Un recorrido alternativo por París, la capital de los Juegos Olímpicos

A las puertas de los Juegos Olímpicos, trazamos una historia de la capital francesa a partir de la arquitectura que, a lo largo del tiempo, la ha dotado de identidad, convirtiéndola en una de las capitales del mundo y en la ciudad turística por excelencia. 

Un recorrido alternativo por París, la capital de los Juegos Olímpicos. Monumentos más importantes.
Un recorrido alternativo por París, la capital de los Juegos Olímpicos. Monumentos más importantes. / Istock / KavalenkavaVolha

Pues sí, Enrique Vila-Matas tenía más razón que un santo cuando tituló su libro de memorias París no se acaba nunca. Ciudad de ciudades, ciudad escuela, ciudad paisaje, París es mito y es rito de paso. Como no se puede abarcar, invita a la improvisación y a la curiosidad. Generosa con el conocimiento, siempre guarda un nuevo descubrimiento para el que cree que la conoce y nunca satisface del todo al que la visita un fin de semana. París nos acompaña cuando la soñamos antes de llegar y nos persigue cuando nos hemos ido. A París la explican el arte, la moda, los palacios, los jardines, las estaciones de metro, el cine, las vanguardias, la gastronomía, la música, las guerras, la filosofía, los cafés, las revoluciones y, por supuesto, el paseo, el acto de flanear, porque, como dijo Victor Hugo: “Errer est Humain, Flâner est Parisien”.

Vista de la torre Eiffel desde el Museo du Quai Branly.

Vista de la torre Eiffel desde el Museo du Quai Branly.

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Es difícil escribir sobre París sin caer en tentaciones literarias, pero a las puertas de los Juegos Olímpicos nos proponemos trazar una historia de la capital francesa a partir de la arquitectura que, a lo largo del tiempo, la ha dotado de identidad, convirtiéndola en una de las capitales del mundo y en la ciudad turística por excelencia. André Gide decía que un artista no debía contar su vida tal y como la había vivido, sino vivirla tal y como la iba a contar. Vamos, pues, a contar París como si la viviéramos a través de edificios que cuentan su historia desde el siglo I al XXI.

Las arenas de Lutecia, un monumento único

Empezamos en uno de los monumentos más antiguos: las arenas de Lutecia, un anfiteatro romano del siglo I ovalado con 132 metros de largo y 100 de ancho y con capacidad, en la época, para 15.000 espectadores. Aunque cueste creerlo, fue uno de los grandes descubrimientos del s. XIX. El 27 de julio de 1883 el escritor Victor Hugo envió una carta al presidente del consejo municipal de París en la que decía: “No es posible que París, la ciudad del futuro, renuncie a la prueba palpable de que fue ciudad en el pasado. El pasado lleva hacia el futuro. Las arenas son la antigua marca de la gran ciudad. Son un monumento único”. Palabra de Victor Hugo.

Las arenas de Lutecia.

Las arenas de Lutecia.

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Desde las gradas restauradas no cuesta mucho evocar los combates de gladiadores ni la llegada de Julio César en el año 52 d. C. y la consiguiente conquista de las Galias y los romanos fundando una ciudad llamada Lutetia Parísiorum en el Mont Sainte-Geneviève en la margen izquierda del río. Hoy catalogadas como monumento histórico, las arenas son un tesoro a la vista de cualquier visitante que se acerque por la Place Monge, cerca del fervor universitario de la rue Monge, la rue Mouffetard y de la tan concurrida (a la hora del té) Mezquita.

En la otra orilla del Sena, otro vestigio histórico determinante, en este caso de la Edad Media, es la muralla de Philippe Auguste, quien en 1190 decidió proteger París antes de partir a las cruzadas. La muralla se extiende a lo largo de 80 metros y tiene entre seis y siete metros de altura. También se aprecian torres circulares, que originalmente fueron de hasta 12 metros. A día de hoy el tramo de los jardines de Saint-Paul desde la rue Charlemagne es una de las fotos más buscadas. Y si hablamos de fotografía es porque estamos cerca de la Maison Européenne de la Photographie, una institución en el París secreto del Petit Marais, en el que conviene visitar el extraordinario patio interior lleno de comerciantes y anticuarios que configuran el Village Saint-Paul.

Iglesia de San Pablo-San Luis, cerca de la muralla de Philippe Auguste.

