Covadonga y más tesoros de Asturias

El principado viste de fiesta sus calendarios para celebrar varios aniversarios: 1.200 años de la Cruz de los Ángeles y 1.100 de la Cruz de la Victoria; 400 años de la fundación de la Universidad ovetense y 90 años de la creación del Parque Nacional de Covadonga, el primero de España.

Covadonga y más tesoros de Asturias
Covadonga y más tesoros de Asturias

Hace 90 años que Alfonso XIII inauguraba el primer Parque Nacional de España, con el nombre de P. N. de la Montaña de Covadonga. La cosa tiene su miga porque era la primera vez que en nuestro país irrumpía en la escena pública y cotidiana algo a lo que ahora nos vamos acostumbrando, pero que para un observador marciano (pongamos por caso) tendría la misma relevancia que la irrupción del PC, el móvil o Internet. Me refiero a la llegada de algo tan nuevo como el sentimiento de la naturaleza: no como una estética (eso ya ocurrió en el siglo XIX) sino como una ética, como un compromiso de convivir con el planeta y respetarlo. Vamos, lo que ahora llamamos ecologismo.

En 1995 se ampliaban considerablemente los límites del parque, incluyendo parte de provincias aledañas y cambiando su nombre por el de Parque Nacional de los Picos de Europa. Hace sólo un lustro, la Unesco lo distinguía como Reserva Mundial de la Biosfera. Y es tal su magnetismo que recientemente se ha empezado a restringir el acceso de visitantes, según épocas y horas. Al margen de las excelencias naturales, bastante divulgadas, para Asturias este espacio posee un valor sentimental muy especial. Es el nido (de águilas, se podría decir), el solar y hogar del reino astur.

Para un asturiano, por encima de la belleza radiante de sus tres macizos, de los valles y gargantas umbríos que los recortan como un champlevé, de la desnuda majestad del Naranjo de Bulnes o el glauco misterio de los lagos Enol y Ercina, para un paisanín, insisto, lo que más interesa y conmueve son los Reales Sitios, todo aquello que tiene que ver con los orígenes. En la propia gruta de Covadonga se aúnan mito y naturaleza, y eso queda patente en la surgencia del río Orandi a los pies mismos de la Santina.

En la cueva, próxima a la basílica neorrománica, está también el sepulcro de Don Pelayo, primer rey astur. Antes estuvo en una iglesita a la que ahora se quiere dar empaque, Santa Eulalia de Abamia; un templo románico en un altozano sobre la aldea de Corao. Allí vio el sepulcro Jovellanos en 1782, y antes, en el siglo XVI, Ambrosio de Morales escribía: "El día que yo estuve era domingo y parecía que estaba allí el real del rey Don Pelayo, pues hubiera alrededor de la iglesia más de doscientas lanzas hincadas de los que venían a Misa". Los campesinos las llevaban por si topaban, por las brañas del camino, con algún oso.

A un paso de Corao, Cangas de Onís fue sede de la corte, capital del reino balbuciente y lecho de muerte de Pelayo (737), después de reinar 19 años. En la parte alta del pueblo, en la antigua parroquia de Santa María, se ha instalado un Aula del Reino de Asturias, donde se cuentan los azares de aquel germen de nación. Cangas huele a población moderna, huele a queso y en lo alto de la luz de su célebre puente romano pende una de las cruces que están de aniversario, la de la Victoria.

Fue donada a la Catedral de Oviedo hace 1.100 años, y envuelve a la de madera que, según la tradición, sacaba Pelayo como talismán al campo de batalla. Justo un siglo antes, dos orfebres (dos ángeles, según la leyenda) forjaron en una sola noche la cruz que acabaría convirtiéndose en símbolo de Oviedo. Para guardar dignamente esa Cruz de los Ángeles y la de la Victoria, Alfonso II El Casto hizo construir la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo; en ese búnker sagrado se custodiaría además el Arca Santa, procedente de Jerusalén, nimbada de supersticiones apocalípticas y repleta de reliquias prodigiosas; entre ellas, el sudario de Jesucristo. El mismo rey piadoso levantó San Julián de los Prados, el mejor conservado de los tres templos ovetenses (los otros dos son Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo) del arte prerrománico asturiano, reconocido en su conjunto por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

También cumple ahora 400 años la Universidad de Oviedo, fundada por Valdés Salas y por cuyo claustro discurrieron los mucho más escépticos Padre Feijoo y Leopoldo Alas Clarín. Este último recreó en La Regenta una Oviedo imaginaria (Vetusta) que vuelve a recobrar su atmósfera gracias a la casi total peatonalización del casco viejo. Un cogollo de piedra que debe sus mejores edificios a los siglos XVII y XVIII; entre ellos, el Monasterio de las Pelayas y varios palacios de porte florentino. No faltan, en el ensanche moderno, buenos edificios del XIX. Pero Oviedo crece, y sus ediles han dado a la ciudad el sello de nuestro tiempo. Entre lo más llamativo está el nuevo Palacio de Congresos, de Santiago Calatrava, que a nadie deja indiferente.

Está también la ampliación del Museo de Bellas Artes, que incorpora, a los dos palacios que ya ocupa, cinco casas aledañas para alojar una colección asombrosa: desde un Apostolado de El Greco o piezas de Goya y maestros antiguos hasta una de las mejores colecciones de obra española de los siglos XIX y XX. Y está, sobre todo, una especie de obsesión municipal que llena plazas y calles con fuentes y esculturas; parece que tuvieran in mente el libro Guinness, y ya van por la estatua número 103, entre ellas una de Woody Allen que es casi icono.

Otro centenario: el del hallazgo de arte rupestre en las cuevas de La Loja (en El Mazo, Peñamellera Baja) y el Pindal (cerca de Pimiango). Otra más famosa, la de Tito Bustillo (en Ribadesella), fue descubierta hace 40 años, y se trabaja en un proyecto (presupuestado en más de 10 millones de euros) para envolver la gruta con una coraza vanguardista de gran impacto visual, que dará mucho que hablar. Ya pueden los mentideros y reboticas de Vetusta ir afilando sus estiletes.

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