Los gigantes verdes de España: 10 bosques que te dejarán con la boca abierta

Recorremos España de punta a punta en busca de los 10 gigantes verdes. Bosques que ejemplifican a la perfección la variedad de paisajes que podemos disfrutar sin salir de nuestras fronteras.

Hayedo de Altube, Parque Natural del Gorbea
Hayedo de Altube, Parque Natural del Gorbea / Getty Images

Una ardilla ya no puede atravesar la Península saltando de árbol en árbol, como en tiempos de Estrabón, pero aún quedan tejos milenarios, encinas, castaños y robles inmensos, donde podría brincar toda una semana sin repetir rama. También hay árboles exóticos y existe incluso un auténtico bosque de secuoyas que vive tan alegremente en Cabezón de la Sal, como si Cantabria fuera la soleada California. 

Roblón de Estalaya, Palencia

En el valle del alto Pisuerga, dominando desde el cerro de San Cristóbal un hermoso panorama de la Montaña Palentina, se alza el Roblón, un árbol con un tronco de 10 metros de perímetro, para abrazar el cual harían falta seis hombres juntos y cuya edad, según los cálculos menos alegres, es de más de 500 años. Así que ya era un pimpollo cuando, por poner un vistoso ejemplo, Miguel Ángel estaba pintando la Capilla Sixtina.

Ficus del Puerto de la Cruz, Tenerife

Ficus del Puerto de la Cruz, Tenerife

/ Andrés Campos

Hace 60 años el Roblón se libró de una tala inmisericorde y hace 40 de un incendio intencionado. No hay quien acabe con él. La senda del Roblón (circular, de 4,5 kilómetros y 90 minutos de duración) nace en el kilómetro 5 de la carretera PP-2173, a 500 metros de Estalaya, donde hay un aparcamiento y un panel informativo.

Las Mariantonias de la Sagra, Granada

Así, como Mariantonias, se conoce a las tremendas secuoyas que viven desde hace un siglo y medio en el cortijo de La Losa, en la sierra granadina de la Sagra. Tal es la jocosa traslación que se hizo aquí del nombre Wellingtonia gigantea con que el inglés John Lindley bautizó a esta especie en 1853. El grupo más famoso, formado por 17 de ellas, se ve muy bien desde la carretera que va de Huéscar a Santiago de la Espada, a la altura del kilómetro 20. El altísimo bosquete, con el imponente peñón de la Sagra detrás, compone una foto memorable, que justifica el largo viaje. Y también los platos de cordero segureño que hacen en Huéscar y Puebla de Don Fadrique.

Ficus del Puerto de la Cruz, Tenerife

En la parte alta de Puerto de la Cruz descuellan los árboles aún más altos del Jardín Botánico que Carlos III ordenó crear en 1788 para que se aclimataran especies procedentes de las colonias tropicales, antes de dar el salto a la Península. El más viejo es un mamey que lleva más de 150 años plantado junto a la puerta, pero el mayor es un Ficus macrophylla columnaris o higuera de Lord Howe, bajo cuya copa de 40 metros de diámetro podría emboscarse holgadamente una manada de T-Rex. Cerca está el Sitio Litre, finca en la que se reunía antaño la colonia inglesa para tomar el té y jugar al cróquet, que ahora es un jardín de orquídeas y dragos colosales.

Mariantonias de La Sagra, Granada

Mariantonias de La Sagra, Granada

/ Andrés Campos

Los Reyes de la Granja, Segovia

Los árboles más inmensos de España se hallan en La Granja de San Ildefonso, donde los jardineros reales plantaron varias secuoyas gigantes en 1860, al poco de llegar a Europa las semillas de esta especie americana. Sobre todas ellas señorea una pareja a la que llaman el Rey y la Reina, que se alza en la plaza de España, delante de la Colegiata. Con un tronco de 14,71 metros de perímetro y una altura de 41, la Reina, si no es el árbol más grande de la Península, por ahí le anda. El Rey medía algo más, pero en 1991 le cayó un rayo en la corona y se quedó en 39. Desde entonces, ambos tienen pararrayos. Dentro de los jardines de palacio hay también tres secuoyas gigantes en el parterre de Andrómeda y otras cuatro en la Casa de las Flores, una de ellas de 48 metros, considerada la más alta de España.

Tejos del Arroyo Barondillo, Madrid

Tejos del Arroyo Barondillo, Madrid

/ Andrés Campos

Carrascas de Valderromán, Soria

En el suroeste de Soria no hay muchas cosas, pero las pocas que hay son inmensas, eternas. Allí permanece, excavada para siempre en la roca, la ciudad celtíbera y romana de Tiermes, la Pompeya española. Y a ocho kilómetros de Tiermes están las carrascas o encinas de Valderromán, que desde hace 800 años proyectan sus sombras gigantescas sobre los campos que rodean la aldea homónima. La mayor tiene un tronco de 5,19 metros de perímetro y cuatro brazos hercúleos, sostenes de una copa de 300 metros cuadrados que nada tiene que envidiar a las bóvedas de las catedrales góticas (Burgos, Lleida, Toledo...) de las que es contemporánea. Las nieves del invierno de 2017-2018 rompieron uno de sus brazos, pero la encina sigue siendo monumental, al igual que muchas de sus hermanas. 

