Chihuahua, así es el Lejano Oeste mexicano

Desiertos pedregosos, indígenas tarahumaras y la huella de Pancho Villa se esconden en el estado más extenso de México, donde encontramos un desfiladero más grande y profundo que el Cañón del Colorado y un ferrocarril de estilo decimonónico que aborda uno de los trayectos más espectaculares del mundo.

Museo de las Culturas del Norte en la zona arqueológica de Paquimé.
Museo de las Culturas del Norte en la zona arqueológica de Paquimé. / Juan Serrano Corbella

Para unos fue un héroe del pueblo, una suerte de Robin Hood que arrebataba las tierras a los hacendados para entregárselas a los campesinos. Para otros, un vil criminal, un bandolero mujeriego, inclinado a la gresca y a los excesos. En cualquiera de los casos, Pancho Villa está considerado una de las piezas claves de la Revolución Mexicana.

Rancho y casa menonita.

Rancho y casa menonita.

/ Juan Serrano Corbella

Una figura a la que la literatura y el cine empujaron al imaginario de un heroísmo tan idealizado como brutal. El centenario de su muerte se celebró el año pasado, con México declarando 2023 como el año de este revolucionario que popularizó su prominente bigote como un símbolo de virilidad. Un título que no hace sino avivar la llama del mito, especialmente en el estado de Chihuahua. Aquí donde desempeñó una labor guerrillera que Emiliano Zapata completaría por el sur, y donde finalmente fue acribillado por una ráfaga de balas, su memoria ha quedado impresa en el Museo de la Revolución.

Más allá de la huella de Pancho Villa, Chihuahua guarda miles de historias. Las que da una tierra inmensa y desolada, históricamente acosada por los ataques de los apaches y los comanches. Porque este estado, el más extenso del país (equivalente a la mitad de España), es algo así como un Lejano Oeste a la mexicana. Y no solo porque a sus puertas se despliega el enorme desierto de piedras y cactus que llega hasta la frontera con Texas, sino también porque la ganadería ha moldeado su perfil. Es este un lugar de ranchos y de vaqueros, de botas de cuero y espuelas, de sombreros como el que portaba siempre el famoso bandolero. 

Salón de Actos Municipal de Casas Grandes.

Salón de Actos Municipal de Casas Grandes.

/ Juan Serrano Corbella

Así se aprecia en la capital homónima, una de las pocas en las que pervive, en plena calle, el boleado de los zapatos. Allá donde se vaya se encontrará a estos limpiabotas que, por 30 pesos (1,5 €) lustran el calzado, en una tradición que viene de la necesidad de sacudirse el barro de las granjas. Chihuahua, que dista unos 1.500 kilómetros de Ciudad de México, no es una ciudad colonial al uso.

Tan solo en la Plaza de Armas encontramos este regusto: una catedral barroca, de 1725, y dos edificios históricos prácticamente enfrentados: el Palacio de Gobierno, de corte neoclásico, y el Palacio Federal, reconvertido en museo. Muy cerca, la calle Guadalupe Victoria aporta una nota de color con ingeniosos murales de artistas locales, aunque tal vez la pintura más llamativa es la de un perro chihuahua que ocupa la fachada de un edificio. Que no lleve a engaño: es esta raza en miniatura (y no al contrario) la que toma el nombre del lugar. Un nombre que en lengua náhuatl quiere decir “terreno seco y arenoso”. Hay quien cree que a estos canes los trajeron los jesuitas y quien defiende que, en realidad, se trata de perros aztecas a los que los misioneros, eso sí, domesticaron como animales de compañía. La cuestión es que los llamaron así por el sitio en el que se encontraban.  

De la gota de miel al sotol

El paseo por la capital se sucede entre una extraña mezcla de calles con cierta estética yanqui y puestos tradicionales en los que se venden productos chihuahuenses: la gota de miel (dulce a base de leche, nuez y piñón), el pulque (bebida prehispánica que se obtiene de las pencas del maguey) o el pinole (polvo de maíz tostado y molido que, al combinar con semillas o cacao, es un chute de energía).

Mujer rarámuri.

Mujer rarámuri.

