Agradecerás una ramita de hierbabuena: así es perderse por las curtidurías de Fez

Si el mundo tuviese una acuarela mediante la que pintar nuevos paisajes, esa sería el conjunto de curtidurías de Fez, en Marruecos. Siempre, eso sí, con una ramita de hierbabuena cerca de la nariz para no desfallecer por el nauseabundo olor.

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A diferencia de la bulliciosa Marrakech, Fez es una de esas ciudades que nos reconectan con un Marruecos más sosegado, incluso auténtico y tradicional. Una de las antiguas cuatro ciudades imperiales del gigante magrebí es hoy un oasis monumental al que se accede a través de Bab BouJeloud, una puerta azul tras la que se despliega un laberinto de callejuelas y bazares como El Bali, en su icónica Medina.

Puerta de Bab Bou Jeloud (La Puerta Azul).

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Un refugio donde encontramos desde jabones apilados hasta sacos enormes de legumbres, pasando por la sangre de mataderos a pie de calle o la llamada a la oración o ‘adhan’ de la fe musulmana, la cual se extiende sobre los tejados y minaretes como un exuberante lamento. De repente, un aroma eclipsa al resto y se cuela por tus fosas nasales para hacerte huir en un primer momento. Hasta que resistes, corres, entras por una puerta llena de lana trasquilada y descubres que el olor es aún más insoportable.

Solo entonces, una anciana mujer encorvada se acerca a ti para ofrecerte una ramita de hierbabuena. “La necesitarás”, te dice, y avanzas entre la gente, subes las escaleras de un antiguo edificio hasta asomarte por una terraza. Y lo entiendes todo.

Curtidurías de Fez: la belleza estaba en el interior 

Aunque el aroma no sea su mejor carta de presentación, las curtidurías de Fez suponen un paisaje construido por la tradición y las manos de generaciones de artesanos, siendo la Curtiduría Chouwara la más grande y popular de la ciudad, ubicada en la Medina.

Calles de Fez.

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Aunque muchos dicen que las primeras curtidurías nacieron al mismo tiempo que la propia ciudad, en el siglo IX, otros apuntan al siglo XIII como el punto de partida de esta técnica que aprovechó las aguas del hoy ahogado río Fes sobre el que se despliega un manto de cubetas divididas en dos colores: blancos y multicolor.

Las cubetas de color blanco marcan la primera parte del proceso: esta mezcla de cenizas y excrementos de palomas y ganado sirven para sumergir las piezas de piel de ovejas, vacas y cabras para “purificarlas” y eliminar todas las impurezas, de ahí el aroma tan característico.

Hombre trabajando en la curtiduría en Fez.

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Posteriormente, se sumergen en los tintes naturales a base de aceites y pasta de higo que emulsionan en típicas tonalidades de marrones, rojos, grises y colores oscuros, tan característicos de la artesanía del cuero marroquí.

El último proceso consiste en tender estas piezas al sol para secarlas y convertirlas en cualquier artículo que te puedas imaginar: desde babuchas hasta bolsos, pasando por cinturones y chaquetas.

Las curtidurías son uno de los lugares más curiosos de esta ciudad.

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Tal y como imaginabas, el edificio-mirador de la curtiduría es un conjunto de tiendas al más puro estilo mini mall El Bali, donde podemos encontrar todos los artículos de cuero que imaginamos.

En cualquier caso, si finalmente no vas a comprar nada, nunca está de más darle una propina a cierta señora que te rescató del reino de aromas pestilentes con una ramita de hierbabuena (y que, claro, era la tía abuela de uno de los vendedores).