Normandía, un baño de historia en el 80 aniversario del Desembarco

Entre las ciudades de Le Havre y Cherburgo se suceden a lo largo de unos cien kilómetros las playas de Sword, Juno, Gold, Omaha y Utah, nombres en clave asignados por el bando aliado y en las que tuvo lugar el 6 de junio de 1944 el desembarco de Normandía. Una tierra con legado vikingo, salpicada de localidades medievales, verde, salina, de la que se benefician vacas y granjeros, y en la que hay puertos, hormigón y memoria.

Cristina Candel

210 kilómetros hay entre Le Havre y París. Distancia que se puede recorrer en coche y/o en tren. Este último medio de transporte era el que tomaban en la Gare Saint-Lazare los parisinos para disfrutar de los baños de ola en las localidades balneario de esa parte del litoral acantilado de Normandía a principios del siglo XX. Si se opta por el coche, la entrada en la ciudad se hace cruzando el puente de Tancarville. Obra de ingeniería civil que se eleva sobre el Sena. Río que se encuentra al sur de la ciudad y punto en el que arrancan los cruceros fluviales que lo navegan en dirección este. Hacia el oeste ponen rumbo los barcos que cruzan el Canal de la Mancha.

Playa de Omaha.

/ Cristina Candel

Le Havre se encuentra en la zona del estuario, donde se mezclan las aguas del Sena y del propio Canal. Esa ubicación geográfica y su puerto hicieron de la ciudad una posición estratégica para los dispares objetivos de los nazis y de los aliados. Tuvieron que pasar tres meses desde el desembarco de Normandía y un bombardeo por parte de la aviación de sus salvadores para que Le Havre fuera liberada. 

El centro urbano actual es la reconstrucción que se hizo durante los veinte años posteriores a la liberación de la ciudad bajo la dirección del arquitecto y urbanista Auguste Perret. Su muerte prematura en 1954 impidió repetir lo que se hizo en Le Havre en otras ciudades francesas bombardeadas, como Caen. Y es que Le Havre, tras la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un laboratorio en el que se ensayó con nuevas tecnologías de la construcción, como la estandarización y la prefabricación. Métodos que Perret llevó a cabo con el uso del hormigón, un material accesible y económico. La practicidad y armonía con la que Perret levantó el centro de Le Havre de sus cenizas hizo que la Unesco lo declarase Patrimonio Mundial en el siglo XXI. 

Vista de Le Havre, con la colorida escultura Catène de Containers de Vincent Ganivet.

/ Cristina Candel

La azotea del Ayuntamiento es un sitio con la altura idónea para ver y entender cómo es el trazado urbano rectilíneo del Le Havre posterior a la II GM. A los pies del mismo se encuentra una plaza ajardinada desde la que arrancan tres arterias: la Avenue Foch hacia el oeste, el Boulevard de Strasbourg hacia el este y la Rue de Paris hacia el sur. Al oeste se encuentra la playa urbana de Le Havre, que es de agua fría, de guijarros y en la que en la temporada de verano se habilitan cabañas a modo de vestuarios y unos contenedores de barco hacen las veces de restaurantes.

En invierno, unas y otros se desmontan creando un paisaje diferente según la estación del año. Al sur se encuentra el puerto y los barrios de San Francisco y San Nicolás. El puerto es una presencia que se siente más de lo que se puede ver. El barrio de San Francisco es la cuna de la ciudad. La antigua casa del armador hoy es un museo sobre las exploraciones que zarparon desde aquí y sobre el rol de este puerto en el comercio de esclavos. Al sur de las vías del tren se encuentra el barrio de San Nicolás. Un lugar en el que antes del 2000 no había nada, estaba aislado de la ciudad. Hoy es una zona de trabajo, de estudio y residencial. Hay viviendas para estudiantes hechas con contenedores de barco de nueve metros de largo por seis de ancho, por 320 euros al mes. 

