Roraima, la única montaña del mundo sin pico: es casi inaccesible y su origen es un misterio

Como si un gigante hubiera cortado su pico dejando una llanura perfecta en la cima, se alza imponente una obra natural majestuosa que se extiende por 30 kilómetros cuadrados entre tres países del norte de Sudamérica: Venezuela, Brasil y Guyana. Se ubica en el Parque Nacional de Canaima y sobrepasa el nivel del mar en casi 3.000 metros. Es la formación rocosa más grande de la parte sur del continente y uno de los tepuyes -mesetas especialmente abruptas- más conocidos.

Además de la curiosa forma de su cima, completamente plana, también llama la atención su entorno, pues está rodeada por acantilados que también parecen esculpidos por algo ajeno a la naturaleza con caídas de entre 400 y 1.000 metros. Por esos desfiladeros fluyen las aguas de inmensas cascadas y otros accidentes geográficos muy poco comunes en otras zonas. Se trata del monte Roraima y presenta una morfología única en todo el planeta.

No es magia lo que ha gestado esa forma tan curiosa, sino un proceso denominado lixiviación. Durante 180 millones de años, el agua de la lluvia que cae en la estación húmeda ha provocado una erosión en los bordes que han creado estos acantilados tan perfectos. Al contrario de lo que pudiera parecer, en la cima es imposible que se fije ningún tipo de nutriente o partícula, por lo que no existe vegetación, aunque los científicos creen que allí puede haber especies endémicas que aún no se han descubierto.

Un lugar completamente virgen

Es tan complicado acceder, ya que solo se puede coronar la cima escalando otras montañas de la cadena del Pakaraima o en helicóptero y después de pedir un permiso especial a las autoridades, que todavía no se sabe con certeza su origen. No existe un camino directo y aquellos que han probado llegar por otras vías han abandonado su vida por el camino. Hay quien cree que pudo haberse creado a raíz de un terremoto, pero otros montes generados así no han adquirido esa forma.

Por este motivo, se empezó a elucubrar que podía tratarse de la formación más antigua de la Tierra. Poco después se descubrió que así era: data de la era Proterozoica, hace unos dos millones de años. A vista de pájaro se observa como un gran islote flotando entre unas nubes que hacen las veces de mar o de océano. Pero también de una suerte de límite natural, advirtiendo a los humanos que no es posible conquistarlo todo, que aún quedan lugares inexplorados que solo están al alcance de las aves.