Iglesia de San Pablo-San Luis, cerca de la muralla de Philippe Auguste.

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Siguiendo la estela de edificios históricos, cruzamos el Pont Marie para plantarnos en el isla de Saint-Louis (una de las islas del Sena, bautizada así en honor al rey Luis XIV) y visitar el Hotel de Jeu de Paume, ubicado al final de un patio parisinamente pavimentado de la rue Saint-Louis en l’Île. La espacial arquitectura del interior de este hotel nos remite a la Edad Media, cuando se popularizó el juego de palma, que puede considerarse el origen del tenis moderno, un juego que se llevaba a cabo en espacios cerrados (patios como este) y que consistía en golpear la pelota con la palma de la mano.

Este es el campo de jeu de paume más antiguo que se conserva en París, algo único. Fue construido en 1634 a petición de Luis XIII, gran amante de este deporte. Aquí se jugaron partidos hasta 1747, fecha en la que el espacio devino local comercial. En 1987, las impresionantes vigas de madera de trescientos años y las piedras expuestas sedujeron al arquitecto Guy Prache, que se animó a dar vida a un hotel conservando el espíritu de lo que fue un genuino “frontón” y es hoy un monumento histórico que nos conecta con otro edificio de las Tullerías, el museo de arte contemporáneo Jeu de Paume, edificio erigido en 1861 durante el reinado de Napoleón II para albergar partidos de dicho deporte.

Sala Oval de la sede histórica Richelieu de la Biblioteca Nacional de Francia.

Sala Oval de la sede histórica Richelieu de la Biblioteca Nacional de Francia.

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Durante el segundo imperio (desde 1852 a 1871) germina el museo Jacquemart-André, una magnífica mansión que ha conservado la atmósfera y el espíritu de unos años determinantes para el desarrollo del arte. Fue la época de la gran retratista Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun, de quien se exponen varias obras. Además de pinturas excepcionales de maestros italianos del Renacimiento, como Uccello, Donatello o Botticelli, de maestros franceses del XVIII, como Fragonard, Quentin de La Tour o Jacques-Louis David, y de maestros de la escuela flamenca, como Rembrandt o Van Dyck, esta mansión permite descubrir los espacios habitados en el siglo XIX: salones, escaleras monumentales o jardín de invierno.

Museo Jacquemart-André.

Museo Jacquemart-André.

/ D. R.

Édouard André fue un coleccionista de arte del siglo XIX cuya esposa, Nélie Jacquemart, fue una retratista de prestigio. En sus viajes por Europa y Oriente adquirieron obras de arte y mobiliario que hoy enaltecen en la colección (de las más importantes de Francia y abierta como tal en 1993) de este museo. La mansión fue construida entre 1869 y 1875 por el arquitecto Henri Parent y mantiene la decoración original. Su cafetería se considera de las más bellas de París.

La geometría pura de la Bolsa de Comercio

También del siglo XVIII es la Bourse de Commerce, sede de la colección Pinault, recientemente restaurada por el gran arquitecto japonés Tadao Ando, Premio Pritzker 1995. Originariamente fue la sede del comercio del trigo, edificada por Nicolas Le Camus de Mézières entre 1763 y 1766. En el siglo XIX se convirtió en Bolsa y fue coronada por la reconocible cúpula de hierro de 60 metros de diámetro a cargo de Henri Blondel. Hoy, precedida por la columna astronómica de Catalina de Médici, brilla al final de Les Halles, un espacio mítico en la cultura popular de París, ya que fue mercado de abastos hasta 1968 (difícil olvidar los tejemanejes de Irma la Dulce de Billy Wilder o la novela de Zola El vientre de París) y después un fórum comercial y aún hoy un permanente lugar de paso, ya sea hacia la exquisita rue Montorgueil (norte) o hacia el Louvre (sur).

Bolsa de Comercio, sede de la colección Pinault.

Bolsa de Comercio, sede de la colección Pinault.

