El parador más bonito al que viajar en noviembre está en una fortaleza gótica única en España
Un destino de ensueño que se alza en uno de los meandros del río Júcar se encuentra en un castillo con más de tres mil años de antigüedad y guarda tras sus muros una experiencia única para el fin de semana.
La Manchuela conquense, esa llanura entre la Mancha y la Serranía de Cuenca. Una zona en la que todo gira en torno al río Júcar, cuyos meandros se doblan hasta formar unas gargantas que se llaman hoces que, literalmente, envuelven los pueblos de la comarca. Es el caso de Alarcón, el tesoro oculto de la Mancha. La imagen del pueblo es aún más impresionante por el río, cuya erosión ha creado un gran desnivel entre el pueblo y su cauce. Al más puro estilo de una película Disney, el castillo, que una vez fue abandonado, se roba la escena, dando lugar a un impresionante mirador que cuenta, según sus visitantes, con las mejores vistas de toda la comarca.
Son trece siglos de historia los que acumulan las piedras de este enclave, que velaron por la ciudad durante 500 años en los tiempos de la Reconquista. Construida sobre el pico de los hidalgos, el punto más elevado del valle, donde el vaivén de los años, como sucede también con los vinos, ha pasado a formar parte de su personalidad única, siendo el castillo mejor conservado de toda la provincia de Cuenca a demás de contar con otro récor: es el parador más quequeños de España.
Unas vistas a cuerpo de rey
En su interior, todas las dependencias han sido adaptadas a las necesidades del Parador, donde las comodidades modernas son presentadas con un envoltorio medieval, en forma de telas de terciopelo de granates profundos y verdes ocres con una elegancia sencilla donde prima la comodidad y esa extraña sobriedad que transmiten los entornos de lujo. Las paredes y los techos, por su parte, no te dejan olvidar ni por un momento que te encuentras dentro de un castillo.
Pese a su apariencia, las tres líneas de murallas que rodean el castillo no dejan olvidar qué se trata de una verdadera fortaleza que, durante mucho tiempo, se cayó inexpugnable. El estilo gótico de sus paredes es un contraste a la simetría y monumentalidad de la torre del homenaje, de estilo renacentista. Todo ello envuelve un pequeño patio interior con aljibe, tan angosto que la luz del sol apenas llega a rozar el suelo durante el día.
Más allá de los muros se presenta un lugar rebosante de lugares, miradores y patrimonio. La Iglesia de Santa María, de estilo gótico, es una parada imprescindible durante el recorrido por las calles empedradas de la villa donde, a día de hoy, se siguen oficiando misas en su interior. Sin embargo, puede llegar un momento en que lo clásico puede llegar a empachar. Si eso ocurre hay un lugar idóneo para limpiar los sentidos en el interior de la Iglesia de San Juan Bautista, donde su interior ha sido reconvertido en una exposición permanente del pintor español Jesús Mateo, en la que se muestran murales de estilo contemporáneo basados en elementos de la naturaleza y el hombre.
El lujo va de la mano con el descanso
Se trata de un lugar perfecto para una escapada de fin de semana, ubicado a una hora de Cuenca en coche y a dos desde Madrid. Un entorno natural que se puede disfrutar ligeramente por un paseo por su alrededor o bien descubrir la Ribera del Júcar por alguna de sus mágicas rutas.
A la hora de la reserva, hay un tipo de habitación doble que, sin embargo, tiene capacidad para hasta tres personas, en donde se podrá elegir entre una estancia estándar a 190 euros la noche o decantarse por la opción superior, de 233 €. También puedes contratar la opción de media pensión para olvidarte de las comidas o decantarte por la oferta gastronómica de la provincia de Cuenca, en restaurantes como La Cabaña de Alarcón o La Fragua, entre otros.
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