La otra Costa Brava: un paseo por L'Empordà

Los encantos de la Costa Brava también se esconden tierra adentro, en aldeas que se levantaron piedra sobre piedra en época feudal, en campos salpicados de manzanos...

Unos cuantos lugares que debes ver en el Empordà
Unos cuantos lugares que debes ver en el Empordà / Kris Ubach

En 1852, en un yacimiento italiano, se descubrieron cuatro jarras de plata en forma de miliario que tenían grabados los nombres y las distancias entre las distintas poblaciones de aquella Vía Augusta que una vez unió Gades (Cádiz) con Roma. Así, tras el hallazgo de aquellos Vasos Apolinares supimos que cuando los romanos recorrían la península ibérica por esta gran calzada y como si de un itinerario trazado por Google Maps se tratara, los viajeros paraban primero en Hispalis (Sevilla), visitaban Corduba (Córdoba) y Tarraco (Tarragona) para acabar relajándose en una modesta localidad termal de la Costa Brava, antes de proseguir su viaje hacia la capital del Imperio.

Un paseo por otra cara de la Costa Brava: el precioso Empordà

Un paseo por otra cara de la Costa Brava: el precioso Empordà

/ Istock / Jose Miguel Sanchez

Aquel enclave gerundense que merecía la pena un alto el camino no era otro que Aqvis Voconis —nombre asociado al enclave romano de Aqvae Calidae— o, lo que es lo mismo, la actual Caldas de Malavella, una población que aún hoy pone sus fuentes termales a disposición de quien las requiera para aliviar sus dolencias. Las propiedades de las aguas bicarbonatadas, alcalinas, litínicas y fluoradas de Caldas de Malavella ya conocidas en época clásica y llevadas a la excelencia por la burguesía catalana del siglo XIX, siguen siendo hoy un buen incentivo para quienes deciden explorar la Costa Brava un poco más a fondo. 

Mas Falagrona Hotel Boutique & Spa

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/ Kris Ubach

Y es que más allá de ese litoral fracturado y revirado que aquí y allí esconde una cala de aguas cristalinas, un paso excavado en la roca, un pino haciendo equilibrios en el abismo o un pueblecito pintoresco que duerme en invierno y se llena literalmente hasta la bandera en verano, hay otra realidad. Muchas localidades de esta costa mediterránea que se abarrota cuando llega el calor tienen una escueta versión de interior que respira algo más tranquila que su homóloga a pie de playa. Un ejemplo clásico de este extremo es la población de Calonge, que suele pasar el verano sin (demasiadas) algarabías diurnas a pesar de compartir municipalidad con la muy frecuentada y playera Sant Antoni.

Castillo de Calonge

Castillo de Calonge

/ Kris Ubach

La Calonge de interior es todo un ejemplo de vida pausada que hace un par de años se convirtió en el primer Booktown permanente de Catalunya. Ocho librerías para un pueblo de apenas 10.000 habitantes son muchas librerías, pero sus artífices —libreros como Meritxell Rals (Rals Llibres), Belén Vieyra (Libelista Calonge) o Cristina Vilà y Xavier Bastús (La Viatgería), entre otros— tuvieron claro que en la Costa Brava otro tipo de turismo que apreciara algo más que la playa y la paella era posible. Y les funcionó. Hoy a Calonge y durante todo el año llegan muchos visitantes que piden libros en inglés, en francés, en castellano o en catalán, porque quienes acuden saben que aquí, en esta pequeña manchita en el mapa, van a encontrarlos. “El secreto —confiesa Meritxell, de Rals Llibres— es que las librerías no nos solapamos; hay una dedicada a los cómics, otra al mundo oriental, otra a los viajes, otra al libro infantil y juvenil... o la mía, que es generalista ilustrada”.

En bici por Peratallada

En bici por Peratallada

/ Kris Ubach

Siguiendo rumbo norte sin dejar el interior, llegamos a esa tierra de la Costa Brava que Josep Pla definió como L’Empordà Petit o L’Empordanet, un lugar de límites inventados que el escritor de Palafrugell situó entre el Montgrí y la Vall d’Aro y desde las Gavarres hasta el mar. Su centro neurálgico es La Bisbal d’Empordà, otro de esos lugares que desde hace décadas apuesta por añadir alternativa cultural a la ya tan trillada oferta de tumbona y bañador. La práctica ceramista de esta población, si nos atenemos a los primeros documentos escritos, se remonta al siglo XVI y hoy en ella funcionan más de 40 talleres especializados.