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“Al principio era solo un sueño, un sueño que parecía inalcanzable. Después se convirtió en una ambición. Y aquella ambición se ha convertido hoy en una realidad.” Así habló el mecenas François Pinault cuando inauguró hace dos años la nueva sede permanente de su colección a cargo de Ando: “Con su sensibilidad estética minimalista, hecha de rigor y pureza, Tadao Ando es uno de los pocos arquitectos que puede establecer un sutil diálogo entre forma y tiempo, es decir, entre la arquitectura y su época”. En efecto, Tadao Ando ha renovado el edificio respetando al máximo los elementos históricos de la antigua Bourse a partir de una intervención mínima: la creación de una forma geométrica pura, un cilindro de hormigón que no llega a la cúpula y deja que la luz natural bañe el interior. En las alturas se halla un restaurante de Michel Bras, el chef de Laguiole (sí, el pueblo de los cuchillos) que desde las montañas de Aubrac transformó la cocina de verduras.

Entrada a la estación de metro Abbesses, obra de Hector Guimard.

Entrada a la estación de metro Abbesses, obra de Hector Guimard.

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A finales del siglo XIX y principios del XX la incipiente arquitectura del hierro y el art nouveau trastocaron la historia del arte e inauguraron una nueva forma de mirar. Baste citar las estaciones de metro y las marquesinas de Hector Guimard para dejar constancia de esa fusión. La construcción más determinante de la época será la torre Eiffel, que pasó de ser despreciada a ser la marca que todas las ciudades querrían tener. Despertó rechazo, violencia crítica, manifiestos en contra con las firmas de Maupassant, Garnier o Verlaine. ¿Cómo se iba a levantar en París una torre de hierro como si fuera la chimenea de una fábrica que humillara a Notre-Dame o la Sainte-Chapelle o el Arco del Triunfo? Las plegarias no fueron atendidas y se inauguró el 15 de mayo de 1889 en el Campo de Marte. Una estructura desnuda que aunaba conceptos como armonía, proporción y simetría. Hoy se sube a ella agradeciendo al arquitecto su audacia (creativa y económica) porque no hay mirador más generoso.

Cúpula de las galerías Lafayette.

Cúpula de las galerías Lafayette.

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Unos años antes, el barón Georges-Eugène Haussmann se encargó de la remodelación urbanística de la ciudad y amplió las calles y las avenidas y las dotó de una uniformidad arquitectónica todavía plausible en la altura máxima de 38 metros de la mayor parte de sus edificios. Una lección de urbanidad. La arquitectura que llamamos hausmaniana rompe con las estrecheces medievales y apuesta por bloques de pisos unificados (cuánto le gustaba eso a Napoleón) en cuanto al color de la piedra de las fachadas y la disposición de los pisos que se rematan con tejados abuhardillados.

En el bulevar que lleva su nombre, cerca de la ópera Garnier, se encuentran hoy las galerías Lafayette, que comenzaron su andadura en el siglo XIX. Desde que en 1895 Théophile Bader y Alphonse Kahn decidieran abrirlas se han llevado a cabo numerosas reformas. En 1906-1907, el arquitecto Georges Chedanne levantó el edificio a partir de una estructura metálica revestida de piedra. Hubo una intervención modernista en 1910 a cargo del arquitecto Ferdinand Chanut y otra art déco entre 1932 y 1936 a cargo de Pierre Patout. Hubo incluso una escalera del maestro del art nouveau de Nancy Louis Majorelle desmontada en 1974. Hoy sigue impactando el vestíbulo coronado con su gran cúpula modernista de 33 metros de altura, repleta de motivos florales.

Reloj en el Museo de Orsay.

Reloj en el Museo de Orsay.

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En 1900, coincidiendo con otra exposición universal, se creó la estación de tren de Orsay. En la fachada del edificio de Victor Laloux permanecen nombres de las ciudades a las que iban los trenes y un gran reloj que ayudaba a no perderlos. La nave central aún da cuenta de ese fervor ferroviario. Desde 1986 alberga el Musée d’Orsay, uno de los grandes museos del mundo por la cantidad de obras maestras del impresionismo que exhibe. Cronológicamente hablando, este museo representa la continuidad del Louvre y la previa del Pompidou. Si quisiéramos anotar aquí obras importantes de Degas, Monet, Renoir, Manet, Van Gogh, Gauguin o Cézanne, no quedaría espacio para hablar de nada más.

