Área de fatigas, por Jesús Torbado

Las escasas áreas de descanso de las vías epañolas carecen de casi todo, salvo de recipientes de basura a rebosar.

Área de fatigas, por Jesús Torbado
Área de fatigas, por Jesús Torbado

El mayor beneficio del verano es que siempre termina; ya desde mediados del mes de septiembre, si no antes, pueden despedirse las pegajosas e insistentes arenas de las playas, las aguas sucias de los mares turísticos, la grasa de las cremas, la penosa y cara gastronomía de los chiringuitos y las conversaciones que es obligado escuchar arrimado a sus barras pringosas, el ambiente penosamente hostil de los antaño gloriosos arenales, hoy palestra de niños insoportables, de ruidos obscenos, de jóvenes maleducados y de espectáculos corporales sobradamente ingratos.

Siempre lo mejor de agosto y de septiembre es echarse sin prisas a la carretera en un buen automóvil para practicar el antiguo turismo, vocablo precisamente que también se concede a los vehículos de cuatro ruedas. Dar vueltas por donde nos lleven nuestros gustos: montañas, litorales, paisajes arquitectónicos, ciudades escondidas, pueblos olvidados. Y a ser posible por países que no castiguen al viajero con las crueldades que son tan frecuentes en el nuestro.

La milagrosa unión de los europeos, que finalmente ha logrado colocar los precios casi al mimo nivel (muy alto, por cierto) en todas partes, la abundancia de guías e informaciones, la generosidad y la benevolencia en el uso de las lenguas (salvo en Cataluña y Galicia, realmente), la abundancia de espectáculos humanos de todo género, invitan y aconsejan desdeñar las playas hinchadas de gentío y las soleadas costas masacradas por el ruido y lanzarse a las modestas aventuras de la carretera.

Las españolas, ya generalmente buenas con reparos, no aceptan los habituales consejos de los doctrinos del tráfico, que piden detenerse de vez en cuando a descansar, respirar y disfrutar del paisaje para eludir accidentes. El RACE divulgó a final del verano una investigación que demostraba lo que todos sabemos y padecemos: la diferencia casi infinita entre las llamadas áreas o zonas de descanso de España y de todos los países vecinos. No sólo las nuestras resultan muy escasas sino que están pésimamente dotadas, cuando no asquerosamente malolientes y cochambrosas.

Sorprende que en excelentes autovías recién abiertas -pongamos la de Mérida a Sevilla o la de Sevilla a Portugal- nadie decidiera organizar algunos de estos espacios para aliviar la fatiga. Quizás para no perjudicar el buen negocio de las gasolineras antiguas, tampoco han querido abrir ninguna al pie de la calzada. Plantan uno o varios cartelones con muchos símbolos y la explicación de Área de servicio, que con frecuencia está a cinco o diez kilómetros de la propia autovía; o sea, plantada al pie de la carretera vieja. Comprar combustible se convierte en un paseo extra, venido del engaño. Es evidente que el interés particular del distribuidor se monta por encima del público, del de los turistas.

En cuanto al mantenimiento de las escasísimas áreas de descanso de la citada investigación (que se limita a unas cuantas del norte de la península, las mejores), la situación es casi siempre deplorable. Carecen de casi todo, salvo de recipientes de basura a rebosar; faltan sombras, mesas, bancos, agua, servicios higiénicos (y cuando existen, es mejor no acercarse a ellos).

La respuesta oficial a estas quejas es que se utilicen las zonas particulares, esos tradicionales bares de carretera con espacio de parking que en general merecen eterno anatema. Allí es donde brillan con mayor esplendor los lujos de la hostelería española: el local que no tiene alfombrado el pavimento de servilletas usadas, cadáveres de gambas y pieles de chorizo, mantiene los baños sin limpiar desde la semana pasada; el que no sirve una comida infame y falta de higiene, presenta unos camareros o dueños antipáticos, de aspecto sucio y sin sombra de profesionalidad. Eso sí, todos, aun los más cutres, comparten pasión por los precios desorbitados. El reconocido patriotismo del turista -salvo los responsables de esas cochinadas, que muchas veces son los propios clientes, los usuarios de las áreas de descanso- empuja a enfilar el coche hacia Francia, a Portugal, a Alemania, a Holanda... (en este sentido, a Marruecos no, claro).

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