/ Juan Serrano Corbella

Para darse un baño de modernidad, hay que acercarse al Distrito 1, la única zona con torres de más de cinco pisos. Y para hallar autenticidad hay que visitar el Mercado de Artesanía, donde se fomenta el desarrollo de las cuatro etnias que perviven en el estado: los rarámuris (o tarahumaras), los pimas, los guarijíos y los tepehuanos.

Es el lugar en el que adquirir, por ejemplo, coloridos vestidos cuyos bordados triangulares simbolizan las montañas, o cestería elaborada con fibra de Dasylirion, la misma planta (de la familia del agave) con la que se destila el sotol, que es la bebida por excelencia del norte de México. “Lindas las noches de luna alegradas con sotol / Que por allá por la junta me paseaba con mi amor”, canta un viejo corrido de Chihuahua. Pero si hay un lugar que no hay que perderse, es la cantina La Antigua Paz, la primera que se abrió en la ciudad en 1910. Aquí el ambiente festivo se expresa con una curiosa dualidad: música norteña en vivo (con fuerte presencia del acordeón) y numerosas pantallas en las que se retransmiten, al mismo tiempo, acalorados partidos de béisbol.  

Nacidos para correr

En Chihuahua la prosperidad llegó con las minas de plata, que fueron descubiertas a finales del siglo XVII. Una de ellas, llamada La Prieta, ha sido reconvertida en museo en la ciudad de Hidalgo del Parral donde tuvo lugar la muerte de Pancho Villa. Hoy son los cultivos los que salpican el paisaje en este terreno prominentemente árido. Incluso los viñedos se han hecho un hueco a cargo de la Bodega Pinesque, precursora de la enología en un estado que todavía concibe el vino como un lujo elitista.

Tren Chepe Express.

Tren Chepe Express.

/ Juan Serrano Corbella

Pero es, sobre todo, la manzana la que domina la agricultura. Sorprende que esta fruta constituya uno de los principales motores económicos de la región, capitaneados por La Norteñita. Esta empresa familiar, responsable de un cuarto de la producción del país, desempeña además una labor social puesto que en su filosofía no solo está dar empleo a las comunidades locales, sino, además, hacerlo con el respeto a su cultura, sus valores y sus creencias. “Estas etnias vulnerables han chocado con la preponderancia occidental, que ha tenido efectos devastadores: talamos sus bosques, contaminamos sus minas y entorpecemos su modo de vida. Todo esto hay que tenerlo en cuenta para entender su idiosincrasia”, explica Salvador Corral, directivo de esta compañía que acoge unos 8.000 empleados, la mayoría de ellos indígenas.

Y es que hablar de Chihuahua es hacerlo de los pies ligeros, como se denominan a sí mismos los rarámuris, también conocidos como tarahumaras por habitar la sierra del mismo nombre. Esta etnia, la más abundante, es uno de los últimos pueblos legendarios de América, famoso por su habilidad para recorrer largas distancias a una velocidad sorprendente. Ataviados con sus trajes tradicionales (coloridos vestidos para las mujeres; túnicas blancas para los hombres), y sin más calzado que el de los huaraches (una suerte de sandalias elaboradas con goma de neumático), estos hombres y mujeres que viven ajenos al frenético ritmo de la vida han conquistado ultramaratones en todo el mundo, movidos por una voluntad casi mística, como ritual y modo de subsistencia.

Chepe Express.

Chepe Express.

/ Juan Serrano Corbella

Hasta Netflix se ha hecho eco de este fenómeno con Lorena, la de pies ligeros, un documental sobre una joven indígena maratoniana que ha nacido para correr. Cuentan que, en los días del rodaje, una camioneta se la encontró subiendo la sierra a pie y el conductor se ofreció a llevarla en su propio vehículo. Su rotunda respuesta dejó atónito a todo el equipo: “No, gracias, llevo prisa”.  

Los rarámuris tienen en el aislamiento su único medio de defensa para vivir en paz. Por eso aún se les puede ver en los fruncidos de las montañas, a veces en cuevas como la de Catalina, una chamana que realiza limpiezas energéticas con vistas al cañón de Oteros. Ahí siguen sus hogares, en pequeñas comunidades que a duras penas conservan su cultura, amenazada siempre por el progreso: la carrera de bola o rarapípama, la música que santifica los momentos, la danza como medio de oración.

Barrancas del Cobre, cerca de Cerocahui.

