Ahrenshoop, el pueblo alemán en el que veraneaba Einstein (y que hoy es una meca del arte)
Por sus calles a orillas del Báltico el tiempo parece congelado

Cuentan que era muy común ver al mismo Albert Einstein deambulando por sus callejuelas en las soleadas tardes de verano. Aquí, en Ahrenshoop, un minúsculo pueblo a orillas del mar Báltico, en el estado alemán federado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, pasaba sus vacaciones el genio de la física, atraído tal vez por su aire de cuento y su sensación de lejanía.

No ha sido el único personaje ilustre enamorado de esta aldea marinera que, sin embargo, pasa completamente desapercibida para el común de los mortales. Fue hace poco más de cien años cuando Ahrenshoop se convirtió en una extravagante colonia de artistas que cayeron rendidos ante su panorama natural. Encabezados por Paul Müller Kampff, eran sobre todo pintores llegados de los más remotos rincones.
Cuna de artistas
Aún hoy este pintoresco rincón, que tiene como seña de identidad las casas con tejado de enea, está considerado una meca para músicos, literatos y artesanos. Pero, sobre todo, para estos artistas que originaron el movimiento y que, con la edificación, hace menos de diez años, del Museo del Arte, lograron dar un tratamiento teórico a la corriente que protagonizan: su inspiración, sus influencias, sus conexiones... Entre sus miembros no faltan artistas internacionalmente conocidos como Edward Munch, George Gross o Ludwig von Hofmann.

Nada extraña que esta región alemana con sus casi dos mil kilómetros de litoral entre Hamburgo y Berlín, rozando ya con Polonia, fuera capaz de despertar tanta sensibilidad. Y no tanto por tratarse de un oasis de bienestar (la zona es famosa por sus incontables spas y su especialización en tratamientos y programas de salud), como por ser un auténtico paraíso para los amantes de la naturaleza.
Tratamientos y rutas en bici
La península de Fischland-Darß-Zingst da buena cuenta de ello con su paisaje salvaje y romántico. Especialmente en su extremo este, jalonado de dunas y salinas. Allí se asienta otro bello y animado pueblo costero, Zingst, que acoge un reputado Festival de Fotografía y una envidiable biblioteca que se diría propia de una gran capital.
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A los paseos por el concurrido muelle o por las callecitas impecables salpicadas de casas de colores hay que sumar bonitas rutas en bicicleta por el Parque Nacional de los Bodden de Pomerania Occidental a cuyos bosques acuden en otoño más de 60.000 grullas.

Heiligendamm es otra de las visitas obligadas en Mecklenburg y Pomerania Occidental. Y no sólo por ser el lugar donde nació la talasoterapia, sino también porque sus cinco edificios clasicistas son de una belleza soberbia. A este complejo a orillas del mar que tardó 67 años en construirse y que fue un sanatorio de soldados durante la Segunda Guerra Mundial, vienen hoy los más exigentes huéspedes en lo que a tratamientos bal- nearios se refiere: su centro wellness tiene nada menos que 3.000 metros cuadrados.

El resto de la región es todo un catálogo de hoteles, parques y paseos marítimos. De restaurantes, salones y nuevas y elegantes villas que constatan que poco queda de la humilde condición pesquera que tuvo este lugar en sus orígenes. Sólo Ahrenshoop se conserva como en los tiempos de Einstein.
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