Delhi, el gran bazar de la vida

La urbe más importante de la India es frenética, vibrante y caótica, pero también alberga rincones y oasis de paz y tranquilidad. Uno de sus distritos, Nueva Delhi, es la capital del país.

Mezquita de Jama Mashid.
Mezquita de Jama Mashid.

En Delhi, la ciudad que nunca para, solo se detiene el tiempo. Una fotografía nocturna hecha a baja velocidad desde lo alto registraría miles de haces de luz moviéndose sin tregua en todas direcciones, la sangre de una ciudad circulando por venas imaginarias. Y, sin embargo, a pesar de su actividad constante, en el corazón histórico de lavieja Delhi las manecillas del reloj dejaron de girar hace siglos. Flanqueados por las impresionantes murallas escarlatas del Fuerte Rojo desfilan enjambres de hombres portando en la cabeza cargas imposibles, mujeres con coloridos saris llegadas de pueblos cercanos, caminando con expresión perdida, mendigos de otros tiempos, cabras transportadas en ricksaws, carros empujados por grupos de desarrapados, vacas con el lomo pintado rumiando en la basura, negocios ambulantes, trueque incesante y vida en la calle con el sol y la intemperie como compañía.

Elruido incesante de las bocinas de los ricksaws, similar al tono de los cochecitos de tiovivo, es su banda sonora. El olor espeso, mezcla de miles de otros olores, de especias, de sudor, de humos de vehículos vetustos, es su perfume. El aire pegajoso y cargado de polvo, su envoltorio. Aquí se detuvo el tiempo. Demasiados siglos anclada en el pasado como para cambiar ahora. Sus tres mil años de antigüedad, según el Mahabharata, convierten a Shahjahanabad, nombre con que se conoce a la vieja Delhi, en una de las ciudades más antiguas del mundo.

Solo saliendo de los contornos medievales emerge otra ciudad vibrante que, con las limitaciones de una urbe de casi 20 millones de habitantes, de los cuales 4 millones viven bajo el umbral de la pobreza, ha abrazado la modernidad con la misma tozudez con la que la vieja Delhi se aferra a su pasado.

La nueva Nueva Delhi

Ningún lugar como Hauz Khas Village representa esta mirada hacia el futuro. Esta antigua aldea en el sur de la ciudad se ha transformado en los últimos años en el epicentro de la modernidad de Delhi, con sus coquetas boutiques, sus restaurantes cool y sus bares con terrazas elevadas. HKV, como se le conoce por sus iniciales, es motivo de orgullo dentro de un sector aún muy minoritario de la sociedad, que adoptó la modernidad llegada desde occidente como su modelo. Afortunadamente, ni siquiera la globalización ha conseguido imponer en Delhi totalmente el patrón de estilo cuadriculado presente hoy en muchas capitales del mundo. Esto es India, y aquí lo desvencijado es parte del ADN del país.

Bares con terrazas elevadas, sí, pero con vistas a un tendido eléctrico formado por marañas de cables piratas que alumbran cientos de casas. Coquetas boutiques también, pero escondidas en pasadizos iluminados por una solitaria bombilla y pared con pared con modestas casas de curry. Acentuado por este contraste, uno se sorprende aún más cuando entra en alguna de las tiendas de diseño minimalista y con ropa que no estaría fuera de lugar en las pasarelas de Londres o Nueva york. Hoy son más de 50 comercios los que se mantienen abiertos, unos encima de otros, en las reducidas dimensiones de HKV.

Durante las noches del fin de semana se producen atascos de taxis y ricksaws cargados de turistas jóvenes que llegan aquí en busca de música en vivo, restaurantes de cocina internacional y clubs con Djs donde bailar hasta la madrugada. La barrera que marca la entrada a la calle peatonal, espina dorsal del Village, no es solo una barrera física sino también mental, una especie de frontera que separa este barrio del siglo XXI del resto de la ciudad.

Pero la etiqueta de modernidad no es el único atractivo de HKV. El complejo histórico de Hauz Khas, con su mezquita medieval, su madrasa, sus tumbas y su lago de agua verdosa, es uno de los rincones favoritos de los habitantes de Delhi para escapar del torbellino de la ciudad, pasear, jugar un partido de cricket o hacerse selfies entre estas impresionantes construcciones semi abandonadas.

