Svalbard: minas, galciares y ciudades en la tierra de los osos polares

Son uno de los territorios más al norte del mundo, un archipiélago de hielo, montañas y glaciares, poblado por más osos polares que habitantes: las islas Svalbard. En su capital, Longyearbyen, están prohibidos los nacimientos y los enterramientos. Esta es la crónica de un viaje a Long-yearbyen y del recorrido por la costa en el "MS Fram", hasta el Paralelo 80, a solo diez grados del Polo Norte.

Mérgulo atlántico
Mérgulo atlántico / Juan Carlos Muñoz

Longyearbyen, la capital de las islas Svalbard, es un lugar extremo, extraño y salvaje. Para quienes amamos los mapas, es, también, un lugar fascinante. Se encuentra a unos cientos de kilómetros de donde comienza la banquisa ártica, el casquete helado que corona el mundo.A 1.309 kilómetros del Polo Norte y a 18.692 kilómetros del Polo Sur, según precisa un indicador emplazado a la salida de la terminal de pasajeros del aeropuerto. Detrás del indicador corren las aguas del fiordo, la ría marina que concluye donde el minero John Longyear estableció, hace poco más de cien años, el primer asentamiento de la ciudad y donde hoy se levanta, también, el núcleo urbano. El día anterior a mi llegada, un oso polar había establecido su territorio de caza en frente de la ciudad, al otro lado del fiordo. Fue localizado, anestesiado y trasladado lejos, para evitar problemas. La semana anterior había entrado en el fiordo una ballena azul. Ahora, de camino al hotel por la breve carretera que enlaza el aeropuerto con la ciudad y con la última mina de carbón operativa, un vecino de asiento en el autocar me indica que entre los hielos que cubren las aguas del fiordo asoman los lomos y las cabezas de un grupo de unas 20 belugas, ballenas blancas que parecen tener más prisa que los viajeros en ver de cerca la singular ciudad de Longyearbyen, al final del fiordo.

Longyearbyen es el principal asentamiento humano de Spitsbergen, la mayor de las islas que forman el archipiélago de las Svalbard, uno de los lugares más septentrionales del globo. Solo los archipiélagos rusos de Franz Joseph Land y Severnaya Zemlia, al este, y el extremo norte de Groenlandia y las islas más al norte de Canadá, al oeste, alcanzan parecida latitud, más de 78 grados al norte del Ecuador. No es un lugar fácil para vivir. En verano, el sol permanece en el cielo las 24 horas del día desde el 19 de abril hasta el 23 de agosto, pero las temperaturas no sobrepasan los 10 grados sobre cero. En invierno, el sol desaparece por completo desde el 26 de octubre hasta el 16 de febrero, la larga noche polar, y los termómetros pueden alcanzar cifras extremas, por debajo de los 40 grados bajo cero, excepto en la costa, donde la corriente marina del Golfo suaviza el clima.

Doce especies de ballenas. Las precipitaciones de lluvia y de nieve resultan escasas. En los meses de verano, las montañas lucen un color marrón oscuro, de tierra volcánica cuajada de minerales, salvo en su cima, coronada por una breve lámina de nieve. Entre sus laderas asoman los brazos helados de los glaciares. Algunos glaciares son gigantescos. El glaciar Autsfonna, el mayor de las Svalbard, es el tercer casquete de hielo más grande del mundo, con un frente que mide más de 200 kilómetros de ancho. Es una de las joyas naturales de las Svalbard, donde tres reservas, seis Parques Nacionales y 15 santuarios protegen, por ley, los fiordos, las montañas y los glaciares, la mayor parte de los 63.000 kilómetros cuadrados que forman el territorio.

También la fauna y la flora están protegidas. La fauna local incluye, en tierra, el oso polar, el reno y el zorro ártico, y, en el mar, la morsa, cinco especies de focas y doce especies de ballenas, algunas nómadas y otras residentes todo el año, como las ballenas boreales, las belugas y el extraordinario narval. No hay árboles y ninguna planta sobrepasa los 30 centímetros de altura. Tampoco hay abejas. No está permitido arrancar flores. En el interior de una de las montañas situadas frente al aeropuerto de Longyearbyen, a 120 metros de profundidad, se ha creado una cámara que aloja cientos de millones de semillas en cajas herméticas de aluminio, a18 grados bajo cero. La obra se conoce como la Bóveda Global de Semillas y se supone que protege a las especies florales de todo el mundo para salvarlas de una catástrofe nuclear del planeta.

