Dejarlo todo para recorrer el mundo: así es vivir siendo un nómada
Aparcó una exitosa carrera como periodista económico para viajar. O mejor dicho, para vivir viajando. No tiene residencia fija y lleva siete años recorriendo el mundo. Explica cómo lo ha logrado en el libro "Sin billete de vuelta"

Partir. Avanzar con la ligereza de equipaje del que no tiene ataduras. Con cuatro cosas en la mochila y sin una hipoteca a la que volver. Un sueño para aquellos que ansían trascender la rutina. Y una pesadilla para los que sienten aversión por la incertidumbre. Baltasar Montaño (Puebla de Sancho Pérez, Badajoz, 1971) ha conocido las dos caras de la moneda. El 20 de noviembre de 2016 cumplió 45 años. Lo celebró en Bogotá. Los días previos no lo pasó bien. La despedida de su familia y amigos en España fue agridulce. Tras abandonar su trabajo como reconocido periodista en Madrid y cerrar una casa cargada de recuerdos, compró un billete de avión a Colombia... solo de ida. Era el primer día de una nueva vida que llevaba tiempo anhelando. Una vida en la que podía disponer a su antojo de todo el tiempo del mundo. Sin horarios de oficina. Sin residencia fija. Abierto a lo que el destino pudiera depararle.

Han pasado siete años desde aquel cumpleaños. Baltasar sigue llevando una vida nómada. Ha recorrido buena parte del sudeste asiático y Sudamérica. Y su propósito para 2023 es conocer a fondo África. Sin embargo, hay una cosa de su vieja vida a la que no ha podido renunciar: escribir sigue siendo una necesidad, una forma de explicar lo que ve y lo que siente. En el libro Sin billete de vuelta explica el porqué de su decisión y acompaña al lector por algunos de los parajes que ha visitado durante este tiempo.
Manual para irse
El libro de Baltasar puede leerse como una invitación a cambiar radicalmente nuestra forma de vida. De hecho, para aquellos que quieran emularlo, comienza explicando de forma práctica cómo logró llevar a cabo su plan. Pero, este hombre, se preguntará el lector, ¿de qué vive? Sencillo. Con la indemnización obtenida tras apuntarse voluntariamente al Expediente de Regulación de Empleo (ERE) del periódico para el que había trabajado durante casi 14 años, compró una casa para alquilar, y así generar unos ingresos razonables que, acompañados de una asignación mensual con cargo a sus ahorros, le permiten disponer de un modesto sueldo mensual. “Obviamente”, puntualiza, “tuve que prepararme para aprender a vivir con mucho menos de lo que mi trabajo y mi posición me permitían, pero a cambio de —perdón por la grandilocuencia— comprar mi libertad.”

Pero, ¿de cuánto dinero estamos hablando? “En términos generales”, explica, “dispongo de unos 1.500 euros mensuales y con ellos me dedico a viajar. Recorrí Vietnam entero en moto y, sin privarme de nada que no fuera desorbitado, ahorré sin proponérmelo unos 500 euros al mes. Estuve tres viajando por el país y sus islas con una Honda Win 120 que compré en Hanói por 220 dólares y vendí 90 días después, en Saigón, por 210. Perdí 10 dólares más unos 30 que destiné a arreglos durante mi periplo de más de 4.000 kilómetros. Parece que la inversión salió bastante rentable.”

A medio plazo, Baltasar no tiene intención de abandonar esta vida: “Sinceramente, me siento feliz en el movimiento, en la búsqueda de lo inesperado e imprevisible, por eso viajo solo y casi sin plan de viaje, para mí viajar es hablar con la gente sin prisas ni estrés porque se acerca el día del billete de vuelta. Yo no lo tengo y dispongo de todo el tiempo del mundo para disfrutar de todo lo nuevo.”
El libro de los adioses
Sin embargo, en esta constante marcha hacia adelante reconoce que hay algo que aún le resulta complicado: despedirse. “Suele ser complicado”, acepta. “Al dedicar bastante tiempo a cada país suelo entablar relaciones estrechas y surgen grandes amistades, algunas muy intensas. Siempre aviso de que estoy de paso, porque mi viaje avanza y en algún momento me marcharé, pero a veces es difícil decir adiós y que me entiendan.”

Obviamente, llevar una vida nómada es campo propicio para los imprevistos. Asegura que, a pesar de vivir numerosas situaciones incómodas, nunca le han robado en todo este tiempo. Pero, ¿ha sentido miedo alguna vez? “Sí, menos de las que imaginaba, pero sí. El ejército de Myanmar me detuvo por meter las narices en una plantación de opio, pero tuve suerte y me dejaron marchar. También con la policía brasileña en Tabatinga —Amazonas— y varias veces en México, donde por primera vez he llegado a temer por mi integridad física.”

A pesar de los pesares, Baltasar reivindica su forma de vida. Aunque aún no siente la necesidad de asentarse en ningún sitio, ha descubierto numerosos lugares que han dejado una profunda huella en su memoria: “la selva de Ratanakiri —en Camboya—; las ruinas perdidas de Calakmul —en México—; algunos fiordos de la Patagonia chilena; varios seismiles bolivianos; la cuenca del Ucayali, en Pucallpa —donde comencé a remontar el Amazonas—...”. Una larga lista que amplía sin cesar. Cuando se adopta el viaje como forma de vida, la expresión ser ciudadano del mundo adquiere una nueva dimensión.
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