El recorrido perfecto para este verano: por las costas del País Vasco francés

De Bayona a San Juan de Luz y desde Biarritz a Hendaya, un recorrido por las costas de la región vecina a nuestra frontera para disfrutar de su cultura, sus tradiciones y una irresistible gastronomía.

Un recorrido de ensueño por el País Vasco Francés
Un recorrido de ensueño por el País Vasco Francés / Istock / Xantana

El ruido de las máquinas desborda el andamiaje que cubre la robusta fachada de la antigua escuela municipal. Es un rumor que se escucha por toda la Petit Bayonne y se extiende al resto de la ciudad vascofrancesa. Son las obras para la ampliación del Museo Bonnat-Helleu, que continúan imparables. Se trata de una actuación de profundo calado, que ha hecho surgir sobre la antigua escuela que ocupaba este lugar un nuevo edificio que ya emerge en la línea del horizonte del paisaje de la ciudad francesa. La inauguración del que promete ser uno de los mejores museos de toda Francia está prevista para 2025.

Con una extraordinaria colección de más de 7.000 obras, que incluyen a Goya, Leonardo da Vinci, Rafael, Rubens, Durero, Miguel Ángel, El Greco, Murillo, Degas, Rembrandt y Tiépolo, entre otros, la ampliación del Museo Bonnat-Helleu promete ser uno de los acontecimientos culturales de Francia. Los bayoneses saben que se convertirá en uno de los mejores atractivos turísticos de Aquitania.

Sombrillas de la Grand Plage.

Sombrillas de la Grand Plage.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Mientras llega, nada mejor que una visita más mundana que nos permita coger fuerzas. La vecina Monsieur Txokola es un establecimiento dedicado a la elaboración de chocolate, tan abundantes en Bayona y resto de una región francesa cuyos ciudadanos muestran auténtica devoción por los productos derivados del cacao. Gobierna el obrador Cyril Pouil, maestro artesano que da un cursillo exprés de su trabajo junto con Ronan Lagadec, que produce tabletas, patés, bombones, pralinés, macarons, barras, tejas, polvos de cacao y otras delicatessen adornadas con sabores picantes, salinos, ácidos y afrutados. En la amplia nómina de sus especialidades destacan un original jugo de cacao y las tabletas de antaño. “Es un chocolate histórico, tal y como se hacía en el siglo XVI en Bayona, donde hay una tradición chocolatera de 400 años”, señala Pouil orgulloso.

Trinquete de Saint-André

No hay que irse muy lejos —en Bayona nada lo está— para encontrarse con la siguiente sorpresa. Al final de un callejón que pasa desapercibido abre la puerta uno de los orgullos de la pequeña historia de la villa, el trinquete de Saint-André. Heredero de uno de los más antiguos jeu de paume, juego de palma, que hay en el mundo para la práctica de un deporte que en Francia fue durante siglos el deporte más popular del país.

Puerto de San Juan de Luz.

Puerto de San Juan de Luz.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Existen referencias de este trinquete desde los inicios del siglo XVII y se asegura que el mismísimo Luis XIV, el Rey Sol, peloteó un rato en su viaje al País Vasco, para su matrimonio con la infanta de España María Teresa de Austria, del que hablaremos más adelante. A finales del XIX, el trinquete bayonés se transformó para poder jugar pelota vasca. Desde entonces mantiene el mismo aspecto.

Fundada en la confluencia del Adour con el Nive en tiempos de la dominación romana, Bayona vive 1.700 años después la transformación de su centro en espacio peatonal, en una encomiable busca de mayor humanización de la villa. Tanta obra no le impide continuar luciendo su ambiente tranquilo, limpio y señorial. Ciudad de carácter acogedor, en su tejido urbano se mezclan las tradiciones vascas y gasconas con las francesas… y las españolas. 

En la parte alta de la ciudad se eleva la catedral de Sainte-Marie, cuyas afiladas torres góticas, de 85 metros de altura, son visibles desde kilómetros de distancia. En la actualidad se culmina la restauración de los parámetros de la fachada, que estaban seriamente deteriorados por la acción de los elementos. Merece la pena asomarse a su interior para relajarse en el íntimo claustro y admirarse ante la espléndida colección de vidrieras del siglo XVI, que se muestran flamantes tras su reciente restauración.

Casino y playa de Hendaya.