En Longyearbyen está prohibido nacer -las embarazadas deben dar a luz en el continente- y se podría decir que morir, porque la ley obliga a que no haya enterramientos en las Svalbard. Hay un antiguo y pequeño cementerio, donde el permafrost, el subsuelo helado que el Sol es incapaz de derretir, empuja las tumbas hacia arriba: ya estarían todas al descubierto de no ser porque los funcionarios las vuelven a enterrar.

El censo actual de Longyearbyen registra 2.075 habitantes. En la misma isla, Spitsbergen, hay otros dos núcleos urbanos, de menor tamaño: Barentsburg, con 450 habitantes, y Sveabruga, con 240. Además, hay una base científica permanente, en el asentamiento estable más al norte del planeta, Ny Alesund, donde viven 200 científicos de veinte países, y una estación polaca, con once personas, en otra isla. En total, en el archipiélago hay más osos polares -unos 3.000- que habitantes.

Un viejo pueblo minero. Me alojo en el hotel Spitsbergen. Es uno de los más antiguos de la ciudad, de los que nacieron cuando John M. Longyear, un industrial norteamericano, adquirió en 1906 los derechos de explotación de la primera veta de carbón que se descubrió al fondo del fiordo y levantó un asentamiento con cabañas de madera y 25 hombres. Durante más de un siglo, el principal, casi único, negocio de Longyearbyen ha sido el carbón. Se han sucedido las minas y los ingenios para explotarlas, como los teleféricos con vagonetas para llevar el carbón de las laderas de las montañas hasta el fondo del valle. Todavía hoy, la mayor parte de sus habitantes trabaja en la única mina existente, la número siete, propiedad del estado noruego. Las casas de los empleados (y del resto de los habitantes del archipiélago) vienen por barco, desarmadas, y se instalan, con poco esfuerzo, junto a las dos calles principales de la ciudad. También hay viviendas de este tipo, modulares, junto al puerto y al aeropuerto. No parecen muy recias, ni tienen porqué serlo, porque no van a soportar grandes lluvias, nevadas ni temporales. Solo frío. El récord de Longyearbyen está en 46,3 grados bajo cero.

Son las 11 de la noche, pero en el cielo luce el sol permanente del verano, que no nace ni se pone, algo para mí extraño y turbador. Aprovecho la luz para dar una vuelta por la ciudad. Es posible que en el próximo siglo muchas colonias humanas en el espacio tengan este aspecto: casas modulares prefabricadas, restos de industrias abandonadas, torres y vagonetas en las viejas minas, calles vacías, mucho hielo, y un acentuado silencio, roto, en contadas ocasiones, por el ruido de un todoterreno o por el de las motos de cuatro ruedas, los quads, una versión veraniega de las motos de nieve. Algunos vecinos pilotan sus quads con un fusil en bandolera. El arma es estrictamente recomendada cuando se abandonan los límites de la ciudad. Ninguna persona armada ha sufrido el ataque de un oso en los últimos 50 años. Pero hay que estar siempre prevenido. El pasado año, un oso atacó el campamento de unos jóvenes scouts británicos que levantaron sus tiendas en el valle de un fiordo Paralelo al de Longyearbyen. Uno de los campistas murió, antes de que los dos adultos de la expedición dieran muerte al oso con sus armas.

La calle principal de la ciudad, que conduce desde el hotel Spitsbergen, en la cima de una pequeña colina, hasta el fiordo, apenas mide un kilómetro. A uno y otro lado se suceden los establecimientos comerciales: tres bares, varios restaurantes, las tiendas y una discoteca. Uno de los bares del pueblo presume de ser el que tienemás marcas de whisky del planeta. La mayoría de las tiendas mezcla en sus escaparates la ropa deportiva, los ositos de peluche y las armas: las novedades en fusiles y balas de grueso calibre para salir protegido al campo.

También hay unaiglesia evangélica, una biblioteca y un museo. A la entrada del museo se encuentra un trineo viejo y oxidado que, según me cuenta una dependienta, argentina, perteneció a una expedición española que pretendía llegar con motocicletas de motocross al Polo Norte. El museo ofrece explicaciones de la fauna, la flora y la historia locales. Las Svalbard fueron el último lugar donde seenfrentaron los alemanes y los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, simplemente porque los alemanes destinados aquí ignoraban que la guerra había terminado, meses después de finalizado el conflicto. Uno de los departamentos del museo muestra la huella de un iguanodonte que pisó estas islas cuando se encontraban a la altura de España, hace 250 millones de años.

Protección noruega. El gobierno noruego protege y estimula la población de las Svalbard. Los impuestos son menores que en el continente, lo que también atrae a los turistas. No hay paro, aunque tampoco resulta fácil encontrar trabajo. Pero cualquiera que intente montar su propia empresa en las Svalbard debe tener los mismos derechos que los noruegos, conforme al tratado internacional con el que Noruega fijó su soberanía en estas islas, firmado por 52 países en 1925. Gracias a ese tratado, la segunda comunidad más numerosa de Longyearbyen es la tailandesa, y por la misma razón los pescadores españoles reclaman que pueden seguir faenando en las Svalbard, como lo hacían antes de 1925: dentro del límite de las 200 millas.

