Diez islas griegas irresistibles


Delos
Es la isla sagrada de las Cícladas y la que, en cierta manera, da nombre a este archipiélago: un anillo divino (kykos) que rodea el lugar donde, según la mitología, nacieron Apolo y Artemisa. Sin una población estable, Delos es un recinto arqueológico donde no se puede pernoctar. Un museo a cielo abierto que, más allá de su barniz religioso (fue el santuario donde se veneraba a los dioses) da cuenta de su trascendencia como destacado centro comercial: en el siglo II a. de C. llegó a tener hasta 30.000 habitantes.

Santorini
Imposible no sucumbir al encanto de esta isla, pese a sus trilladas imágenes y su inevitable carácter turístico. Porque su fisionomía es sencillamente perfecta: oscuros acantilados de piedra volcánica sobre los que se asienta el pueblecito blanco. Fira, con las vistas desde el borde de la caldera, o la aldea de Oia, con su conmovedora panorámica desde la punta más septentrional, son dos animados centros urbanos donde, además se asiste al espectáculo de uno de los atardeceres más bellos del mundo.

Mikonos
La más divertida de las Cícladas no sólo ofrece un desenfrenado ambiente de fiesta con playas atestadísimas y exhibición de gente guapa. También regala la magia de su pueblo encalado de corte cubista, con callejones cubiertos de buganvillas donde se agolpan restaurantes refinados, bares de diseño y boutiques de moda. Está además la Pequeña Veneci,a con su emblemática hilera de casas al borde del mar ,y no faltan, claro, los pertinentes atractivos para los más apegados a la cultura clásica.

Rodas
La joya de la corona del Dodecaneso encierra un micromundo mágico con un clima excepcionalmente benigno (por algo su divinidad protectora es Helios, el dios del Sol). Desde el dédalo de callejuelas y fortificaciones medievales del enigmático casco antiguo, hasta las playas de ensueño de la costa este, las tortuosas rutas de montaña y un interior casi intacto. Y ello por no hablar de la Acrópolis de Lindos, con las ruinas de la poderosa ciudad-estado de los dorios, y de las reminiscencias al Coloso de Rodas, una de las Siete Maravillas de la Antigüedad, con su carga de mito y de leyenda.

Patmos
Esta pequeña joya del Dodecaneso goza de una espiritualidad que se filtra por su paisaje armonioso y por las blancas callejuelas de Hora, la encantadora capital que se encarama sobre un promontorio, coronado a su vez por un monasterio. Será por su silencio o por su apacible atmósfera, pero este lugar goza de un embrujo especial. Tal vez fue esto lo que llevó a San Juan Evangelista a aislarse en una de sus cuevas para escribir el Apocalipsis. Un hecho que lo erige hoy en lugar de peregrinación tanto para ortodoxos como para católicos.

Cefalonia
Es la mayor de las Jónicas, acaso algo eclipsada por Corfú, pese a atesorar interesantes secretos. Una isla de perfil escarpado con vastas extensiones de olivos, vertiginosos acantilados y playas espectaculares como la de Myrtos, que encarna la imagen de la postal soñada. Además sus pueblos, como Assos y Fiscardo, con sus casas de tonos pastel flanqueadas de flores y cipreses, tienen cierto aire de cuento de hadas.

Paxos
Esta ínsula remota y diminuta, este botón de apenas diez kilómetros de largo y unos cuatro de ancho, proporciona la experiencia más auténtica del archipiélago jónico. Porque tanto ella como su apéndice Antipaxos han logrado esquivar el turismo masivo para preservarse serenas y sosegadas, alejadas del mundanal ruido. Con uno de los mares más hermosos de Grecia, cuenta también con el bello paraje de las Cuevas Azules, grutas que conjugan el intenso turquesa de las aguas con el blanco de la roca caliza.

Citera
Se disputa con Pafos (en Chipre) el lugar donde Afrodita emergió de la espuma de mar, aunque son muchos otros los atractivos de los que puede presumir. Esta isla que se descuelga del Peloponeso, entre los mares Egeo y Jónico, y que muestra un árido paisaje y una bonita arquitectura típica (muros encalados y contraventanas azules) es, excepto en temporada alta, un tranquilo refugio donde perderse. Sus aldeas envueltas por la niebla, sus valles melancólicos y sus playas doradas la convierten en un tesoro.

Eskopelos
Con un encantador pueblo que bordea la bahía para ascender después por una colina, esta hermosa isla de las Espóradas ha saltado a la fama desde que se convirtió en el escenario de la película Mamma Mía. Una razón de peso fue su extrema belleza natural (es una de las más verdes y fértiles de toda Grecia), la misma que logró cautivar a algunos dioses del Olimpo como Apolo y Hermes. Pero ni sus paisajes, ni la visible huella de los minoicos superan el gran atractivo que supone el calor de sus gentes y los favores de su gastronomía.