Delhi colonial

En la Puerta de India, el espectáculo diario de Delhi se escenifica cada día. Un grupo de alumnas de secundaria vestidas con un uniforme escolar de sari azul y blanco forman dos ordenadas filas frente al monumento. Enfrente de ellas, un policía con uniforme de gala vigila con gesto serio la tumba al soldado desconocido que recuerda a 90.000 hindúes muertos en la guerra. Su gesto severo contrasta con su sombrero rojo intenso rematado en forma de cola de pavo real. En el estanque verduzco que flanquea el monumento, tres niños en calzoncillos se tiran al agua dando volteretas sin importarles que el agua apenas cubra por la rodilla. Un poco más allá, un hombre saca una pequeña cesta de su mochila. La pone en el suelo, mira hacia todos lados y, al levantar la tapa, una cobra se yergue de forma perezosa, como si acabara de despertar de una siesta. La reciente prohibición del gobierno indio de tener serpientes como animales domésticos ha condenado a los encantadores de serpientes a la ilegalidad. La tradicional foto del turista con la reina de los reptiles y los monumentos de la ciudad de fondo es hoy una instantánea clandestina.

La Puerta de India es el corazón de la Nueva Delhi imperial forjada por los británicos en 1911. Desde aquí, la avenida de Raj Path, la arteria del imperio y bulevar ceremonial, desemboca en la Rashtrapati Bhawan, la antigua residencia de los virreyes. Esta grandiosa oda arquitectónica al imperialismo concebida por el arquitecto Edwin Lutyens comprende más de 1.200 hectáreas de espacios verdes, edificios del gobierno y residencias de los oficiales que durante el imperio gobernaron sobre millones de indios. Parte de ese legado es también Connaught Place, una plaza circular de 335 metros de diámetro con tres anillos circulares, convertida hoy en el centro comercial y financiero por excelencia de la ciudad. Su espectacular estructura de estilo victoriano, prácticamente cubierta con carteles de Sony, Starbucks, Burger King y cientos de marcas más, y el antiguo blanco de sus edificios, hoy de color grisáceo por los humos de cientos de miles de vehículos que circundan cada día por su perímetro, es un recordatorio de los efectos del progreso.

Los oasis de Delhi

En una ciudad como Delhi, determinados oasis son necesarios para recuperar la paz interior que el ritmo incesante de la ciudad te roba. Aquí los sentidos trabajan a destajo para registrar las imágenes, los olores y los sonidos de una urbe que se mueve a mil por hora. Oasis físicos y mentales en forma de parques donde respirar aire que no salga directamente de un tubo de escape, tiendas de antigüedades donde sumirse en la contemplación, restaurantes internacionales en donde dar al paladar un respiro de la dieta picante y especiada.

Uno de estos lugares es Agrasen Ki Baoly, una estructura de graderíos de arcos piedra en torno a un pozo que desciende 103 escalones en el subsuelo. Construido en el siglo XIV, este antiguo depósito de agua es uno de los monumentos más desconocidos de la ciudad. En sus calles adyacentes, hileras de coladas provenientes de las lavanderías al aire libre decoran las aceras secándose al sol. Callejones enteros prácticamente ocultos bajo las sábanas tendidas.

En el mercado de Mehar Chand hay un oasis de comercios reconvertidos con sensibilidad estética. Jóvenes diseñadores indios de ropa y muebles, tiendas de antigüedades, librerías y lugares cosmopolitas donde ver una exposición o almorzar en un bistró francés. Refugio de artistas y profesionales creativos, Mehar mantiene aún la frescura y recuerda a los primeros años de HKV, antes de convertirse en el lugar oficial de la modernidad en Delhi.

Otros oasis surgen donde menos se espera. En medio de la vorágine que es el mercado de especias en la antigua Delhi, sorteando porteadores que a diario acarrean en sus cabezas sacos con toneladas de pimienta, azafrán y chiles, y en medio de un potente aroma picante que seca la garganta y humedece los ojos, es posible encaramarse a la azotea del mercado y maravillarse con el contraste entre el bullicio del comercio a un lado y la quietud del patio de la mezquita Fatehpuri Masjid del otro.

Dos oasis más nos esperan en el sur de la ciudad. El primero, las ruinas de Qutab Minar, con su impresionante minarete de arenisca roja (el más alto del mundo), de colores ocres, y el complejo arqueológico que lo rodea, en el que disfrutar de un glorioso atardecer; el segundo, el Templo del Loto, sin duda la obra arquitectónica moderna más importante de Delhi, en una espectacular construcción de cemento y mármol blanco con ecos de la Ópera de Sidney. El minarete, decorado con elaboradas tallas y versículos del Corán, apunta desafiante hacia el cielo mientras que el templo se abre como una flor de loto, arropado por un conjunto de nueve estanques azules. Credos distintos y distintos siglos en dos construcciones que nos sirven para recuperar la paz interior y parar, al menos por un rato, en la ciudad que nunca se detiene.

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