Cuando la calle principal llega al mar, al fiordo, la ciudad se acaba. Ya no hay comercios ni restaurantes ni viviendas: solo algunas instalaciones industriales. Junto a la carretera hay carteles que avisan a los transeúntes para que protejan sus cabezas del posibleataque de los charranes árticos, unas aves preciosas, de pico y patas rojas y cabeza negra, que defienden sus nidos atacando la cabeza de quienes se acercan. Algunos carteles poseen dispensadores de palos y explican sus condiciones de uso. Hay que sostener el palo con una mano por encima de la cabeza, como si se tratase del mango de un paraguas, y hacerle girar. Los charranes ven el palo girando sobre la cabeza y no atacan: solo gritan hasta que el intruso se aleja. Se consigue el mismo efecto moviendo una mano sobre la cabeza, como si se espantaran moscas. Nunca había estado en una ciudad en la quelos vecinos se protegen de los osos, los turistas de los pájaros, hay ballenas blancas entre los hielos del mar y el sol luce en el cielo todo el día y toda la noche. Impresionante, Longyearbyen.

A la mañana siguiente, embarco, con la mayoría de mis compañeros de vuelo del día anterior, en el MS Fram, de la naviera noruega Hurtigruten, un crucero construido hace menos de cinco años con la intención de ser el Rolls Royce de los hielos. Su nombre le obliga. Fram significa "Adelante" y es el nombre del barco con el que el noruego Fridtjof Nansen intentó llegar al Polo Norte en 1893, el mismo año en que nació la naviera Hurtigruten. Nansen sobrevivió a su heroica -y fallida- búsqueda del Polo y luego cedió el Fram a su compatriota Roald Amundsen, quien lo utilizó en su viaje hasta las costas de la Antártida, en la expedición que acabaría alcanzando por primera vez el Polo Sur.

Nuestro Fram mide 114 metros de eslora y arrastra 11.650 toneladas. Ofrece, en el verano ártico, expediciones por Groenlandia y las Svalbard y, cuando llega el verano austral, por la Antártida, con 127 cabinas para un máximo de310 pasajeros que viajan acompañados de científicos expertos en vida marina, fauna salvaje, aves y, el caso de esta ruta, en las causas y efectos del cambio climático. La mayor parte de mis compañeros de viaje son noruegos, que aguantan bien la fría temperatura de cubierta (uno o dos grados sobre cero) para no perderse el espectáculo del barco surcando el fiordo, las vistas a las montañas, los valles y los glaciares.

Las aguas de esta ruta han poblado de monstruos, misterios y sueños la imaginación de los marineros durante siglos. En los mapas de Tolomeo, más allá de Thule, a seis días de navegación al norte de Inglaterra, no existía el mundo. Los barcos corrían el peligro de ser envueltos en un vapor marino de niebla y nieve que les empujaba a viajar a ciegas por toda la eternidad. Cuando Cristóbal Colón arribó al Nuevo Mundo, se creía que las tierras polares estaban habitadas por criaturas fantásticas. Como los hiperbóreos, hombres longevos y felices, poseedores de un extraordinario sentido de la justicia; los imantopedes, que saltaban alrededor de su único y gigantesco pie; los blemies, que no tenían cabeza y alojaban la nariz y la boca en su amplio pecho, o los skraelings, bajitos y viciosos, parecidos a los monos. Los hielos guardaban esmeraldas y cristales, protegidos por los grifos, los pájaros más fieros de la tierra. El peor de los lugares era el Monte Hekla, la puerta siempre encendida del Purgatorio. Cuando William Barents, en 1596, alcanzó las islas que él bautizó como Spitsbergen ("picos escarpados"), sus mapas suponían que un poco más al norte se encontraba una montaña magnética de cuya terrible atracción ningún barco era capaz de escapar.

La navegación es tranquila, el mar -azul cobalto- apenas se agita. Los petreles, el fulmar ártico y los skuas exhiben su vuelo junto al casco del buque, que navega frente a una colonia de frailecillos: pájaros de pico aplanado, surcado por franjas naranjas, amarillas y negras, una de las más curiosas, llamativas y singulares aves marinas. Se cuentan más de200 especies de pájaros en las Svalbard, entre ellos el agresivo y viajero charrán ártico, que pasa los inviernos árticos en la Antártida, veinte mil kilómetros al sur.