Casino y playa de Hendaya.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Rodea la catedral un dédalo de calles de enorme tipismo. Casas con las robustas vigas de sus entramados visibles sobre las blancas fachadas, en las que destacan ventanas, postigos y puertas pintadas en primorosos verde y rojo. Por las rues d’Espagne y Poissonnerie se desciende hasta les Halles, el mercado central. Abundan en el camino tiendas de moda, deportes y artículos turísticos. No falta una generosa proporción de bares y cafeterías, salpicada por panaderías, estancos y toda clase de comercios. Aparte de las chocolaterías, son recomendables las maisons charcuteries. Nacidas al amparo del jamón de Bayona, sus mostradores rebosan patés, rilletes, fuas, magrés, confits, salchichas, salchichones y, por supuesto, txistorras y chorizos. 

Bares de tapas

En el entorno del mercado se esparcen las terrazas que invitan a un alto. Al lado está el Bar du Marché, con su decoración años sesenta intacta y muy popular entre los bayoneses. Otros establecimientos con marcadas intenciones turísticas se anuncian como bares de tapas, así como suena. Es el caso del Xurasko, Chez Pantxo y La Verbena, en el edificio del propio mercado. En sus mesas lo mejor son las vistas del atardecer sobre las fachadas de las casas de la Petit Bayonne que dan al río Nive. 

Quesos del País Vasco y Pirineos occidentales en una tienda de Les Halles, Biarritz.

Quesos del País Vasco y Pirineos occidentales en una tienda de Les Halles, Biarritz.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Con 49.000 habitantes censados, no es fácil conocer la población real que habita la villa. Sobre todo los meses estivales, cuando se triplica holgadamente. Si saber esto es difícil, descubrir los límites de la ciudad se antoja imposible. Desde la unión del Nive con el Adour, se prolonga sin interrupción hasta la orilla del Atlántico. Los locales llaman a este enorme asentamiento BAB, acrónimo que recoge las iniciales de tres localidades urbana y geográficamente unidas: Bayona, Anglet y Biarritz. Entre sus centros se extiende un conglomerado de urbanizaciones, carreteras, autopistas y centros comerciales.

El mejor camino para recorrer su laberinto es seguir desde el centro de Bayona la orilla izquierda del Adour aguas abajo, hasta la desembocadura en Anglet. Conocido por sus bosques, campos de golf y playas tan afamadas como Les Corsaires y La Madrague, el pueblo se extiende pegado a la costa atlántica. Da paso a Biarritz en un lugar que, al menos por su nombre, resulta emblemático: La Chambre d’Amour. Esta recogida playa perdió el encanto hace décadas, cuando se levantó en su centro un enorme edificio residencial. Ya solo le queda el nombre.

Playa Côte des Basques de Biarritz con Villa Belza al fondo.

Playa Côte des Basques de Biarritz con Villa Belza al fondo.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Antes de sumergirse en el tumulto biarrota, nada mejor que huir al interior de Anglet y refugiarse en el Brindos Lac & Château. Esta antigua propiedad señorial con aires entre el cottage inglés y las casas de campo mediterráneas se alza en la orilla del segundo lago particular más grande de Francia. En mitad de las aguas, media docena de singulares habitaciones flotantes, a las que hay que llegar en barca, están entre las más demandadas de la región. 

Feria de anticuarios en Sokoa.

Feria de anticuarios en Sokoa.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

De regreso a la orilla del océano, el faro de Biarritz es el mejor lugar para contemplar la ciudad. A sus pies, el Golf du Phare, construido en 1887 por socios del British Club, es uno de los primeros de Europa continental. Aunque la vorágine de esta urbe empezó unos años antes. Capital de la llamada California francesa por la calidad de sus playas y sus olas idóneas para la práctica del surf y un clima favorable, Biarritz descubrió el turismo antes que cualquier otro lugar de la costa vascofrancesa. Sucedió a mediados del XVIII cuando, al tiempo que decaía la actividad ballenera típica de los pueblos costeros del golfo de Vizcaya, los visitantes comenzaron a llegar a la localidad.

Uno de los primeros fue Victor Hugo, quien recaló en Biarritz en 1843 en una parada de su famoso periplo por los Pirineos. Al tiempo que glosaba el blanco caserío de puertas y contraventanas rojas y verdes, dejó escrito en el libro que relata el viaje una obviedad y un temor que no tardó en cumplirse: “No conozco ningún sitio más encantador y magnífico que Biarritz. Mi único temor es que se ponga de moda”.

