Tarudant, la pequeña Marrakech: un paseo por sus zocos y sus jardines de cuento
Entre las majestuosas montañas del Alto Atlas y la extensa llanura del Sus, descubrimos Tarudant, un tesoro escondido en el sur de Marruecos.
El parecido de Tarudant, situada en el sur de Marruecos, con Marrakech es innegable; de hecho, esta ciudad fundada en el siglo XI es conocida como ‘la abuela de la ciudad roja’ y ha sido durante siglos un centro de comercio y una fortaleza defensiva. Sus impresionantes murallas, que se extienden a lo largo de seis kilómetros, son el mejor testimonio de un pasado glorioso.
Es poner un pie en Tarudant y el bullicio de los mercaderes nos hace sumergirnos en un cuento onírico que se ve salpicado de olores inconfundibles. Cientos de especias se quedan impregnadas en nuestro sistema límbico y nos hacen viajar también con el resto de sentidos a una ciudad de cuento.
Las murallas de Tarudant, construidas en adobe y decoradas con almenas, nos ofrecen una vista impresionante y nos permiten ser testigos de excepción de uno de los atardeceres más bellos del mundo, cuando el sol tiñe de dorado sus almenas. Subir a los torreones nos permite tomar el pulso a la ciudad y divisarla desde las alturas, con sus mercados tradicionales, sus jardines que parecen oasis y calles serpenteantes en las que perderse para encontrarse con nuestro yo más profundo.
El alma de Tarudant: sus zocos
El corazón de Tarudant late en sus zocos, mercados tradicionales que reflejan la herencia cultural de esta ciudad del sur de Marruecos. Destacan dos: el árabe y el bereber, cada uno con una personalidad única. En el primero, las especias y los tejidos bordados son los auténticos protagonistas. Alfombras, joyas y cerámicas son exhibidas por artesanos y comerciantes dispuestos a entrar en un ritual que convierte el regateo en todo un arte.
El mercado bereber, en cambio, ofrece delicias locales que hay que probar para llevarnos una completa estampa de la pequeña Marrakech. Dátiles, aceitunas o el aceite de argán son los protagonistas absolutos de un zoco en el que los productores locales se afanan por seducirnos con sus propuestas.
Tranquilidad en la pequeña Marrakech
Tarudant es mucho más que sus zocos y las murallas. Los jardines diseminados a lo largo de la ciudad son verdaderos remansos de paz, oasis en los que descansar y en los que el silencio nos permite un respiro tras haber paseado por esos zocos en los que la banda sonora se encuentra a un considerable nivel de decibelios. Encontramos, por ejemplo, el jardín de la Place Assarag, en el centro de la ciudad, el mejor observatorio para descubrir la vida local.
Otro refugio es el Palais Salam, un antiguo palacio que hoy se encuentra cerrado, pero hace años abrió sus puertas a los viajeros reconvertido en hotel. Y es que, para vivir una experiencia de lo más auténtica, el viajero puede hospedarse en alojamientos únicos, como palacios (como el de Claudio Bravo, que ofrece precios desde 58 euros por noche), riads de cuento (Dar Salam Souss es una fantasía desde 63 euros) o casas de huéspedes en las que poder compartir una taza de té con la gente local.
Y es que la verdadera esencia de Tarudant se encuentra en su gente. Los habitantes, mayormente bereberes, son conocidos por su hospitalidad. Tan solo deberás aprender algunas palabras en tamazight (la lengua bereber) para que te abran las puertas de sus casas y sus corazones.
Tarudant es también el mejor campo base para explorar los alrededores. Las montañas del Alto Atlas, por ejemplo, ofrecen rutas que revelan paisajes impresionantes y pueblos bereberes en los que parece que el tiempo se haya detenido unos cuantos siglos atrás. El Valle del Sus, con sus palmerales, es otro destino que también merece una visita y que supondrá el broche de oro a un viaje único por Tarudant, también conocida como la abuela (pequeña) de Marrakech.
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