Los viajes de Sara Gutiérrez y Eva Orúe: “Durante 21 días en el Transiberiano, no coincidimos con ningún turista”

Hace treinta años, recorrieron los 9.288 kilómetros de esta legendaria línea ferroviaria. Fue una reveladora experiencia personal que ahora relatan en un libro donde las memorias se entremezclan con la historia y la política.

Viaje tren Transiberiano de Sara Gutiérrez y Eva Orúe.
Viaje tren Transiberiano de Sara Gutiérrez y Eva Orúe. / Sara Gutiérrez y Eva Orúe

Hay varias maneras de evaluar el estado de salud de una relación sentimental. Una de ellas es ir de viaje. A poder ser, a un destino que ponga a prueba al viajero. En 1994, Sara Gutiérrez y Eva Orúe se embarcaron en el Transiberiano, una ruta ferroviaria que recorre 9.288 kilómetros —algo similar a hacer el puente aéreo entre Madrid y Barcelona casi 15 veces—. El trayecto comienza en Moscú y, tras recorrer Siberia, finaliza en la ciudad más oriental de Rusia: Vladivostok.

En Tinduf, Argelia.

En Tinduf, Argelia.

/ Sara Gutiérrez y Eva Orúe

En aquel momento, el país vivía un momento de inusual libertad tras la desintegración de la URSS en 1991. Eva era corresponsal en Moscú. Y Sara ampliaba su formación oftalmológica en el reputado Instituto de Microcirugía Ocular Fiodorov. Si su relación sobrevivía a una aventura como esta, ningún obstáculo se les resistiría... Spoiler alert: hoy, 30 años después, siguen felizmente juntas.   

Aquella historia, tanto la personal como la de la legendaria ruta, comparten protagonismo en En el Transiberiano. Una historia personal del tren que forjó un imperio (Reino de Cordelia), un libro que puede leerse como relato de viajes, como ensayo histórico y, no menos importante, como unas memorias sentimentales.

Sara, en el Transiberiano.

Sara, en el Transiberiano.

/ Sara Gutiérrez y Eva Orúe.

Profusamente ilustrado y repleto de referencias literarias, el libro está estructurado como un dueto de Eva y Sara. Los capítulos de la primera se centran en la historia de la construcción del legendario tren y en el entramado geopolítico que lo rodeó. “El Transiberiano ha sido vía de escape, pero también vía de condenación”, resume Eva. Las páginas escritas por la segunda toman como hilo narrativo sus experiencias personales durante el viaje y sus impresiones del paisaje y las personas que aparecen a su encuentro —como aquel taxista que, en los alrededores del lago Baikal, se quedó anonadado frente a ellas: “Nunca había visto una española”—.

Las bambalinas de un tren mítico

El viaje de Sara y Eva comenzó el jueves, 11 de agosto, a las 14:00, en la estación moscovita Yaroslavski. Y el 1 de septiembre, 21 días después, el tren arribaba a la estación de Vladivostok a las 9:10 hora local —el detalle del horario no es baladí (que se lo pregunten a Phileas Fogg), la ruta atraviesa ocho husos horarios diferentes—. Conviene tener en cuenta que el trayecto no se hizo de una sola tirada, sino que Eva y Sara hicieron diversas paradas en el camino. 

Novosibirsk, Rusia.

Novosibirsk, Rusia.

/ Istock

Como confiesan las autoras, en aquel momento el Transiberiano no era un tren de lujo como pueda parecer hoy, sino un método de transporte normal y corriente. Y, a pesar de que ambas hablaban ruso, recorrer aquellos remotos parajes sin la ayuda de internet y el smartphone no fue fácil. “No teníamos nada de información”, confiesa Sara. “Viajábamos con esta guía que era de toda la Unión Soviética, no solo de Rusia [la autora muestra un panfleto de apenas 60 páginas]. La mayoría de las ciudades ni siquiera aparecían. No podíamos reservar hoteles, porque no sabíamos si los había. Teníamos que llevar todo el dinero en efectivo porque no se usaban tarjetas de crédito. Y tampoco sabíamos ni siquiera si encontraríamos puntos de cambio de dólares, con lo cual llevábamos una pila de rublos.” Eva hace un apunte que subraya lo extraordinario de su experiencia: “Durante los 21 días de viaje, creo que no coincidimos con ningún turista”.

Lago Baikal, Rusia.

Lago Baikal, Rusia.

/ Istock

Un punto de inflexión en el viaje, y en el libro, es la visita al lago Baikal. “Es un universo. No: es una dimensión”, afirman en el libro. Conocido por la población local como “Mar Santo”, Sara y Eva lo recorrieron en barco: “Tratamos de no perder detalle de aquel lago de 646 kilómetros de longitud, 48 km de anchura media y 1.620 metros de máxima profundidad, en el que desembocan unos 350 ríos (parece que nadie los ha contado con exactitud)”.

Un regreso frustrado

Antes de publicar este libro, las autoras estuvieron a punto de volver a la ruta del Transiberiano. Sin embargo, la invasión de Ucrania frustró sus planes. A pesar de la tristeza del motivo, dejar intactos aquellos recuerdos parece, en retrospectiva, la mejor opción. “Si hubiéramos ido, este libro sería completamente distinto”, se sincera Sara. A pesar de las guerras, la vulneración de derechos, la inseguridad..., Eva y Sara han seguido viajando. Y mucho... como arrebatadas fanáticas de una secta que les impide quedarse en el mismo sitio por mucho tiempo. Con un aire ensoñador, Sara señala a su familia como la responsable: “Mi abuela siempre decía que el mundo se hizo para andarlo, yo creo que fue la que me lo inculcó”.

Mongolia.

Mongolia.

/ Istock

Planes no les faltan. Entre sus destinos soñados destacan Mongolia, Alaska, Singapur... En la actualidad, en vez de tren, prefieren la furgoneta. Y esquivan las ciudades para centrarse en la naturaleza. Pero, independientemente del contexto, se enfrentan a un dilema que ya en 1994 les acechaba: ¿Por qué hay que volver? Sara no duda un instante en la respuesta: “Para trabajar y así poder realizar el próximo viaje”. 

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