La ciudad se identifica tanto con el puerto que la iglesia de San José parece un faro. Un faro espiritual de 107 metros de altura obra del maestro Perret, de estilo clasicismo estructural. Es más bonita por dentro, donde apenas hay símbolos católicos. Es un templo religioso neutro que combina fuerza, poder y elegancia, en el que su fachada de hormigón desnudo habla de una economía de gastos reducida, propia de una posguerra. 

Museo del Desembarco en la población de Arromanches-les-Bains.

/ Cristina Candel

Muro del Atlántico 

El Muro del Atlántico fue un sueño de hormigón que tuvo Adolf Hitler para protegerse de las tropas aliadas. Desde el sur de Francia y hasta el norte de Noruega los nazis construyeron una serie de puestos de observación, nidos provistos de armamento antiaéreo y baterías de largo alcance, así como alambradas y erizos checos, para proteger y defender los lugares ocupados. 

Playa de Sword.

/ Cristina Candel

Los búnkeres, construcciones eficientes y prácticas que las fuerzas de ocupación alemana pusieron en pie en poco tiempo y en gran número, unos ocho mil, la mayoría hoy están abandonados y resisten, como pueden, el paso del tiempo y el avance de la naturaleza. Asomándose a un acantilado, a la altura de Heuqueville, a unos 25 minutos de Le Havre, hay un búnker que se parece a la cabeza de una tortuga, a una gárgola también. La erosión le ha sacado medio cuerpo sobre el acantilado normando en el que se escondía y desde donde los soldados alemanes vigilaban el avance de las tropas aliadas en aguas del Canal de la Mancha. Es como si la naturaleza quisiera hacer sufrir a esta construcción de hormigón, semicubierta de musgo y matojos, en vez de darle el empujón de gracia y acabar con su vértigo.

Caen

Para ir de Le Havre a Caen hay que cruzar el Puente de Normandía. De camino a las playas en las que tuvo lugar el Día D se puede hacer parada en Honfleur, a orillas de la desembocadura del Sena y cuna de la pintura impresionista, y en Pont-l’Évêque (a 43 km o 50 minutos de trayecto), donde en la quesería La Dégusterie es posible degustar y comprar quesos normandos, además de sidra elaborada con manzanas autóctonas. 

Al igual que Le Havre, Caen, antes de ser liberada de los nazis, también fue bombardeada por los aliados. Es una ciudad atravesada por un canal y el Orne. Un río que desemboca en el Canal de la Mancha. La costa se alcanza después de cruzar el puente basculante de Bénouville, uno de los dos primeros puentes liberados por los británicos el 6 de junio de 1944.

El puente actual es una réplica del de 1944, el original se encuentra en el vecino Pegasus Memorial Park. Una vez cruzado, se bordea el estuario del Orne, donde hay varios búnkeres pintarrajeados que parecen ballenas varadas en la arena. Al vientre de los mismos se puede acceder con cuidado y, a ser posible, con una linterna frontal. En la orilla occidental del estuario se ubica la localidad costera de Ouistreham, en la que un antiguo y gran búnker se ha convertido en el Museo del Muro Atlántico. Su playa forma parte del sector que se denominó Sword Beach y, si el tiempo acompaña, merece la pena darse un baño. Al menos, mojarse los pies. 

Centro Juno Beach y Cementerio Canadiense

En la costa en la que tuvo lugar el desembarco de Normandía y la posterior batalla, tierra adentro, se suceden un gran número de museos, memoriales y cementerios. Es un espacio trágico en el que es imposible acertar con el pronóstico del tiempo y en el que hay cabida para la memoria y los turistas que veranean en la zona. En Courseulles-sur-Mer se encuentra el Centro Juno Beach, un pequeño trozo de Canadá en Normandía. Un centro cultural fundado por los veteranos canadienses que participaron en el Día D.

Las exposiciones que alberga en su interior contextualizan cuál era la situación de Canadá antes y después del desembarco. Es un retrato de un tiempo y de la gente que lo vivió. También una manera de representar el porvenir. Fuera del centro, en la playa, hay unos búnkeres que se pueden ver por dentro. En su momento estaban acondicionados y ventilados para que los soldados pudieran realizar sus guardias e, incluso, refugiarse en caso de ataque con gas. Hacían las veces de puesto de observación, comunicación y dormitorio. 