Fraga de Catasós, Pontevedra

A tres kilómetros de Lalín (turismo.lalin.gal), en el corazón de Galicia, está el pazo de Quintela, donde pasó largas temporadas Emilia Pardo Bazán. Y junto al pazo, la Fraga de Catasós, una de esas robledas “altas y añosas” que, según la autora de Los pazos de Ulloa, “valen miles de duros (...) y que sus dueños no quieren, no digo talar, pero ni aún mutilar”. Además de enormes robles, en este bosque de cinco hectáreas (como 10 campos de fútbol) hay castaños aún más grandes todavía, de hasta 30 metros de altura y cinco de perímetro, que son los de mayor crecimiento anual de Europa. Junto al sendero que rodea el bosque, se encuentra el tocón de un árbol abatido en 1984 por el huracán Hortensia, en el que se ven y se cuentan 300 anillos de crecimiento, uno por año, hasta llegar a su corazón, formado en tiempos de Felipe V. 

Eucaliptal de Chavín, Lugo

Eucaliptal de Chavín, Lugo

/ Andrés Campos

Hayedo de Altube, Álava

En la falda suroccidental del Gorbea (1.481 metros) se extiende el hayedo de Altube, uno de los mayores de la región, que en otoño es un bosque de ensueño, con un colorido formidable y setas para parar un tren. Lo que se puede ver en cualquier estación son algunos ejemplares de haya extraordinarios, mastodónticos, que destacan entre los miles de delgadas jovenzuelas como luchadores de sumo en un jardín de infancia. Y no hay que matarse a andar para encontrarlos. Frente a la Casa del Parque de Sarria, al lado mismo del aparcamiento, hay un área recreativa asombrada por hayas colosales a orillas del río Baia. Si la Guía Michelin otorgara estrellas a los merenderos, este tendría tres.

Castaños de la Pesanca, Asturias

Otra área recreativa de tres estrellas es La Pesanca, en el concejo asturiano de Piloña. A 11 kilómetros de Infiesto, al final de la carretera PI-4, junto al río del Infierno, se encuentra esta deliciosa zona de pícnic, cuyas mesas y praderas ribereñas están asombradas por castaños gigantescos. Con madera de castaño se construyeron hace cuatro o cinco siglos los hórreos de Espinaredo, un lugar precioso que se atraviesa cinco kilómetros antes de llegar a La Pesanca. Espinaredo es el pueblo que más hórreos y más antiguos posee de todo el Principado: 26. Alguno de ellos están decorados con bajorrelieves policromados. 

Hayedo de Altube, Álava

Hayedo de Altube, Álava

/ Andrés Campos

Tejos del Arroyo Barondillo, Madrid

Los tejos son árboles de crecimiento tan lento, que si su tronco alcanza los 10 metros de circunferencia, como los que se ven a orillas del arroyo Barondillo, en el valle alto del Lozoya, en Rascafría, tienen una edad incalculable. ¿1.000 años? ¿1.500? ¿2.000? Insistimos: incalculable. Son, eso seguro, los seres vivos más viejos de Madrid. En el kilómetro 32 de la carretera M-604, subiendo de Rascafría al puerto de Cotos, se desvía a la izquierda una pista forestal cerrada al tráfico que remonta el alto Lozoya a lo largo de un par de kilómetros, lo salva mediante un puente de piedra (el viejo puente de la Angostura) y se divide en dos. Si subimos otros cuatro kilómetros por el ramal de la izquierda, llegaremos tras casi dos horas de paseo al punto en que la pista se extingue junto al arroyo Barondillo y, cruzando este, es cuando veremos a los abuelos de Madrid.

Colosos del Valle de Cabuérniga, Cantabria

El robledal del monte Aá, en Ruente, es un bosque extraordinario de robles comunes (Quercus robur). O cagigas, como les dicen allí. Cagigas o robles milenarios como el Arriaga, el Mellizo o el Belén, en cuyo tronco hueco, de 10 metros de perímetro, cabrían holgadamente Jesús, José, María y los tres Reyes Magos con sus pajes y camellos. El Cubilón, al que tiró un vendaval hace 20 años, era aún mayor. Es una buena excursión a pie, de unas cuatro horas de duración.

'La reina', secuoya gigante de La Granja, Segovia

'La reina', secuoya gigante de La Granja, Segovia

/ Andrés Campos

Ruente está en el valle de Cabuérniga, en la zona occidental de Cantabria, muy cerca de otros dos bosques majestuosos: valle arriba, subiendo hacia el puerto de Palombera, se encuentra el hayedo de Saja, el segundo mayor de Europa, después de la navarra Selva de Irati; valle abajo, a un tiro de piedra de la autovía del Cantábrico (A-8), queda el bosque de secuoyas de Cabezón de la Sal, una masa formada por 848 ejemplares grandecitos de esta exótica especie, que fueron plantados en los años 40 del pasado siglo, en uno de tantos experimentos forestales que se hicieron para buscar el mayor rendimiento maderero durante el periodo de autarquía. 

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