El hotel más al norte del mundo. Esperamos ver ballenas y, por supuesto, osos polares. Las ballenas fueron el principal atractivo de estas islas para los pescadores, en especial la ballena de Groenlandia, lenta y fácil de cazar. Hasta finales del siglo XIX la importancia económica de las Spitsbergen, bautizadas como Svalbard por el tratado de 1925 (Svalbard significa "costas frías" y evoca las tierras que fueron bautizadas con ese nombre por una expedición vikinga en el siglo XII), estaba basada en la caza de las ballenas, los osos y las morsas. El descubrimiento de un rico tipo de carbón en las montañas junto a otros minerales, como cobre y hierro, redujo la importancia de la fauna. La última industria próspera en aparecer ha sido el turismo: la primera agencia de viajes local nació en 1987, hace tan solo 25 años.

Descendemos, en zodiacs, a una isla donde estánlos restos de una vieja estación ballenera. Karin Strand, jefe de expedición, vela por un desembarco ordenado y seguro. Siempre que bajamos a tierra nos acompañandos o tres tripulantes con rifles, cargados con balas del calibre 30-06. "Los osos no son necesariamente agresivos, pero su comportamiento es impredecible", me explica Manuel Martín, biólogo chileno, uno de los científicos que viajan en el Fram.

La costa está cuajada de fiordos que en invierno se cubren de hielo, pero que ahora son navegables y permiten al barco explorarlos y detenerse frente al morro de sus glaciares. Uno de los glaciares más espectaculares tiene el cálido nombre de Mónaco. Mide 30 kilómetros de ancho y cinco kilómetros de alto en su parte más elevada. La cara frontal del glaciar tiene hielos de color azul.

No hay conexión a Internet, ni cobertura para el teléfono. Por encima del Paralelo 79 no llegan las ondas de ningún satélite. Así que no hay móviles en cubierta cuando los 300 pasajeros del Fram celebramos con champán que el barco ha cruzado el Paralelo 80. Cruzar el Paralelo 80 fue un hecho extraordinario hasta mediados del siglo pasado. Amundsen fue de uno de los primeros viajeros que lo cruzó. Partió de una comunidad instalada al norte de Spitsbergen, Ny Alesund, a 78º 55'' de latitud norte, para volar sobre el Polo Norte. Primero lo intentó a bordo de un avión Junker, en una expedición que resultó fallida, y luego, junto con Humberto Nobile y Lincoln Ellsworth, en un gran dirigible con el que consiguió sobrevolar, por primera vez, el Polo Norte.

Ny Alesund, la nueva Alesund, es el lugar habitado todo el año más septentrional del mundo. El número de los vecinos permanentes no supera la treintena; el resto, hasta 200, solo se instala en verano. Un busto de Roald Amundsen preside la plaza principal de la ciudad, no muy lejos de una de las torres -aún se conserva- que sirvió para amarrar su dirigible. Aquí, en Ny Alesund, se encuentran la oficina de correos más al norte del mundo, el hotel más al norte del mundo, incluso los leones chinos más al norte del mundo, porque hay una pareja de leones de piedra instalados en la puerta del edificio que utiliza la misión científica china. En verano hay más de cien investigadores de unos treinta países, entre los que no está España.

Después de atracar en Ny Alesund, el barco regresa a Longyearbyen y fondea en el puerto de la capital de las Svalbard tras cinco días de navegación. Durante el crucero, algunos pasajeros han tenido la fortuna de ver unoso polar que caminaba entre los hielos de madrugada, a pleno sol, a la hora en que la mayor parte del pasaje dormía en sus camarotes. También se han visto ballenas, una isla poblada por pesadas morsas, varias clases de focas y un grupo de musculosos delfines. Pero en la imagen que aún recuerdo de este viaje destacan las montañas y los glaciares, la belleza de los fiordos y los témpanos flotantes de hielo.

Los hielos del Ártico durante el verano están sufriendo, más que ningún otro punto del planeta, los efectos del cambio climático, pero no parece que la mayor de sus amenazas sea el turismo. Al revés, expediciones como la del Fram sirven para que se conozca y se extienda la preocupación por el calentamiento del Ártico. Hace poco más de cien años, Fridtjof Nansen horadó por primera vez los hielos árticos al norte del Paralelo 80 y fue el primer ser humano que llamó la atención sobre su belleza. "Las auroras, los hielos, la soledad, el cielo -escribió- crean una armonía indescriptible que solo la música podría traducir". Nansen conocía muy bien el Ártico. Estuvo casi tres años perdido entre los hielos, empeñado en buscar el Polo Norte. Hoy, la armonía que describió sigue viva. Aquella música sigue sonando: en los fiordos y los glaciares del archipiélago de las Svalbard.

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