la autovía, atraviesa horizontalmente Urgell por su parte central. Aquí, a la altura de Vilagrassa, muchos recordarán un hostal-restaurante que era parada obligatoria. El emblemático Hostal del Carme, fruto de cuatro generaciones de la familia Pinós Calvet y, en la actualidad, referencia comarcal como baluarte de la cocina tradicional catalana, sirve de punto de partida para adentrarse en este territorio leridano.

Poblado ibérico de los Estinclells en Verdú.

Poblado ibérico de los Estinclells en Verdú.

/ José Miguel Barrantes

Desde su ubicación, sin ni siquiera movernos, se observa la curiosa estampa de la torre de la iglesia de Santa Maria de Vilagrassa, conocida popularmente como la torre de Pisa catalana por su llamativa inclinación, mientras que a no mucha distancia ya adivinamos el inicio de Tàrrega. Callejeando por sus calles no es difícil localizar la plaza Mayor, donde la joya de la corona es otra iglesia, esta vez de Santa Maria del Alba, y también con apodo: la Capilla Sixtina catalana, merced a las magníficas pinturas murales que decoran el interior del templo.

Alejándonos del eje central, tanto hacia el norte como hacia el sur nos espera una cautivadora conjugación de paisajes sublimes y pueblos con un encanto especial. Primero, las extensas planicies centrales, donde cereales y frutales ocupan hasta donde alcanza la vista. Horizontes serenos cargados de belleza que sirven de paleta de colores para el alma, como bien saben quienes recorren estas tierras siguiendo en peregrinaje el Camino de Santiago o el Camino Ignaciano. Por el medio, pueblos como Bellpuig, Anglesola, Tornabous, La Fuliola o Claravalls, todos ellos poblaciones repletas de elementos que incitan a detenerse: un mural, un campanario… Algo a lo que ayuda el hecho de que existan decenas de espacios habilitados para el estacionamiento y la pernocta gratuitos de las cámper y las autocaravanas, habiendo sido declarado el Urgell furgo y caravanning friendly.

Monasterio cisterciense de Vallbona de les Monges.

Monasterio cisterciense de Vallbona de les Monges.

/ Istock

Al norte, el pilar de Almenara, una torre cilíndrica del siglo XI, nos permite otear desde su posición privilegiada la ribera del río Sió y, al fondo, la sierra de Montclar, donde se avecinan pequeños núcleos y paisajes que son una auténtica delicia para los sentidos, como Donzell d’Urgell y todo su entorno.

No faltan tampoco los castillos en estos relieves serranos. El de Montclar d’Urgell o Montfalcó d’Ossó se unen a otras fortalezas como las de Verdú, Guimerà, Ciutadilla o Maldà. Junto a ellos, cohabitan ermitas como las de la Mare de Déu del Roser, la de Sant Roc o la de Sant Eloi, conventos como el de Sant Bartomeu, santuarios como el de la Virgen de la Bovera o el del Tallat, y, cómo no, el monasterio de Santa Maria de Vallbona, uno de los más importantes de Cataluña y parte fundamental de la Ruta del Císter.

Precisamente donde se ubica este monasterio, en el tercio meridional de la comarca, dominado por el curso del río Corb, nos topamos con paisajes muchas veces comparados con la Toscana italiana, salpicados por pequeños pueblos medievales con un patrimonio admirable, como Ciutadilla, Nalec, Sant Martí de Maldà, Maldà, Belianes o Guimerà, considerado uno de los más bonitos de Cataluña. 

Finalmente, en el extremo sur, donde se acentúan las pendientes con los relieves de la sierra del Tallat, los bosques mediterráneos se combinan con campos de cultivo que aprovechan los bancales escalonados por muros de piedra, haciendo su aparición pequeños tesoros como Montblanquet. 

Viendo toda esta riqueza es fácil imaginar que la comarca se presta a dejarse llevar sin rumbo. Solo queda preguntarnos si aquel caballero proveniente de Castilla recordará aún en su lecho, casi un milenio después, la hermosura de estos paisajes inmensos pero acogedores. 

'Estimaocells' en Vallbona de les Monges.

'Estimaocells' en Vallbona de les Monges.

/ José Miguel Barrantes

En Vallbona de les Monges, una iniciativa única en el mundo ha conseguido involucrar a todo un valle en un proyecto humanístico y de protección ambiental del que han surgido muchos otros proyectos. Todo comenzó hace más de una década, cuando Eduard Rivert tuvo la idea de convertir los tradicionales espantapájaros en amapájaros (estimaocells), cambiando sus cabezas por cajas-nido que sirvieran para dar cobijo a las aves. Con el tiempo, cada familia del valle de Maldanell quiso confeccionar su propio estimaocell, llegando hasta los 40 instalados en la actualidad al pie de la carretera. 

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