Solo una década después, Eugenia de Montijo llegó al pueblecito marinero. Es a la aristócrata española a quien más debe Biarritz su conversión en epicentro turístico. Recién casada en París con Napoleón III, marchó a la villa en la que había pasado algunos veranos de su niñez. Para agasajarla, en 1854 el emperador construyó en la punta norte de la Grande Plage Villa Eugénie, flamante palacio con su planta con la forma de la E de Eugenia.

En bici por Bayona.

En bici por Bayona.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Convertida en la residencia de verano imperial, la española puso de moda Biarritz entre la realeza y la aristocracia de toda Europa. Reinas y reyes como Isabel II de España, Victoria de Inglaterra, Leopoldo II de Bélgica y María Amelia de Portugal, la emperatriz Sissi, el canciller Bismarck, Alberto de Baviera y otros muchos se dejaban ver por el coqueto palacio. Poco después, huyendo de la revolución de 1917 llegaron los rusos. Aristócratas, nobles y artistas como los escritores Vladimir Nabokov y Antón Chéjov se instalaron en la villa. La hoy alicaída iglesia ortodoxa es su vestigio más importante. 

Seducida por un ambiente tan exquisito, Coco Chanel arribó a Biarritz con quien por aquel entonces era su amante, el jugador de polo y político Arthur Boy Capel. La modista ya gozaba de prestigio y abrió su maison de couture en Villa Larralde, que alquiló a la viuda del conde español Tristán de L’Hermita.

En el entorno de la Grande Plage, Coco entabló una profunda relación con los exiliados rusos. Entre ellos, el Gran Duque Dimitri Pavlovitch, de quien se dice le inspiró las fragancias de su Chanel Nº 5, el perfume más conocido de la historia, cuyo frasco aseguran está inspirado en las botellas de vodka rusas. Una placa frente a Villa Larralde y una pizzería con su nombre en el callejón de al lado recuerdan el paso de Coco por Biarritz.

Escaparate de la chocolatería La Tasse à Moustache en Biarritz.

Escaparate de la chocolatería La Tasse à Moustache en Biarritz.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Acabada la Primera Guerra Mundial se abrió la veda a las celebrities. Para entonces, Villa Eugénie había pasado a manos de la Banque Parisienne, que la transformó primero en casino y luego en el Hôtel du Palais. Aquí se alojaron los Chaplin, Jean Cocteau y Sarah Bernhardt, a los que se unieron Gary Cooper, Frank Sinatra, Tyrone Power, Bing Crosby, Truman Capote y una interminable lista de estrellas de Hollywood. Los dos primeros tuvieron el honor de darse el primer chapuzón en la piscina de corte californiano.

Ernest Hemingway tampoco podía faltar en la nómina de ilustres huéspedes del Hôtel du Palais. El macho alfa de la literatura norteamericana tuvo su parte de protagonismo en la transformación que llevó a Biarritz a ser lo que es hoy. Fue en 1957, cuando incluido en la troupe comandada por el escritor Peter Viertel y su mujer Deborah Kerr, llegó a Biarritz desde París. Viertel era el autor del guion cinematográfico de la novela de Hemingway The Sun Also Rises (Fiesta), que cuenta el viaje de París a Pamplona de un grupo de norteamericanos para ver los sanfermines. Durante su estancia sucedió un hecho que nada tiene que ver con el cine, pero que dio un giro de 180 grados al concepto que regía entonces al turismo biarrota. Entre los técnicos del equipo estaban Dick Zanuck, hijo del productor de la película y un adicto del surf.

Brindos, Lac & Château en Anglet.

Brindos, Lac & Château en Anglet.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

Para complacer al hijo del patrón, Viertel mandó traer unas tablas de surf desde California. El envío de objetos tan voluminosos y desconocidos en Francia fue complicado. Tanto se demoró, que Zanuck tuvo que regresar a Estados Unidos. Las autoridades aduaneras francesas pedían una importante tasa para su importación al país. Para evitarla las enviaron a España, desde donde viajaron, ya por tierra, hasta Biarritz.