Barrancas del Cobre, cerca de Cerocahui.

/ Juan Serrano Corbella

Su existencia discurre con el único apego a esta sierra, a la que se replegaron hace cinco siglos para esquivar la colonización española. Esta sierra, la Tarahumara, que forma parte del gran macizo de la Sierra Madre Occidental, esconde el mayor sistema de barrancos del mundo. Un perfil endiabladamente sinuoso que dibuja el paisaje del norte de México, allí donde el desierto no es una inmensidad de arena, sino un laberinto de pliegues que se pierden y se encuentran de nuevo.

En semejante escenario, el yugo de las montañas, que lo mismo se elevan a miles de metros como descienden a profundidades abismales, ha dificultado la integración de las regiones. Hasta que llegó el Chepe, en 1961, y con él la encarnación de la modernidad. Noventa años hicieron falta para que este accidentado territorio se viera atravesado por un tren. Con el Chepe se cumplía el sueño de unir Chihuahua con el Pacífico, salvando de forma ingeniosa (y casi milagrosa) las espectaculares barrancas. Esta obra maestra de la ingeniería mexicana acabó dando forma a uno de los trayectos ferroviarios más espectaculares del mundo.

Cascada de Cusárare, en Barrancas del Cobre.

Cascada de Cusárare, en Barrancas del Cobre.

/ Juan Serrano Corbella

Un ferrocarril, básico y rudimentario en sus inicios, que se convirtió en 2018 en el sofisticado Chepe Express, de estilo decimonónico, con el que se ofrecía (ahora sí) un viaje de alta gama. Desde el pueblo chihuahuense de Creel hasta Los Mochis, ya en el estado de Sinaloa, los 653 km que conforman este recorrido no tienen desperdicio: bajo la monótona banda sonora del traqueteo, este viaje asciende desde los apenas cien metros sobre el nivel del mar hasta los 2.400 metros de altura, para abordar 86 túneles, cruzar 37 puentes y bordear gigantescos acantilados, siempre con una panorámica que corta la respiración. Sobre todo si se viaja en las fabulosas instalaciones de la Primera Clase, con un exclusivo vagón-restaurante de techos acristalados, un elegante bar y una terraza a cielo abierto.  

El trayecto del Chepe propicia el contacto con los pies ligeros. Especialmente en Creel, el punto de partida, donde en la antigua estación se ha montado el Museo Tarahumara de Arte Popular. Este municipio, catalogado como pueblo mágico, apenas está compuesto de una calle principal, ancha y rectilínea, flanqueada por casas de madera que trasladan a una película del Far West.

Tirolesa en Parque de Aventuras Barrancas del Cobre.

Tirolesa en Parque de Aventuras Barrancas del Cobre.

/ Juan Serrano Corbella

Pero el gran momento a bordo del tren es cuando se atraviesan las Barrancas del Cobre: una experiencia equiparable a la de caminar sobre el abismo. Esta descomunal red de cañones, que debe su existencia a los movimientos tectónicos de hace 20 millones de años, toma su nombre de las minas de cobre descubiertas en estos parajes solitarios a finales del siglo XVII. Un majestuoso escenario de más de 60.000 km2, que llega a alcanzar profundidades de hasta dos mil metros. Muchos no saben que, aunque la fama se la lleva el Gran Cañón del Colorado, este desfiladero mexicano resulta cuatro veces más grande y casi dos veces más profundo. Cosas del marketing. 

Mientras el Chepe avanza por las Barrancas del Cobre, a ambos lados se alzan agujas de roca y laderas escarpadas en las que la vegetación desafía la esterilidad del terreno. Pero para apreciar el conjunto en toda su magnificencia hay que apearse en la estación de Divisadero (y luego, si se desea, continuar el trayecto). Es aquí donde se encuentran los miradores de Urique, Terecua y Del Cobre, los más escénicos de esta sinfonía de cañones. Además, puede ser una buena ocasión para acercarse al Parque de Aventuras Barrancas del Cobre y deslizarse por la tirolina más larga de América (y la segunda del mundo). Un vuelo emocionante, a dos mil metros sobre el nivel del mar, en un trayecto de más de 2,5 kilómetros de longitud, en el que se alcanza una velocidad de 135 kilómetros por hora. 

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