Monasterio de Sant Pere de Rodes

Monasterio de Sant Pere de Rodes

/ Kris Ubach

Aunque muchos de ellos perviven desde hace generaciones hay otros que pertenecen a artistas jóvenes que justo acaban de instalarse, lo que indica que aquí la tradición está lejos de caer en desuso. Y es que en Catalunya es habitual recorrer los kilómetros que haga falta para venir a La Bisbal con intención de comprar botijos, cazuelas, macetas o vajillas enteras, pero también hay quienes llegan hasta aquí desde Toulouse, Ámsterdam, Chicago o Abu Dabi. La fama de la cerámica bisbalenca ha trascendido fronteras y hoy de los hornos de La Ponderosa, Rulduà, Vilà-Clarà, Galimont o Ferrés (por mencionar solo algunos) salen multitud de piezas hechas a mano que después no será raro encontrar decorando los jardines, los hoteles e incluso las mesas de los restaurantes con estrella Michelin que salpican la Costa Brava. 

Vista de la localidad de Cadaqués

Vista de la localidad de Cadaqués

/ Kris Ubach

Siguiendo la línea del mar a una prudente distancia tierra adentro, l’Empordà nos descubre muchos pueblos levantados piedra a piedra por señores feudales, que miran hacia los arrozales, los campos de manzanos, los girasoles y todas esas balas de paja que tanta ruralidad confieren al paisaje. Las poblaciones de Monells, Madremanya, Peratallada, Vulpellac, Corçà o Pals, entre otras, son las encargadas de poner la belleza pétrea con toda esa arquitectura que un día fue defensiva o agrícola y que hoy acoge hoteles de alta exquisitez y restaurantes de autor que apuestan por el producto local y la clientela selecta. Sus callejones medievales han amparado muchos rodajes y hoy más de uno se sorprende en reconocer la calle mayor de tal pueblo o la plaza de tal otro cuando se sienta en el sofá a ver Netflix. 

Calles de Peratallada.

Calles de Peratallada.

/ Kris Ubach

El interior empordanès es fotogénico a rabiar. Lo es y lo sabemos los de aquí desde hace mucho, si no, ¿por qué Gala y Salvador Dalí decidieron construirse un castillo de estilo toscano tierra adentro cuando ya poseían una casa de las maravillas en la muy marinera (y altamente pintoresca) Port Lligat? Se fueron a l’Empordà interior porque allí se estaba más tranquilo, porque se respiraba más fresco y porque al paisaje no le faltaba ni un ápice de hermosura. También porque Gala necesitaba un refugio donde desconectar de su histriónico marido, todo hay que decirlo. Y en aquel castillo de aquella muy medieval villa de Púbol, la musa dejaría el mundo en 1982. Tras ser embalsamada, fue enterrada en la cripta de la fortaleza ataviada con un elegante vestido rojo de Dior. La tumba vecina —concebida inicialmente para dar sepulcro a Dalí— quedaría vacía para siempre, ya que el genio, al final de sus días, decidió reposar eternamente en su Figueres natal. 

Arkhé Hotel Boutique de Pals

Arkhé Hotel Boutique de Pals

/ Kris Ubach

La Costa Brava de interior es pues, lo constatamos, una firme sucesión de pueblos pintorescos y parajes rurales que también se dejan disfrutar en verano. Pero la verdadera esencia de esta zona, a pesar de lo dicho, no está tanto en sus paisajes, sino en sus paisanajes. Porque aquí son muchos los que llevan décadas arremangándose la camisa para conseguir que este lugar no pierda su carácter. Gracias a toda una legión de apicultores, pagesos, panaderos, cesteros, ceramistas, queseros, pescadores tradicionales o viticultores, entre muchos otros, hoy tenemos una Costa Brava que no solo es bonita, sino que es rica en honestidad y en raíces. Por ese motivo y no otro, unos cuantos chefs de (ahora) apellido ilustre demostraron al mundo que en esta tierra pequeña se podían hacer cosas muy grandes con lo que se tenía más a mano, es decir, con esos aceites, esas frutas autóctonas, esas vedellas ecológicas o esos pescados de roca que cualquiera puede comprar en los mercados locales.

Más allá de los hermanos Roca, Adrià, Casañas, Castro y Xatruch que encabezan los rankings mundiales de la excelencia culinaria, muchísimos otros chefs locales perpetúan esa tan típica cocina de mar i muntanya que inventaron los pescadores de antaño cuando a los cocidos de pescado decidieron añadirle cuatro patatas y un conejo del corral. Ahí están, por ejemplo, el chef Joan Carles Sànchez, que abrió su restaurante en una masía del siglo XVI (Es Portal) y que apostó por llevar al siguiente nivel los arroces y manzanas que se cultivan en la misma localidad de Pals; o la multipremiada chef Iolanda Bustos, que se enamoró como Romeo de Julieta de esas aceitunas endémicas de l’Empordà, las argudell, que han dado sentido a su carrera. Son solo dos ejemplos, pero hay más, muchos más que reivindican l’Empordà (también el de interior) en sus recetas. 

Y es que a las bellezas marineras de Tossa de Mar, Calella de Palafrugell, Cadaqués o Port Lligat, entre tantas, hay que valorarlas como se merecen, son núcleos humanos preciosos, de casas encaladas en blanco y marinas que son dignas de un óleo. Pero que nadie olvide que los romanos —y también Gala— cuando buscaban reposo, escogían la más pausada Costa Brava interior. 

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