1.694 jóvenes soldados canadienses están enterrados en el Cementerio Canadiense, en Bény-sur-Mer, creado por la Commonwealth War Graves Commission (CWGC), un organismo que vela por el honor y la memoria de los hombres y mujeres que perdieron la vida durante la I y II GM. Es un lugar que duele y agradable. Cada lápida de piedra blanca pulida resalta sobre la hierba de la que parecen crecer como flores. Cada una de las lápidas luce una hoja de arce, el nombre del difunto, la edad, generalmente veinteañeros, y unas palabras de recuerdo.

Cementerio Americano de Normandía.

/ Cristina Candel

Que el cementerio sea armónico, simétrico y que los familiares que lo visitan se sientan cómodos, en parte, es gracias a la labor que desempeña Samuel Levasseur, el jardinero del sitio desde hace treinta años. Un tipo que, además del trabajo de mantenimiento, limpieza, cuidado de las flores y poda de los arces, que hace con rastrillos, palas y azadas, cuenta a los visitantes que lo deseen la historia del joven que tiene grabado su nombre en la lápida. Si no se los conoce a todos, poco le queda. En la caseta en la que guarda sus herramientas y su uniforme oficial de la CWGC tiene una caja con las cosas que las familias dejan en las lápidas y que recoge para conservarlas: banderas, fotografías, pulseras, monedas, chapas, cartas, etc. La idea es que en algún momento todo eso se pueda exhibir en el Centro Juno. Mientras tanto, el señor Levasseur vela por ellas. 

Bayeux

Por no participar en la II GM los españoles, es posible que no tengamos la conciencia que nos permita entender qué pasó y qué significa Normandía. A simple vista se trata de una tierra salpicada de antiguas ciudades medievales, surcada por carreteras estrechas, flanqueadas por granjas y en las que es raro no ver en el algún momento vacas. Las pintorescas localidades costeras de esta región suelen eclipsar a las del interior, a ciudades como Ruan, que es su capital, y Bayeux, desde la que parten varios recorridos en bicicleta.

Passerelle Michel Legrand de Cherburgo.

/ Cristina Candel

En su casco histórico, atravesado por el río Aure, se encuentra la Catedral de Notre-Dame y el Museo del Tapiz, una técnica del tejido que es un arte y que en Bayeux también es un recurso documental. Esta ciudad fue la primera que liberaron las tropas aliadas tras el desembarco de Normandía, después de tomar la vecina batería alemana de Longues-sur-Mer. Parte de los periodistas internacionales que cubrieron la batalla posterior al desembarco se alojaron y reunieron en el Hotel Lion d’Or. No muy lejos de aquí se encuentra el Memorial de los Reporteros. Unas dos mil lápidas con los nombres de los reporteros y de las reporteras que han muerto cubriendo una guerra desde 1944. 

Batería alemana de Longues-sur-Mer

Desde Bayeux parten varios recorridos en bicicleta en dirección al interior y a la costa, donde se encuentra la batería alemana de Longues-sur-Mer, en un acantilado que domina el Canal de la Mancha, sobre y entre las playas de Gold y Omaha. Un punto estratégico, elevado y defensivo, construido en 1942 y que se compone de un búnker de control, puestos antiaéreos y cuatro casamatas, cada una de ellas con una pieza de artillería.

Población de Arromanches-les-Bains.

/ Cristina Candel

La panorámica es tal que se ve Arromanches-les-Bains, un pueblo costero de pescadores y agricultores, encajonado entre acantilados, en el que los aliados instalaron en su playa un puerto flotante artificial para poder aprovisionar de armas y municiones a las tropas que desembarcaron y hacer posible la denominada Operación Overlord, tras el Día D. Para entender dicha operación militar es recomendable prestar atención al vídeo mapping del Musée Arromanches-les-Bains. Desde el interior del mismo, al otro lado de los ventanales, en la playa donde hace ochenta años murieron muchos jóvenes, hoy se ve jugar a niños y jóvenes en alguno de los restos oxidados y cubiertos de verdín de aquel puerto flotante artificial varado en la playa. Es una escena bonita. Esperanzadora. Es como que en Normandía el ciclo natural de la vida cambió: de la muerte a la vida. Hasta la siguiente guerra. 

