Islas Lofoten y Vesteralen en el país del sol de medianoche

En el mapa de Noruega abundan los lugares especiales. Un viaje hacia las islas Lofoten y Vesteralen, al norte del Círculo Polar Ártico, por ejemplo, es una de las más grandes aventuras que uno puede hacer por Europa. Espectaculares paisajes, playas salvajes y pequeñas aldeas de pescadores introducen al viajero en un mundo maravilloso. Sobre todo ahora, en verano, con la luz especial del sol de medianoche.

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noruega / Tino Soriano

Un simple bloque de piedra, coronado por un conjunto de anillos que simulan la Tierra, es el pequeño monumento que marca el paso del Círculo Polar Ártico. Se trata simplemente de una línea imaginaria, es cierto, pero cualquiera que llegue hasta aquí e inicie un viaje por el norte noruego sentirá un ligero cosquilleo, sobrio y puro, como estas tierras extremas donde el sol no se pone durante varios meses, donde el invierno pertenece al dominio de la noche.

Desde mediados de mayo a finales de agosto, la Tierra, inclinada sobre su eje, presenta constantemente al sol su cascote septentrional. Por la tarde, el sol, llegado al oeste, vuelve a marchar hacia el este por encima de las aguas. Indicando el norte a medianoche, abraza el paisaje con una luz fantástica; las montañas cuyas negras siluetas marcan el límite entre el cielo y el mar se inflaman de rojo y naranja. Cualquiera se estremece cuando el sol acaricia levemente el horizonte. Poco a poco la luz cambia. Insensiblemente, el crepúsculo se convierte en alba, los colores fuertes se dulcifican. Antes de mayo, aquí el sol desaparece, pero ilumina la noche con un cierto resplandor. En invierno se produce el fenómeno inverso. Días y noches se suceden sin que el sol aparezca. Claro que, a veces, las sedas verdosas de una aurora boreal atraviesan la irrealidad de estas noches sin fin.

Preparémonos, pues, una vez traspasada esa línea mágica e imaginaria. Y es que a partir de este momento se descubre una de las últimas grandes zonas naturales del mundo, y ello se evidencia en que los solitarios paisajes del norte noruego, ya de por sí fascinantes, sorprenden por su exuberante belleza. Efectivamente, en el largo viaje hacia el sol de medianoche uno se topa con un mundo lleno de imágenes insospechadas.

Un de sorden de fiordos profundos, vertiginosos acantilados y corrientes efervescentes bañan un rosario de islas e islotes. Avanzadilla del continente, los archipiélagos de Lofoten y Vesteralen -que cuentan con más de dos mil islas, la mayoría deshabitadas- prolongan su barrera montañosa entre la península escandinava y el Mar de Noruega. Espectaculares, las montañas de las Lofoten, separadas de tierra firme por el Vestfjorden -un brazo de mar famoso entre los marineros noruegos porque en determinadas condiciones meteorológicas resulta difícilmente navegable-, emergen del mar de tal manera que, contempladas desde el cielo, son como una inmensa muralla. Muchos la conocen como la Muralla de las Lofoten, en las que apenas se distingue rastro alguno de vida vegetal o animal. Sin embargo, conforme uno se acerca van apareciendo pequeños puntitos de colores en las calas, barquitos fondeados en las bahías y diminutos pueblos de pescadores que, ahora en esta época, parecen estar completamente dormidos.

Por supuesto, esas cimas de granito que parecen los dientes de una gigantesca sierra emergiendo del mar convierten en magnífica la orografía de estas islas (Austvagoy, Vestvagoya, Flakstadoya y Moskenesoya son las más importantes). Junto con el archipiélago de Vesteralen, poco más al norte, ambas rivalizan por ofrecer al turista todo un catálogo de delicias árticas: safaris fotográficos de ballenas y cachalotes, submarinismo, pesca, senderismo, cicloturismo y frecuentes excursiones en barco para contemplar un sinfín de orcas en su entorno natural.

Estas islas son un espectáculo natural impresionante, pero también resultan muy temidas por los navegantes, porque no es fácil salir indemne de esta zona si por casualidad uno pierde el rumbo en ella. Pienso con admiración en el coraje y la valentía que han tenido los pescadores noruegos que durante siglos, y desafiando fríos intensos y temporales furibundos, se han hecho a la mar a bordo de sus cáscaras de nuez, sobre todo en invierno, que es la estación más propicia para la pesca.