El Palacio de la Puerta Dorada

Algo más alejado del centro, el Palacio de la Puerta Dorada, que desde 2007 alberga el Museo de Historia de la Inmigración, es uno de los grandes edificios de Albert Laprade, arquitecto determinante por su debilidad por las líneas y formas geométricas puras que impulsó el art déco en los años 20. Este impresionante palacio abrió sus puertas en 1931, coincidiendo con la Exposición colonial internacional de París. Para ello se rodeó de figuras importantes, como Alfred Janniot, culpable de los bajorrelieves que iluminan el vestíbulo recordando la riqueza cultural de las colonias, de mobiliario de Jacques Émile Ruhlmann y, por supuesto, del imprescindible Jean Prouvé, nombre capital en la historia del diseño y la arquitectura del siglo XX, que se encargó de la cuadrícula de la entrada.

Escultura de Diadji Diop ante el Palacio de la Puerta Dorada.

Escultura de Diadji Diop ante el Palacio de la Puerta Dorada.

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Precisamente Jean Prouvé formó parte del jurado que decidiría el futuro de Beaubourg. Tras las revueltas de mayo del 68, el presidente Georges Pompidou (guiado por André Malraux) quiso modernizar la extensión de Les Halles y propuso construir un museo de arte contemporáneo. Contra todo pronóstico, un proyecto rompedor y desafiante que mezclaba high-tech y arquitectura a cargo de dos jóvenes arquitectos se hizo con el encargo. Renzo Piano y Richard Rogers proyectaron un edificio máquina que (nuevamente, como ocurrió con Eiffel) cambiaría la manera de entender la arquitectura. En Le Figaro se leyó al día siguiente de la inauguración: “Igual que el lago Ness, París ya tiene su monstruo”, un “monstruo” lúdico y festivo sin cuya estructura industrialista y funcional, con la escalera visible desde un exterior en el que sorprenden las entrañas (conductos de agua, aire o electricidad) pintadas de colores que dejaron un interior amplio y diáfano por el que se pasea casi como al aire libre, nadie entendería el París de hoy.

Centro Pompidou.

Centro Pompidou.

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Otro edificio icónico del París moderno de finales del siglo XX es la Biblioteca Nacional de Francia, obra de Dominique Perrault. Sus cuatro rascacielos de vidrio y acero emulan cuatro libros abiertos que revitalizaron esta parte del Sena. Impresiona leer esta arquitectura de la ligereza desde el jardín concebido por el paisajista Eric Jacobsen, réplica de un rincón del bosque de Fontainebleau. Resulta encantador atender a la incidencia del reflejo de la luz en el cristal, lo que explica como un libro abierto que el color es una circunstancia. Además, la biblioteca se halla a dos pasos de la pasarela Simone de Beauvoir, que une con el parque de Bercy, donde descubriremos otro prestigioso (y poco conocido) edificio, un capricho de Frank Gehry, la Cinemateca Francesa, que, además, alberga el Museo del Cine.

Cine Grand Rex, uno de los mejores ejemplos art déco de la capital francesa.

Cine Grand Rex, uno de los mejores ejemplos art déco de la capital francesa.

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Y del templo del cine al de la música: la Philharmonie. El reciente edificio de Jean Nouvel se complementa así con la Cité de la Musique de Christian de Portzamparc. La palabra filarmónica significa amor por la armonía. Y se agradece la sensibilidad arquitectónica a la hora de acoger tantas orquestas, actividades, talleres. Uno se acuerda de Goethe, que decía que la arquitectura es música congelada. Se recomienda asistir a un concierto en la Grande salle, donde la acústica enfatiza las virtudes del arte musical.

Cinemateca francesa.

Cinemateca francesa.

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Y para despedir esta ruta vamos de una punta a otra, del parque de la Villette al del Bois de Boulogne, donde como una mariposa de acero con alas de cristal reposa el edificio que mejor explica el siglo XXI parisién. La Fondation Louis Vuitton, obra de Frank Gehry, es un brillante ejemplo de espacio multifuncional y, según Fréderic Migayrou, “una formidable máquina óptica que multiplica los puntos de vista”. Estamos cerca del Jardin d’Acclimatation, de Boulogne-Billancourt y de otro templo del impresionismo llamado Musée Marmottan.

Fundación Louis Vuitton.

Fundación Louis Vuitton.

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Admiramos la ligereza y la vitalidad de un edificio imposible que ha cumplido 10 años y que se adapta a la naturaleza como la luz natural a su terraza o como un niño al juego. Aquí se despliega toda la eficacia de Gehry, sus códigos estéticos y sus modos de expresión, así como la luminosidad y el movimiento y la armonía que precisaba el nuevo siglo para poder seguir diciendo aquello de que París no se acaba nunca. 

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