Cementerio Americano y Alemán

Las tropas enfrentadas tenían en común lo jóvenes que eran sus soldados. A unos les obligaron a levantar el Muro del Atlántico; a los otros, derribarlo. Terminada la guerra, los familiares de los muertos de ambos bandos pueden llorarles en los cementerios alemán, canadiense y estadounidense que hay en Normandía, también británico. Lugares que impresionan por su sencillez, armonía y por el número de lápidas. En el Cementerio Americano, en Colleville-sur-Mer, están enterrados 9.387 soldados. En el Cementerio Alemán de La Cambe (administrado por la German War Graves Commission) están enterrados 21.200 soldados alemanes y hay plantados 1.220 arces, en representación de los ideales de la paz y la reconciliación entre naciones.

Mural en Arromanches-les-Bains.

/ Cristina Candel

Que haya un cementerio alemán en Normandía habla de una grandeza moral, de una dignidad y de una de ausencia de venganza que hoy se echa de menos. A diferencia de los cementerios canadienses y estadounidenses, en el alemán no hay un mástil con una bandera de Alemania izada y nada es de color blanco. En muchas lápidas pone “Ein deutscher soldat” (Un soldado alemán) y en todas, el mismo año de fallecimiento: 1944. La Cambe está muy cerca de Cricqueville-en-Bessin, donde se encuentra Pointe du Hoc. Otra batería alemana, como la de Longues-sur-Mer, pero en peor estado de conservación y de menor tamaño, sobre un acantilado de 30 metros de alto en el que se asentaron los alemanes para controlar la costa. Al este está Omaha Beach y al oeste, Utah Beach. Desde aquí, atravesando el Parc Naturel Régional des Marais du Cotentin et du Bessin, se llega a Cherburgo.  

Cherburgo

Cherburgo es una ciudad en la que hizo escala el Titanic el 10 de abril de 1912. En vista del trasiego de transatlánticos que atracaban y zarpaban, el 30 de julio de 1933 se inauguró la Cité de la Mer en Cherburgo. Una terminal marítima estilo art déco que en su momento se llegó a comparar, por tamaño e importancia, con el palacio de Versalles. Contaba con un pabellón de 280 metros de largo por 42 de ancho para dar servicio a las embarcaciones del tamaño de un leviatán y a los pasajeros, además de unas vías férreas que conectaban con la línea de tren Cherburgo-París. La misma que se puede tomar para ir a la Gare Saint-Lazare, en la capital francesa, y dejar atrás Normandía. Una tierra de memoria, esperanza, granjeros y vacas. 

Espacio Les jardins de la mer en la Cité de la Mer de Cherburgo.

/ Cristina Candel

Una piscina y un submarino

En Le Havre, en el barrio de San Nicolás, se puede nadar unos largos en Les Bains des Docks (Les-bains-des-docks.com), la piscina olímpica obra del arquitecto Jean Nouvel, quien la concibió como un baño romano. Muy cerca se encuentra el bar que aparece en la película Le Havre, de Aki Kaurismäki, y Le Hangar Zéro (Lehangarzero.fr), un antiguo almacén convertido en un espacio polivalente. 

Submarino nuclear Le Redoutable en la Cité de la Mer, Cherburgo.

/ Cristina Candel

En Cherburgo se encuentra la Cité de la Mer (Citedelamer.com), la antigua Estación Marítima Transatlántica convertida en un museo dedicado a la exploración de los fondos marinos. En la misma está atracado el mayor submarino visitable del mundo, el Redoutable, del que Xavier Ruelle, Presidente de la Asociación de Antiguos Submarinistas, nos cuenta que mide de largo como un campo de fútbol y que puede descender unos 300 metros de profundidad, la altura de la Torre Eiffel.