En los archipiélagos de las Lofoten y Vesteralen también se reúnen pájaros marinos, terrestres y migratorios. Por supuesto, los primeros son los más numerosos. Hay millones de pingüinos y pájaros bobo que se apiñan en las cornisas. Auténticas escuadrillas de gaviotas cruzan el cielo dispuestas a caer sobre los bancos de peces. Más pegados a la tierra, los cormoranes extienden sus enormes alas sobre las rocas cuando salen del baño. Incluso el fugaz petrel encuentra en estas latitudes la tranquilidad suficiente para poner sus huevos.

¿Por qué, se pregunta uno, se produce esa proliferación de aves en este apartado rincón del planeta? El misterio se explica por la abundancia de pescado, sin duda. Las islas Lofoten constituyen la principal área de pesca invernal de Noruega (desde enero a abril) y, en especial, del skrei, el bacalao del norte, el pata negra del Ártico que migra todos los inviernos desde el Mar de Barents hasta las Lofoten en busca de la seguridad de sus fiordos y la calidez de sus aguas para desovar.

Ni mucho frío, ni mucho calor. Es un tópico, pero hay que decirlo: las Lofoten y las Vesteralen ofrecen paisajes que cortan el aliento. Los noruegos lo saben bien y en pocos años estos archipiélagos se han convertido en uno de los centros estivales preferidos por ellos y, en número creciente, por muchos europeos. Actividades para disfrutar de una naturaleza virgen no faltan.

En una de las islas principales, por ejemplo, se ha construido un campo de golf en el que se puede jugar con luz solar las 24 horas del día; existen rutas de senderismo por todas partes; hay museos de la ocupación vikinga, de la Segunda Guerra Mundial, de la pesca del bacalao y, pese a la accidentada orografía, existe una carretera excelente -la E10-, con túneles bajo el mar y puentes que conectan las principales islas de Lofoten. La carretera, llena de curvas y recodos, te lleva más allá de las montañas que caen a plomo sobre el mar y permite hacer breves paradas en los pequeños poblados (Ramberg, Henninsgvaer, Reine, Moskenes, A...), cuyas casas, de un rojo intenso, son palafitos situados unos cuantos metros por encima de la superficie del agua. La atmósfera es casi irreal: a lo largo de la orilla, el mar brilla con sus tonos azulados, verdes y turquesas. Hay que conducir con cautela: en esta época, las granjas, circundadas de prados floridos, ofrecen la bucólica imagen de vacas y ovejas pastando libremente, aunque a menudo te las encuentras en medio de la carretera caminando con calma, ajenas al peligro que corren.

Claro que también juega un papel importante el clima.Cualquiera pensaría que aquí se impone una vestimenta esquimal, pero nada más lejos de la realidad. Teniendo en cuenta su posición (la misma que la de Alaska y Groenlandia), el clima es sorprendentemente suave, con temperaturas medias en verano que rozan los 13 grados. Este milagro se debe a la Corriente del Golfo, ese gigantesco brazo de agua cálida que nace en el trópico y muere frente a las costas de Noruega elevando la temperatura unos cinco grados por encima de lo previsible en estas latitudes. Así pues, los veranos son secos y calurosos, aunque bien es cierto que el tiempo y las nubes son muy caprichosas. En realidad, por mucho que digan por allí, quienes venimos de países calurosos pasamos de la manga corta al anorak en cuestión de un bostezo.

Verano en el Ártico. De lo que no cabe la menor duda es que ambos archipiélagos son el marco perfecto para pasar unas agradables vacaciones. Si bien es cierto que la pesca ha sido el principal motor económico de estas islas, hoy otra fuente económica está empezando a cambiar las estructuras económicas: el turismo. Y eso se lo debemos a la inspiración que tuvo el rey Oystein: el año 1120 el buen rey empezó a levantar cabañas, o rorbu, para dar cobijo a los pescadores durante la temporada de pesca del bacalao. Estas no eran nada más que unas pequeñas y rudimentarias construcciones, casi siempre levantadas sobre pilones parcialmente hundidos en el agua. Hoy muchas de estas rorbu se han convertido en lujosos alojamientos turísticos, con electricidad, cocina, agua caliente e Internet. En Lofoten hay unas 400 cabañas repartidas por su geografía, la mayoría de ellas ocupadas por turistas dispuestos a disfrutar de una naturaleza casi virginal. La oferta es amplia y excelente: rutas de senderismo, en bicicleta, pesca de altura, escalada...

