Algunos libros de viaje, por Patricia Almarcegui

La escritora nos recomienda unos cuantos libros que marcaron su 2023.

Iustración para la columna de enero de Patricia Almarcegui
Iustración para la columna de enero de Patricia Almarcegui / Raquel Marín

Voy a escribir sobre algunos libros de viaje que he leído el año que se va. Me habría gustado leer muchos más y dedicarles al menos un artículo a cada uno. En la estantería de mi derecha se han quedado otros tantos y miran, y los miro de reojo mientras escribo, y me recuerdan que esperan el mismo tiempo y la misma atención.

El primero es el libro de Manuel Moyano La frontera interior, sobrio, recio, clásico en su fondo y forma, y necesario. Recorre esas geografías cercanas redescubiertas tras la COVID. Su pericia como escritor inunda la narración del itinerario por Sierra Morena, frontera física entre el centro y sur del país. 

El periodista polaco y experto en la URSS Jacek Hugo-Bader disecciona de manera rotunda y humanísima el alma de los habitantes que fueron soviéticos en En el valle del paraíso. Compendio de viajes y crónicas a lo largo de 10 años, presenta uno de los panoramas más caleidoscópicos de los testigos de una época. Se asiste así a un cambio de miradas y perspectivas.  

A Aitor Romero Ortega en El arte de escribir de pie hay dos crónicas que le salen redondas (las otras son también estupendas). El escritor, que habla con el mismo estilo depuradísimo y ordenado con el que escribe, cuenta Barcelona y Tánger con una suerte de justicia poética que aún quedaba por satisfacer. Nada, nada le falta ni le sobra a su caminar por las dos ciudades. 

“El metal en cada palabra, la corteza dolorida”

En Gozo, Azahara Alonso, recoge un viaje y estancia en una isla del archipiélago de Malta, lugares donde la filósofa intenta detenerse y permanecer improductiva. Estas circunstancias le permiten reflexionar (además de experimentar) temas, como la política del tiempo, el deseo de autenticidad, el mercado laboral y del ocio a través de cuidadosos fragmentos, a veces de enorme poesía.  

Brujas (la muerta) de Georges Rodenbach lo he incluido en el club de lectura que modero porque hay que recordar lo que significó la simbología de las ciudades muertas al final del XIX, como bien sabían Mario Praz, Debussy, Lorca o Unamuno, y porque la traducción es de Cristian Crusat, tan bella y exacta, que las descripciones de la ciudad de Flandes pueden servir como modelo para narrar cualquier urbe. 

Lodo, de Begoña Méndez, es un caso aparte. Ni siquiera Vivian Gornick en Nueva York (salvando, claro, las distancias) consigue una personificación así de la geografía. Murcia, el Mar Menor, la laguna Estigia, el lodo (de nuevo geografías cercanas) se vuelven en manos de la escritora cuerpo propio y pura poesía. 

El poemario Hospital del aire de Ernesto García López hiela la sangre y lo hace porque habla de un accidente del que el lector apenas había reparado o no como debiera. El poeta arma 200 páginas en torno a la tragedia aérea de Avianca de 1983 y lo hace además con versos. En la catástrofe murieron también los escritores y artistas que viajaban desde sus exilios europeos al I Encuentro Hispanoamericano de Cultura en Colombia: “El metal en cada palabra, la corteza dolorida”. Finalmente, Viaje a un mundo olvidado, las memorias recién publicadas de Jordi Esteva. Si en su libro anterior, El impulso nómada, descubría la geografía emocional que le hace ser viajero, ahora cuenta su educación visual. Una pasión y una forma de mirar que le lleva a filmar y fotografiar lo que también escribe: registros diversos de un mismo destino que lo convierten en uno de los grandes viajeros europeos. 

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