Balnearios y termas de Aragón junto al AVE

Los balnearios son hospedajes de curación y relajación que homologan a sus visitantes con ese albornoz blanco que se anuda al llegar y solo se quita para bañarse en sus aguas medicinales. La comarca aragonesa de Calatayud está bendecida por este tipo de establecimientos. Alguno guarda grutas naturales del siglo XII en cuyas aguas, siempre a 32,5ºC, antaño se bañaba un rey moro y hoy se sumerge cualquiera que se sienta princesa.

La comarca de Calatayud vive el apogeo del termalismo desde el siglo XIX, aquí podemos ver el balneario Termas Pallarés.
La comarca de Calatayud vive el apogeo del termalismo desde el siglo XIX, aquí podemos ver el balneario Termas Pallarés.

El agua no hace la felicidad, pero ayuda a conseguirla. Es el principal tesoro del balneario. Se localizaba el manantial de aguas mineromedicinales, se enumeraban sus cualidades curativas y se levantaban los hospedajes en parajes naturales. La comarca de Calatayud vivió un apogeo en el siglo XIX, cuando los poderes de sus aguas termales atrajeron a las grandes fortunas que levantaron glamurosos balnearios que se han mantenido hasta nuestros tiempos. El agua es la misma y sus enigmáticas propiedades se mantienen y conservan su capacidad curativa. Tras años de declive en los que los balnearios pasaron a ser reducto de personas mayores, reumáticos o con dificultades respiratorias, estos establecimientos han reorientado su oferta convirtiéndose en acogedores remansos de tranquilidad en los que el visitante sale como nuevo. La fórmula es simple. Es una ecuación resultante al unir salud, belleza, ocio y placer. El balnearismo tradicional ha sabido renovarse gracias a las nuevas tecnologías y tendencias. Sus enclaves naturales y únicos cargados de historia los convierten en lugares especiales.

El complejo Termas Pallarés es la joya de la oferta de la comarca de Calatayud. Sus edificaciones datan de 1863, cuando se inició la construcción de varios hoteles y un casino. El deslumbrante pasado es visible en la inmensidad de unos jardines que esconden un mágico lago termal único en Europa. Solo el baño en esas aguas ya merece el viaje de menos de una hora en AVE desde la estación de Atocha de Madrid a Calatayud. El lago mantiene una temperatura constante de 28ºC durante todo el año. Ya puede nevar, llover o que el calor del sol pretenda desintegrarlo, que sus aguas no se inmutan. Existen centenares de sugerenncias termales que manan constantemente a 32ºC, un agua que debe provenir directamente desde el centro de la Tierra. Es fácil localizar esa zona del lago: allí se concentran los bañistas en invierno, buscando el calor de los chorros. El agua del lago se renueva completamente cada 32 horas. Y su aspecto es misterioso. La diferencia de temperatura crea una bruma constante que cubre toda la superficie del lago, con un pequeño torreón justo en el centro al que se llega atravesando pasarelas sobre las aguas. Esa misma capa de vapor atrajo durante años a visitantes que se conformaban con dar vueltas alrededor del lago para inhalar las emanaciones. Decían que esos vapores eran mano de santo para el reúma.

Legado romano y árabe

Sus aguas ya las apreciaron los romanos y los árabes. Sabían dónde relajarse entre batallas. El emperador Marco Aurelio Antonino Augusto apreciaba el enclave por sus fuentes calientes y lo eligió como lugar de descanso de la guardia pretoriana en el paso que iba entre Mérida y la antigua Caesaraugusta, hoy Zaragoza. Los árabes fueron los siguientes en descubrir el lugar, gozaron de sus propiedades terapéuticas y lo rebautizaron con el nombre que hoy mantiene la localidad, Alhama, el lugar de las aguas calientes.

Las aguas curan por dentro y por fuera. En el balneario de la Virgen, espectacularmente enclavado a la entrada del cañón del río Mesa, un empleado con pajarita negra, camisa blanca y chaleco ofrece un vaso de agua. Es el cóctel milagroso de bienvenida. Una pócima natural a temperatura ambiente que renueva el organismo y que puede que esconda el secreto de la eterna juventud. El establecimiento está en Jaraba, como el hotel Sicilia y el balneario Serón, y sorprende por su aire decimonónico. Rebosa una dulzura decadente que atrapa ante el espectáculo de su piscina natural. Sumergirse en ese silencio trasparente solo puede aportar sosiego.

Los balnearios han sabido convertirse en una oferta contra el ajetreo diario en unos establecimientos que han conservado una especie de parada perpetua en el tiempo renovando lo necesario para ofrecer comodidad y confort. Se viene a descansar. A desconectar. A dormir y a recobrar la serenidad. Todo combinado con paquetes de tratamientos específicos para cada dolencia. Los balnearios son un remedio perfecto para un fin de semana de curas. No han perdido su categoría de espacio terapéutico y ofrecen nada más llegar la consulta con un especialista que determinará el mejor tratamiento. En Paracuellos de Jiloca hay un circuito termal con siete terapias y variados tratamientos supervisados por especialistas.

Hay que volver al Termas Pallarés para entender la grandeza de lo que significaron en su día los balnearios. Manuel Matheu quiso que el suyo fuera un balneario de reyes y mandó levantar un palacio al borde del río donde se albergaran los Borbones, cosa que hizo alguna vez el rey consorte, marido de Isabel II, Francisco de Asís. El palacio se conserva reconvertido en un hotel de cinco estrellas desde el que se escuchan nanas al son de los manantiales.

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