Los menos deportistas tienen también sus opciones.Quienes quieran navegar en un barco para captar imágenes increíbles pueden hacerlo desde Svolvaer, donde se inicia la magnífica experiencia de recorrer el fiordo Trollfjord en un relajante viaje de aproximadamente tres horas.

También el archipiélago de Vesteralen muestra sus atractivos. Para llegar, basta embarcarse en un ferry en Fiskebol que, en apenas unos 20 minutos, desembarca en Melbu. Aquí el mayor asentamiento humano se encuentra en Harstad, un lugar que destaca por la construcción de Trondenes Kirke, que fue durante muchos siglos la iglesia cristiana ubicada más al norte del mundo. Otra parada obligada es Nyksund, en la punta noroeste de la isla de Langoya. Este antiguo pueblo de pescadores fue abandonado hace ya unos años, pero ahora resurge poco a poco como una colonia de artistas. Sin embargo, el mayor atractivo en Vesteralen se encuentra en el antiguo puerto pesquero de Andenes, en la isla de Andoya. Andenes es famoso por los mejores safaris de ballenas. Una forma magnífica de dar por finalizado nuestro viaje por el país del sol de medianoche.

Tras la pista del codiciado "skrei"

En el siglo XI, el bacalao del archipiélago de Lofoten, considerado como de los mejores del mundo, ya era degustado con pasión en la corte de Inglaterra. Hoy día sigue siendo muy apreciado por los habitantes de estas islas noruegas, que viven, en su inmensa mayoría, del pescado. Aunque los bancos de peces han disminuido notablemente en los últimos años, la pesca sigue siendo también la industria más importante del archipiélago de Vesteralen. Debido al aumento de la temperatura oceánica de los últimos años, el skrei se desplaza ahora a zonas más septentrionales.

Este nuevo patrón de migraciones ha sido, definitivamente, muy positivo para los pescadores de Vesteralen. Los caladeros existentes frente a las costas de Andoy, Oksnes y Bo se han transformado en un verdadero El Dorado para la industria pesquera del codiciado skrei, y el bacalao sigue dejándose secar en las omnipresentes perchas de madera a principios de cada temporada de verano. Estos secaderos están presentes en la mayoría de los poblados pesqueros de ambos archipiélagos, impregnando la atmósfera de las islas con ese fuerte olor tan característico; sin embargo, los mejores y más fotogénicos se localizan en Henninsgsvaer y en A (así se llama el pueblo).

Por cierto, en ambas localidades se pueden alquilar ahora pequeñas embarcaciones para practicar la pesca. Henninsgsvaer constituye, también, el centro deportivo por excelencia de las Lofoten, pues desde este pueblo parten numerosas rutas para practicar senderismo y hacer cicloturismo.

Los sabores del Norte de Noruega

Debido a su buena calidad, el pescado seco de Lofoten ya tiene su Denominación de Origen en Noruega. El secado del bacalao se hace de la misma forma que antaño, totalmente natural y sin ningún aditivo, siendo uno de los métodos más antiguos de conservación de alimentos que conocemos. La cabeza y el cuerpo se secan (entre dos o tres meses) por separado y, antes de colgarlos en los estantes, se les extraen de sus cuerpos las entrañas, el hígado y las huevas. El hígado se aprovecha para la producción de aceite de hígado de bacalao, y las huevas se convierten en caviar. De la cabeza se come la lengua y las mandíbulas. También destacan el salmón (ahumado o a la plancha), la fiskesuppe (sopa de pescado) y la ballena. Si bien la captura de cetáceos es un tema controvertido en Noruega -también en Islandia-, lo cierto es que desde 1993 se lleva a cabo una discreta caza selectiva. Su carne se ofrece hoy en los restaurantes de todo el país y es muy sabrosa. Sin embargo, no toda la gastronomía en Lofoten se basa en el pescado. La hierba con su intenso color verde, que crece en las abruptas laderas de las montañas, alimenta a los corderos, que crecen sanos, vigorosos, creando la raza especial de los corderos de Lofoten. Su carne es muy apreciada.

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