Es conocida la foto de Viertel junto al francés Joël de Rosnay en la Grande Plage sosteniendo sendas tablas de surf, la del primero con la nariz rota durante el viaje. Las olas de la costa atlántica hicieron el resto y Biarritz se convirtió en la reina de las playas. No pasó mucho tiempo para que todos los arenales de la costa vascofrancesa se convirtieran en referencia mundial del deporte. Curiosamente, fue Peter Viertel, conocedor del surf, pero que apenas lo había practicado, el primer surfer que surcó una ola europea. Seguro que Hemingway contempló aquellas tempranas cabalgadas acuáticas desde la baranda del Hôtel du Palais agarrado a uno de sus peculiares bloody mary. 

Eterno Hôtel du Palais

Han pasado 168 años desde su inauguración y el Hôtel du Palais luce radiante tras su última transformación, concluida tras el fin de la pandemia. Junto a los cambios, notables en la entrada del histórico edificio y en la piscina, se notan los nuevos tiempos que vive el establecimiento. El Ayuntamiento de Biarritz no ha perdido la propiedad, aunque ha cedido su gestión a una gran cadena hotelera internacional.

Recogedores de moluscos durante la marea baja en la costa de Sokoa.

Recogedores de moluscos durante la marea baja en la costa de Sokoa.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

La entrada es ahora más luminosa, aunque se echa de menos detalles que le daban otra clase de lustre al exquisito establecimiento, como la desaparecida conciergerie con su panel de historiadas llaves de las habitaciones, o la galería de fotos de los ilustres visitantes que ha tenido el hotel a lo largo de la historia, ahora desperdigadas por diferentes y muchas veces escondidos rincones. La clientela también ha cambiado. La presencia de huéspedes norteamericanos es notable. Acuden a conocer el exclusivo hotel gracias a los bonos de fidelidad que les brinda la cadena hotelera. Te los encuentras en bañador por el vestíbulo o los escuchas pedir unas hamburguesas bajo las emblemáticas iniciales coronadas de Napoleón III y Eugenia de La Rotonde, el exclusivo restaurante del palacio.

El gobierno del prestigiado chef Aurélien Largeau no impide sorpresas como encontrar platos agotados en el momento de la comanda, que se sirva frío un menú o que el camarero derrame el Saint-Emilion Grand Cru al servirlo en la copa. Gotas rojas que manchan la mantelería de hilo como una herida. Señala la necesidad de mejora de un restaurante una estrella Michelin y de uno de los únicos 31 hotel palacio cinco estrellas de Francia. 

Les Halles es otra cosa. Situado en la parte alta del centro, el mercado central biarrota y su entorno ofrecen una mezcla popular de puestos donde se venden productos de cercanía, tanto de tierra como del mar, y bares en los que tomarse ostras de la cercana Arcachón o un queso de la montaña pirenaica.

Rumbo al sur y sin dejar la costa, le toca el turno a Saint-Jean de Luz. La referencia histórica más notable de esta villa marinera la señala el referido matrimonio de Luis XIV con María Teresa de Austria. Boda de conveniencia política que quería asegurar la unión entre España y Francia. 

Busto de Eugenia de Montijo en los jardines de la Capilla Imperial, Biarritz.

Busto de Eugenia de Montijo en los jardines de la Capilla Imperial, Biarritz.

/ Alfredo Merino y Marga Estebaranz

La boda supuso una revolución en el pequeño pueblo que era San Juan de Luz. Se casaron en la iglesia de San Juan Bautista, en uno de cuyos muros todavía es visible el arco por el que accedieron los reales contrayentes a la ceremonia y que después fue tapiado para que nadie lo volviese a atravesar. Llama la atención en su interior un barco de vapor colgado del techo. Es un exvoto marinero que recuerda el naufragio del Atlantique en 1865. 

Mucho antes funcionaba Maison Adam. La pastelería continúa abierta enfrente de la casa donde se alojó Luis XIV. Como regalo de bodas, la casa envió para el postre del banquete regio una selección de su dulce más reconocido, los macarons. No han dejado de elaborarlos desde entonces. “Utilizamos productos ecológicos sin ningún componente químico y, claro, con nuestra receta que es secreto de familia”, asegura su propietario Andoni Tellería. La plaza Louis XIV es un espacio copado por apetecibles terrazas, en cuyo centro y alrededor del quiosco de música se concentran pintores callejeros. Componen la imagen más pintoresca, nunca mejor dicho, de la localidad.

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